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– A estas alturas ya estarías allí, bien escondida. Es una pena que llamases a Gully.

– No lo sé, Doc. -Miró de reojo a Sabra, luego a él. Con atención. Absorbiendo cada matiz de su duro rostro. Sumergiéndose en las profundidades de sus ojos-. No me habría perdido esto por nada del mundo.

La necesidad de tocarle era casi irresistible. Se resistió, pero no interrumpió el contacto visual. Se prolongó durante mucho rato, mientras el corazón le retumbaba con fuerza contra sus costillas y sus sentidos canturreaban con aquella dulce y vivaz conciencia de su presencia.

Cuando el teléfono sonó, dio un auténtico brinco.

Se puso torpemente en pie y Doc la siguió.

Ronnie cogió el auricular.

– ¿Señor Calloway?

Permaneció a la escucha durante lo que a Tiel le pareció una eternidad. Reprimió de nuevo el impulso de tocar a Doc. Deseaba darle la mano y apretársela con fuerza, como se supone que hace la gente cuando espera oír noticias que pueden cambiarle la vida.

Finalmente, Ronnie se volvió hacia ellos y se puso el auricular contra el pecho.

– Calloway dice que ha conseguido que el fiscal del distrito de Tarrant County, y el de como quiera que se llame este condado, más un juez, más él mismo, más los respectivos padres, accedan a reunirse y alcancen un acuerdo para acabar con este tema. Dice que si admito mis actos y me someto a asesoramiento psicológico a lo mejor consigo la libertad condicional y no tengo que ir a la cárcel. A lo mejor.

Tiel casi se desmaya de alivio. De su garganta surgió una pequeña carcajada.

– ¡Eso es estupendo!

– Es un buen trato, Ronnie. Si fuera tú, accedería -le dijo Doc.

– ¿Te parece bien, Sabra?

Viendo que no respondía, Doc casi tumba a Tiel de un golpe al pasar por su lado para ir corriendo a arrodillarse junto a la chica.

– Está inconsciente.

– ¡Oh, Dios! -exclamó Ronnie-. ¿Está muerta?

– No, pero necesita ayuda, pronto. Rápidamente.

Tiel dejó a Sabra al cuidado de Doc y avanzó hacia Ronnie. Temía que en su estado de desesperación pudiera disparar la pistola contra sí mismo.

– Dile a Calloway que estás de acuerdo con las condiciones. Voy a quitarles la cinta adhesiva -dijo, señalando en dirección a Cain, Juan y Dos-. ¿De acuerdo?

Ronnie se había quedado paralizado al ver que Doc cogía en brazos a Sabra. La sangre impregnó de inmediato su ropa.

– Dios mío, ¿qué he hecho?

– Guárdate el arrepentimiento para luego, Ronnie -dijo Doc, con un tono muy severo-. Dile a Calloway que salimos.

El aturdido joven empezó a murmurar contra el auricular. Tiel se hizo enseguida con las tijeras que habían utilizado antes y se arrodilló al lado de Cain. Cortó la cinta que lo inmovilizaba por los tobillos.

– ¿Y las manos? -Hablaba mal. Seguramente había sufrido un par de conmociones.

– Cuando esté fuera. -Seguía sin estar segura de que no quisiese hacerse el héroe.

La miró con los ojos entrecerrados.

– Está metida en la mierda hasta el cuello, señora.

– Lo normal -le dijo con sarcasmo Tiel. Avanzó hacia los mexicanos.

Juan soportaba estoicamente su herida, pero Tiel percibió el rencor que emanaba de él como el calor de un horno. Manteniendo el máximo de distancia posible entre él y ella, Tiel cortó la cinta aislante que le rodeaba los tobillos. Le costó lo suyo, Vern había hecho un trabajo excelente.

Sentía incluso más aversión si cabe por el hombre al que había apodado Dos. Sus oscuros ojos la repasaron con descarada malicia y con una connotación intencionadamente denigrante y sexual que la hizo sentirse aún más necesitada de una ducha de lo que lo estaba.

Terminada su tarea, dijo:

– Pasa tú primero, Doc -e hizo un gesto en dirección a la puerta-. ¿Te parece bien, Ronnie?

– Sí, sí. Lleve a Sabra enseguida con alguien que pueda ayudarla, Doc.

Tiel avanzó hacia la puerta y se la abrió. Sabra parecía en sus brazos una muñeca de trapo rota. Parecía muerta. Ronnie le acarició el cabello cariñosamente, la mejilla. Viendo que no respondía, empezó a gemir.

– Tranquilo, Ronnie, está viva -le garantizó Doc-. Se pondrá bien.

– Ése es el doctor Giles -le dijo Tiel a Doc cuando pasó por su lado con la chica.

– Entendido.

En un abrir y cerrar de ojos había salido y corría por el aparcamiento llevando en brazos a la chica inconsciente.

– La siguiente es usted -le dijo Ronnie a Tiel.

Ella negó con la cabeza.

– Me quedo contigo. Saldremos juntos.

– ¿No confía en ellos? -preguntó con un tono de voz agudo provocado por el miedo-. ¿Piensa que Calloway intentará alguna cosa?

– No confío en ellos. -Movió la cabeza en dirección a los tres rehenes restantes-. Que salgan ellos primero.

Ronnie lo reflexionó, sólo por un instante.

– De acuerdo. Usted. Cain. Salga.

El derrotado agente del FBI se escabulló entre los dos. Seguía con las manos atadas, por lo que Tiel sujetó una vez más la puerta. Más dañino que los dos porrazos en la cabeza era el golpe que había sufrido su orgullo. Sin duda alguna, temía enfrentarse a sus colegas, sobre todo a Calloway.

Antes de empujar a Juan y a Dos hacia la puerta, Ronnie esperó a que Cain fuera engullido por la multitud de personal sanitario y agentes.

– Ahora vosotros.

Después de haber intentado escapar por dos veces, ahora parecía que no querían marcharse. Avanzaron arrastrando los pies, murmurando entre ellos en español.

– Vamos -dijo Tiel, indicándoles impaciente que cruzaran la puerta. Se moría de ganas de saber cómo estaba Sabra.

Juan pasó primero, cojeando ostensiblemente. Una vez en el umbral, dudó, sus ojos clavados en diversos puntos del aparcamiento. Tiel se dio cuenta de que Dos iba prácticamente pegado a Juan, su cuerpo enganchado al trasero del otro como si pretendiese utilizarlo a modo de escudo. Cruzaron la puerta.

Tiel se había vuelto para hablar con Ronnie cuando, de pronto, la parte delantera del establecimiento se vio bañada por una luz cegadora. Como escarabajos negros, los miembros del equipo de fuerzas especiales salieron corriendo de cualquier escondite concebible. Su cantidad la llenó de asombro. Cuando había salido para negociar con Calloway no había visto ni la tercera parte de los que en realidad eran.

Ronnie maldijo entre dientes y se escondió detrás del mostrador. Tiel gritó, pero de rabia, no de miedo. Estaba demasiado furiosa como para tener miedo.

Curiosamente, sin embargo, los agentes tácticos rodearon a Juan y a Dos, ordenándoles que se tendieran en el suelo bocabajo. A Juan, herido, no le quedó otra alternativa que obedecer. Se derrumbó, prácticamente.

Ignorando las advertencias que le lanzaban a gritos, Dos emprendió una huida mortal, pero fue casi de inmediato reducido y aplacado contra el suelo. Todo había acabado antes de que a Tiel le diera tiempo de asimilar lo sucedido. Los dos hombres estaban esposados y eran retirados del lugar por los agentes de las fuerzas especiales.

Las luces desaparecieron tan repentinamente como habían aparecido.

– ¿Ronnie? -Gritaban su nombre por un megáfono. ¿Ronnie? ¿Señorita McCoy? -Era Calloway-. No se asusten. Han estado en compañía de hombres muy peligrosos. Los vimos en la grabación y los reconocimos. Están buscados por las autoridades aquí y en México. Por eso estaban tan impacientes por poder huir. Pero los tenemos ya bajo nuestra custodia. Pueden salir sin peligro.

Lejos de tranquilizarse con aquella información, Tiel estaba furiosa. ¡Cómo se atrevían a no avisarla de aquel peligro potencial! Pero no era el momento de descargar su rabia. Ya lo haría más tarde con Calloway y compañía.

Con toda la compostura que fue capaz de reunir, le dijo a Ronnie:

– Ya lo has oído. Todo está bien. Las luces, las fuerzas especiales, no tenían nada que ver contigo. Salgamos de aquí.

El chico seguía asustado y dudoso. En cualquier caso, no se movió de detrás del mostrador.