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– El doctor Giles te espera fuera para trasladarte enseguida al hospital de Midland. Katherine se alegrará de verte cuando llegues. Seguramente estará hambrienta.

Sabra sonrió y luego cerró los ojos.

Por acuerdo tácito, Tiel y Doc se retiraron a sus ya conocidos puestos. Sentados en el suelo, con la espalda apoyada en el cajón congelador, las piernas estiradas, observando cómo el minutero del reloj iba acercándose al límite de tiempo impuesto por Ronnie, era el momento ideal para que Doc formulara la pregunta que Tiel esperaba de él.

– ¿Por qué ha vuelto?

Incluso asumiendo que se lo preguntaría, no tenía una respuesta clara preparada.

Pasaron unos momentos. Vio que una barba incipiente empezaba a ensombrecerle la mandíbula, pues debían de haber transcurrido ya veinticuatro horas desde su último afeitado. Las arrugas en torno a sus ojos parecían más definidas que antes, un signo inequívoco de cansancio. Su ropa, igual que la de ella, estaba sucia y manchada de sangre.

Se dio cuenta de que la sangre era un agente cohesivo. No era necesariamente la mezcla de la sangre de dos personas lo que formaba un vínculo irrevocable y casi místico entre ellas. Podía ser sangre derramada por cualquiera lo que unía a la gente.

Basta con pensar en los supervivientes de accidentes aéreos, choques de tren, desastres naturales y ataques terroristas, que han desarrollado amistades duraderas debido al trauma que compartieron. Los veteranos de una misma guerra que hablan entre ellos un idioma incomprensible para aquellos que no estuvieron allí ni experimentaron horrores similares. La sangre derramada en la explosión de Oklahoma City, en los tiroteos de la escuela pública, y en otros sucesos impensables que han unido a desconocidos de manera tan sólida que son relaciones que nunca se cortarán.

Los supervivientes compartían un territorio común. Su conexión era especial y única, a veces mal interpretada e incomprendida, pero casi siempre inexplicable para aquellos que no habían experimentado miedos idénticos.

Tiel tardaba tanto en responder que Doc repitió la pregunta:

– ¿Por qué ha vuelto?

– Por Sabra -respondió ella-. Yo era la única mujer que quedaba. He pensado que podría necesitarme. Y…

Él levantó las rodillas, apoyó en ellas sus antebrazos y la miró, esperando impaciente que completara su frase.

– Y odio empezar las cosas y no terminarlas. Yo estaba aquí cuando todo empezó, de modo que pensé que debería quedarme hasta que todo estuviera acabado.

No era tan sencillo como eso. Los motivos de su regreso eran más complejos, pero estaba confusa sobre cómo explicar a Doc unas motivaciones tan diversas que ni siquiera ella tenía claras. ¿Por qué no estaba allí fuera realizando un reportaje en directo, aprovechando el profundo conocimiento que tenía de la historia? ¿Por qué no estaba poniendo voz a las dramáticas imágenes que Kip estaba registrando con su cámara?

– ¿Qué estaba haciendo aquí?

La pregunta de Doc la despertó de sus ensoñaciones.

– ¿En Rojo Flats? -Se echó a reír-. Estaba de vacaciones. -Le explicó que iba camino de Nuevo México cuando escuchó en la radio la noticia del supuesto secuestro-. Llamé a Gully, quien me asignó el trabajo de entrevistar a Cole Davison. Me perdí de camino a Hera. Me detuve aquí para ir al lavabo y llamar a Gully para que me indicase las direcciones.

– ¿Así que estaba hablando con él cuando yo entré?

La mirada de Tiel se hizo más punzante, su expresión inquisitiva.

Él se encogió levemente de hombros.

– Me di cuenta de que estaba allí detrás, hablando por teléfono.

– ¿Sí? ¡Oh! -Sus miradas conectaron y no se retiraron, y a ella le costó un esfuerzo hacerlo-. Bueno, pues acabé mi llamada y estaba comprando alguna cosa que picar para el viaje cuando… resulta que entran precisamente Ronnie y Sabra.

– Esto ya es de por sí un reportaje.

– No podía creer mi buena suerte. -Sonrió tímidamente. Cuidado con lo que deseas…

– Voy con cuidado. -Después de chocar con ella los cinco, añadió en voz baja-: Ahora.

Aquella vez fue ella quien le esperó a él, dándole la oportunidad bien de exponer sus pensamientos, bien de dejar correr el tema. Doc debía de sentir la misma presión implícita provocada por el silencio de Tiel que ella había sentido antes por el de él, pues bajó los hombros, como si sobre ellos cargara sus pesadas reflexiones.

– Después de descubrir lo del romance de Shari, quería que… -Titubeó y empezó de nuevo-. Estaba tan cabreado que quería que…

– Sufriese.

– Sí.

El prolongado suspiro con el que envolvió aquella palabra puso de manifiesto el alivio que le suponía quitarse por fin de encima aquella confesión. Las confidencias no resultaban fáciles para un hombre que, como él, había tenido que afrontar a diario situaciones de vida o muerte. Para tener el coraje y la tenacidad para batallar contra un enemigo tan omnipotente como el cáncer, era obvio que Bradley Stanwick tenía una dosis generosa de complejo de deidad. La vulnerabilidad, cualquier signo de debilidad, era incompatible con ese rasgo de personalidad. No, más que incompatible. Intolerable.

Tiel se sintió adulada ante aquella confesión de debilidad, ante el hecho de que le hubiese revelado aunque sólo fuese un destello de aquel aspecto de sí mismo tan humano. Se imaginaba que las experiencias traumáticas eran buenas para eso. Como si de una confesión en el lecho de muerte se tratara, Doc debía de estar pensando que aquélla era la última oportunidad que tenía para quitarse de encima el sentimiento de culpa con el que había cargado desde la enfermedad terminal de su esposa.

– El cáncer no fue un castigo por su adulterio -dijo ella con delicadeza-. Y es evidente que no formó parte de tu venganza.

– Lo sé. Lo sé, racional y razonablemente. Pero era lo que yo pensaba cuando ella estaba en lo peor de la enfermedad…, y créame, aquello fue un verdadero infierno. Pensaba que lo había deseado inconscientemente.

– De modo que ahora te castigas imponiéndote esta prohibición de ejercer tu profesión.

Él se la devolvió.

– ¿Y tú no?

– ¿Qué?

– ¿No te estás castigando porque mataron a tu esposo? Estás haciendo el trabajo de dos personas para cubrir la pérdida para el periodismo que supuso su muerte.

– ¡Eso es ridículo!

– ¿Lo es?

– Sí. Trabajo duro porque me gusta.

– Pero nunca trabajas lo suficiente, ¿verdad?

Se calló una respuesta rabiosa. Nunca se había parado a examinar el elemento psicológico que había detrás de su ambición. Nunca se había permitido examinarlo. Pero ahora, enfrentada a aquella hipótesis, no le quedaba otro remedio que admitir que tenía su mérito.

Siempre había tenido ambición. Había nacido con una personalidad fuerte, siempre había sido tremendamente competente.

Pero no hasta los extremos de aquellos últimos años. Perseguía sus objetivos con ánimo de venganza y llevaba muy mal los fracasos. Trabajaba hasta excluir de su vida todo lo demás. No era que su carrera profesional dominara por encima de los demás aspectos de su vida; es que era su vida. ¿Sería su loco y singular deseo de éxito un castigo que se había impuesto por aquellas pocas palabras mal dichas en un momento de rabia? ¿Sería el sentimiento de culpa lo que lo propulsaba todo?

Se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos y preocupaciones, enfrentándose con los demonios personales que acababan de verse obligados a reconocer.

– ¿Qué parte de Nuevo México?

– ¿Qué? -Tiel se volvió hacia Doc-. ¡Oh!, ¿que cuál era mi destino? Angel Fire.

– Me suena. Pero nunca he estado.

– Aire puro de montaña y riachuelos transparentes. Alamos. Ahora deben de estar verdes, no dorados, pero me han dicho que es bonito.

– ¿Te han dicho? ¿Tampoco has ido nunca?

Ella negó con la cabeza.

– Una amiga iba a prestarme su casa para toda la semana.