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– ¿Tienes noticias sobre el estado de Ronnie?

– Nada de nada.

– ¿Y de Sabra?

– Nada. Nada desde que el vaquero la entregó a ese tal doctor Giles y se largaron en el helicóptero.

– Hablando de Doc, ¿está por aquí?

Gully no la escuchó. Movía la cabeza y murmuraba:

– Ojalá hubieran dejado a Dendy en mis manos. Con un par de minutos me bastaba para que ese tipo odiara estar vivo.

– Me imagino que lo habrán arrestado.

– El sheriff ha enviado a tres comisarios -los tipos con pinta más ruin que he visto nunca- para que le metan de culo en la cárcel.

Pese a que lo había visto con sus propios ojos, seguía resultándole imposible creer que Dendy hubiera disparado contra Ronnie Davison. Le expresó su malestar a Gully.

– No comprendo cómo ha podido pasar.

– Nadie le prestaba atención. Le había montado un buen espectáculo a Calloway. Llorando, suplicándole. Había admitido que la cosa se le había ido de las manos. Nos indujo a creer que había comprendido que había actuado mal, que todo estaba perdonado y que lo único que quería era que Sabra estuviese a salvo. El mentiroso cabrón.

Las emociones reprimidas de Tiel salieron entonces a la superficie y se puso a llorar.

– Es culpa mía, Gully. Le prometí a Ronnie que no le pasaría nada si salía, que si se rendía saldría ileso de ésta.

– Eso es lo que todos le prometimos, señorita McCoy.

Se volvió al oír una voz familiar y sus lágrimas se secaron al instante.

– Estoy muy enfadada con usted, agente Calloway.

– Tal y como su colega acaba de explicarle, me creí el acto de arrepentimiento de Dendy. Nadia sabía que llevaba con él una escopeta de caza.

– No sólo eso. Podría haberme avisado sobre ese personaje de Huerta cuando salí con el bebé.

– ¿Y qué habría hecho de haber sabido quién era?

¿Qué habría hecho? No lo sabía, pero ahora aquello le parecía irrelevante. Le preguntó:

– ¿Sabía que Martínez era un agente del Tesoro?

Calloway parecía muy disgustado.

– No. Suponíamos que era uno de los esbirros de Huerta.

Al recordar cómo aquel hombre, herido y esposado, se había abalanzado sobre Dendy, Tiel observó:

– Hizo algo terriblemente valiente. No sólo no destapó su identidad, sino que además arriesgó su vida. Si alguno de los demás oficiales hubiese reaccionado con más rapidez… -Se estremeció al pensar en el cuerpo de aquel hombre abatido por las balas de las armas de sus colegas.

– Ya lo he pensado -admitió apesadumbrado Calloway-. Le gustaría hablar con usted.

– ¿Conmigo?

– ¿Se encuentra bien para hacerlo?

Calloway la condujo a otra ambulancia, poniéndole por el camino al corriente de la situación de Martínez.

– La bala le atravesó directamente la pierna sin hacer mella en ningún hueso o arteria. Esta noche ha estado de suerte por dos veces. -La ayudó a subir a la ambulancia por la parte trasera.

El aposito temporal que Doc le había colocado a Martínez en el muslo había sido sustituido por un vendaje de gasa estéril. La camiseta ensangrentada estaba amontonada junto a otra pila de material de desecho. A Tiel se le encogió el corazón al ver aquello. Recordó las manos de Doc preparando el simple vendaje para la herida que él mismo había infligido.

Martínez estaba conectado a una vía intravenosa y además le estaban realizando una transfusión. Pero su mirada era clara y transparente.

– Señorita McCoy.

– Agente Martínez. Es usted muy bueno en su trabajo. Nos había engañado a todos.

El hombre sonrió, mostrando la hilera perfecta de dientes blancos que ella ya había visto antes.

– Ése es el objetivo de nuestro operativo secreto. Gracias a Dios también engañé a Huerta. Entré en su organización el pasado verano. Anoche cruzó la frontera un camión cargado de gente.

– Ha sido interceptado hace una hora -les informó Calloway-. Como es habitual, las condiciones en su interior eran deplorables. De hecho, la gente que estaba encerrada allí dentro se sintió agradecida de que nos hiciésemos cargo de ellos. Lo consideraron como un rescate.

– Huerta y yo íbamos de camino para cerrar la venta con un granjero de Kansas. Huerta tenía que ser arrestado tan pronto como la transacción estuviese terminada. Nos detuvimos aquí para comer algo.

Se encogió de hombros, como queriendo decir que ya conocían el resto.

– Me alegro de que no entráramos en esa tienda armados. Habíamos dejado las armas en el coche…, algo que nunca sucede. Fue cosa del destino, o de la intervención divina, da lo mismo. Si Huerta hubiese ido armado, las cosas se habrían puesto muy feas enseguida.

– ¿Corre riesgo de sufrir represalias?

Volvió a sonreír.

– Confío en que el departamento me haga desaparecer. Si alguna vez vuelven ustedes a verme, es probable que no me reconozcan.

– Comprendo. Una pregunta más. ¿Por qué trató de hacerse con el bebé?

– Huerta quería abalanzarse sobre Ronnie, abatirlo. Me presté como voluntario para distraer a los demás haciéndome con el bebé. De hecho, tenía miedo de que le hiciese alguna cosa a la niña. Era la única forma que se me ocurrió de protegerla.

Tiel se estremeció al pensar en lo que podría haber pasado.

– Parecía especialmente hostil hacia Cain.

– Me reconoció -exclamó Martínez-. Hace un par de años habíamos trabajado juntos en un caso. No tuvo el sentido común de mantener la boca cerrada. Estuvo a punto de delatarme varias veces. Tuve que silenciarlo. -Y mirando a Calloway, añadió-: Creo que necesita un curso de refresco en Quantico.

Tiel ocultó su sonrisa.

– Tenemos que darle las gracias por sus diversos actos de valentía, señor Martínez. Siento que saliera herido de todo esto.

– Ese tipo, Doc, hizo lo que tenía que hacer. Si la situación hubiese sido al contrario, yo habría hecho lo mismo. Me gustaría decirle que no le guardo rencor.

– Ya se ha marchado -dijo Calloway.

Ocultando su decepción y a pesar de los pequeños cortes, Tiel le estrechó la mano a Martínez y le deseó una pronta recuperación. Luego bajó de la ambulancia. Gully la esperaba fuera fumando un cigarrillo.

Cuando la ambulancia arrancó, se les unieron Gladys y Vern.

Al parecer habían vuelto a su furgoneta, pues se habían cambiado de ropa, olían a jabón y tenían un aspecto ágil y espabilado, como si acabaran de regresar de una estancia de dos semanas en un balneario. Tiel los abrazó.

– No podíamos irnos sin darle nuestra dirección y tener su promesa de que seguiremos en contacto. -Gladys le entregó una hojita de papel en la que había escrito una dirección de Florida.

– Se lo prometo. ¿Van a seguir con su luna de miel desde aquí?

– Después de una parada en Luisiana para ver a mi hijo y a mis nietos -dijo Vern.

– Que son sin lugar a dudas los cinco cabroncetes más tozudos del mundo.

– Calla, Gladys.

– Sólo estoy contándolo tal y como es, Vern. Son unos traviesos, y lo sabes. -Entonces, su tono cambió. Se secó las lágrimas que de pronto habían aparecido en sus ojos-. Sólo espero que estos dos jóvenes superen esto. Estaré preocupadísima hasta que sepa que están bien.

– Y yo. -Tiel le apretó la mano a Gladys.

– Hemos tenido que dar nuestra declaración al sheriff -dijo Vern-, luego a los agentes del FBI. Les dijimos que no pudo evitar darle a Cain con el bote de chile por ser tan idiota.

Gully rió con disimulo. Calloway se puso tenso, pero dejó pasar la pulla sin comentarios.

– Donna está acaparando las cámaras de televisión -dijo Gladys, algo picada-. Si la oyera contarlo, parece la heroína.

Vern hurgó en el interior de su bolsa y extrajo una pequeña cinta de vídeo que depositó en la mano de Tiel.

– No se olvide de esto -susurró.

De hecho, se había olvidado de la cinta de la video-cámara.

– Nos colamos en la tienda para ir a buscarla -dijo Gladys.