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– ¿Qué se sabe de ella?

– Trabaja como reportera para un canal de televisión de Dallas.

– ¿Tiel McCoy?

– ¿La conoces?

La conocía, y se formó una imagen mental de ella: delgada, cabello corto y rubio, ojos claros. Azules, seguramente verdes. Salía por televisión casi todas las noches. Calloway la había visto también fuera de los estudios, entre otros periodistas, con relación a alguno de los casos criminales que investigaba. Era agresiva, pero objetiva. Sus reportajes nunca eran incendiarios o explosivos porque sí. Era guapa y tremendamente femenina, pero su trabajo merecía toda credibilidad.

Saber que una periodista televisiva de su calibre se encontraba en el epicentro de esta crisis no le emocionaba en absoluto. Era un factor adicional del que podía haber prescindido muy fácilmente.

– Estupendo. Ya tenemos una periodista en la escena.

Se pasó la mano por la nuca, en el punto donde empezaba a acumularse la tensión. Sería una noche larga. Predecía que Rojo Flats, un lugar que hasta ahora nadie conocía, se vería pronto inundado por los medios de comunicación, contribuyendo con ello al caos total.

La agente le preguntó:

– Tu intuición, Calloway. ¿Crees que ese chico secuestró a la hija de Dendy?

Calloway murmuró:

– Sólo me pregunto por qué la chica ha tardado tanto en huir.

Capítulo 5

Mientras esperaban la llegada del médico que se les había prometido, Doc encontró entre las existencias de la tienda unas tijeras y un par de cordones de zapatos. Los puso a hervir en un recipiente que se utilizaba normalmente para hervir el agua que luego se mezclaba con las bebidas calientes instantáneas. Cogió también de las estanterías compresas, esparadrapo y un paquete de bolsas de basura.

Le preguntó a Donna si tenían aspiradores. Viendo que ella le miraba sin comprender nada, le explicó:

– Es como una jeringa con un émbolo de caucho. Sirve para limpiar la mucosidad de la garganta y la nariz de los bebés.

La mujer se rascó el codo.

– De eso no tenemos.

Ronnie se puso nervioso cuando Doc cogió el recipiente con el agua hirviendo. Le ordenó que dejara que fuese Gladys quien vertiera el agua, a lo que la anciana accedió satisfecha.

Después de aquella actividad, la espera se hizo interminable. Todos los que estaban en el establecimiento se daban cuenta de que cada vez iban llegando más vehículos. La distancia entre los surtidores de gasolina y la entrada de la tienda parecía una zona desmilitarizada; seguía despejada. Pero la zona comprendida entre los surtidores y la carretera estaba ocupada por completo por vehículos oficiales y de urgencias. Cuando ese espacio quedó lleno, empezaron a aparcar en la cuneta de la carretera, llenando ambos lados de la vía estatal. No habían llegado corriendo, pero la ausencia de luces y sirenas hacía su presencia aún más inquietante.

Tiel se preguntó si en la parte trasera del edificio se viviría también tanta actividad como enfrente. Era evidente que la posibilidad se le había pasado por la cabeza también a Ronnie, pues acababa de preguntarle a Donna por la existencia de una puerta trasera.

Y ella le respondió:

– ¿Ves el pasillo que conduce a los servicios? ¿Ves esa puerta? Detrás está el almacén. También la nevera donde me encerraron aquellos locos.

– He preguntado por una puerta trasera.

– Está cerrada a cal y canto desde el interior. Tiene una barra que la cruza y las bisagras están también por dentro. Pesa tanto que apenas si puedo abrirla cuando me traen entregas.

Si Donna decía la verdad, nadie cruzaría aquella puerta trasera sin hacer ruido. Ronnie se enteraría con tiempo suficiente de cualquier intentona.

– ¿Y los lavabos? -quiso saber entonces-. ¿Hay alguna ventana?

Ella negó con la cabeza.

– Es verdad -gorjeó Gladys-. He estado en el de señoras. Y si quieres conocer mi opinión, creo que un poco de ventilación no le iría mal.

Dejando de lado esas preocupaciones, Ronnie pasó entonces a repartir su atención entre Sabra, sus rehenes y el movimiento en el exterior, que iba en aumento, lo cual era más que suficiente para mantenerlo ocupado. Tiel se disculpó por abandonar el lado de Sabra y le preguntó a Ronnie si podía ir a por su bolso.

– Tengo las lentes de contacto secas. Necesito la solución hidratante.

El chico miró de reojo el bolso que estaba sobre el mostrador. Tiel lo había dejado allí después de extraer de él el producto para lavarse las manos que le había pedido Doc. Parecía estar reflexionando sobre la conveniencia de darle permiso cuando ella dijo:

– No tardaré ni un segundo. No puedo alejarme mucho tiempo de Sabra. Le gusta tener a otra mujer a su lado.

– Está bien. Pero la vigilo. No se crea que no lo hago.

La valentía del joven estaba seriamente afectada. Estaba asustado y agotado, pero seguía con el dedo pegado al gatillo de la pistola. Tiel no quería ser la responsable de forzar la situación al límite.

Se acercó hasta el mostrador para que Ronnie pudiera verla cómo buscaba en el bolso el frasquito de la solución. Lo destapó e inclinó la cabeza hacia atrás para echarse unas gotas.

– Maldita sea -maldijo en voz baja, llevándose un dedo al ojo. Se retiró entonces las lentillas, hurgó en el bolso en busca de otro frasco de líquido y empezó a limpiar las lentes de contacto con la pequeña cantidad de solución que había depositado en la palma de la mano.

Sin volverse a mirar a Gladys y Vern, se dirigió a ellos con un susurro.

– ¿Hay cinta dentro de la cámara?

Vern, bendito sea, estaba examinando una piel muerta en un dedo de la mano izquierda y tenía un aspecto tan conspirador como el que podría tener un monaguillo.

– Sí, señora.

– Y baterías cargadas -añadió Gladys, como si estuviese enrollando a la altura del tobillo su calcetín de deporte. Lo miró bien y entonces, después de decidir que le gustaba más tal y como estaba antes, volvió a desenrollarlo. Está todo preparado para ponerla en marcha. Prepárese. Tenemos a punto un plan para distraerle.

– Espere…

Antes de que Tiel pudiese terminar la frase, Vern se arrancó a toser. Gladys se levantó de un salto, dejó su bolsa sobre el mostrador al alcance de Tiel y empezó a darle golpes a su esposo en la espalda.

– ¡Oh!, Señor. Vern, que no te dé uno de esos ataques de ahogo. Mira que atragantarte ahora con tu propia saliva. ¡Por el amor de Dios!

Tiel echó un vistazo a su contacto y vio dónde había quedado la bolsa. Entonces, mientras todo el mundo, incluyendo a Ronnie, observaba al anciano respirando con dificultad y boqueando en un esfuerzo por recuperar el ritmo de su respiración y cómo Gladys lo sacudía como si de una alfombra se tratara, hurgó en la bolsa en busca de la cámara.

Conocía lo bastante bien las videocámaras caseras como para saber dónde estaba el interruptor de encendido. Lo activó y pulsó la tecla de grabación. La depositó entonces en la estantería, encajada entre cartones de tabaco y rezando para que pasase desapercibida. No albergaba grandes esperanzas sobre la calidad de la película, pero pensó que los vídeos de aficionados habían sido de un valor incalculable en el pasado, incluyendo la película de ocho milímetros del asesinato de JFK y el perturbador vídeo de la paliza de Rodney King en Los Angeles.

La tos de Vern fue menguando. Gladys pidió permiso a Ronnie para ir a buscarle una botella de agua.

Tiel guardó en el bolso el líquido limpiador de las lentes de contacto y la solución hidratante y a punto estaba de retirar la mano cuando vio de refilón, en el interior del bolso, su grabadora. A veces, en las entrevistas, utilizaba la minúscula grabadora para complementar la grabación del vídeo. Así, después, si quería escuchar la entrevista para redactar el guión, no tenía que buscar una sala de edición donde poder visionar el vídeo. Podía escucharla de nuevo en la pequeña grabadora.