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– Gracias. Por todo. -Tiel volvió a emocionarse cuando se despidieron y se dirigieron a su camioneta.

– ¿Luna de miel? -preguntó Gully en cuanto se hubieron alejado.

– Fueron estupendos. Voy a echarles de menos.

Él la miró sorprendido.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí. ¿Por qué?

– Porque actúas de una forma un poco rara.

– He estado toda la noche despierta. -Enderezando la espalda y adoptando la compostura que asumía cuando las cámaras estaban a punto de rodar, se volvió hacia Calloway-. Me imagino que debe de tener muchas preguntas para mí.

En la furgoneta, Calloway la obsequió con café y burritos donados por las damas de la iglesia baptista. Tardó cerca de una hora en recabar de ella toda la información que necesitaba.

– Creo que es todo por ahora, señorita McCoy, aunque probablemente tendremos algunas preguntas más de seguimiento.

– Comprendo.

– Y no me sorprendería si los respectivos jueces del distrito le pidiesen comparecer cuando acordemos discutir los cargos contra Ronnie Davison.

– Si es que lo acuerdan -dijo ella en voz baja.

El agente del FBI apartó la vista y Tiel comprendió que cargaba con un gran sentimiento de culpa por todo lo sucedido. Quizá incluso más que ella. Admitió haber sido engañado por la actuación de Russell Dendy. No se había dado cuenta de que Dendy entraba de nuevo en el helicóptero privado en el que había llegado y salía de él con una escopeta de caza. De haber sucedido lo impensable y de haber muerto Ronnie, Calloway habría sido en gran parte responsable de ello.

– ¿Ha recibido noticias sobre el estado de Ronnie?

– No -respondió Calloway-. Todo lo que sé es que cuando lo trasladamos al helicóptero estaba con vida. No he sabido nada más. La pequeña está bien. Sabra ha ingresado en muy malas condiciones, que es mejor de lo que me esperaba. Ha recibido varias unidades de sangre. Su madre está con ella.

– No he visto al señor Cole Davison.

– Permitieron que acompañara a Ronnie en el helicóptero. Estaba… bueno, ya puede imaginárselo.

Permanecieron un momento en silencio, insensibles a la actividad de los demás agentes, que estaban ocupados con la «limpieza». Finalmente, Calloway le indicó que se levantara de su asiento y la escoltó fuera, donde la mañana brillaba ya con todo su esplendor.

– Adiós, señor Calloway.

– ¿Señorita McCoy? -había empezado ya a caminar para irse, pero se volvió. El agente especial Calloway parecía bastante incómodo por lo que estaba a punto de decir-. Ha sido una experiencia terrible para usted, estoy seguro. Pero me alegro de que tuviéramos allí dentro a alguien tan sensato como usted. Ha ayudado a mantener la cordura y ha actuado con un aplomo notable.

– Yo no soy en absoluto destacable, señor Calloway. Mandona, tal vez sí -dijo con una débil sonrisa-. De no haber sido por Doc… -Ladeó la cabeza, inquisitivamente. ¿Le ha dado su declaración?

– Se la ha tomado el sheriff Montez.

Hizo un ademán en dirección al sheriff, a quien ella no había visto y que estaba en la sombra, apoyado contra la camioneta. Se tocó el sombrero de ala ancha a modo de saludo y se aproximó a ella sin prisas, aunque ignorando su pregunta no expresada sobre Doc.

– Nuestro alcalde se ha ofrecido a hospedarla en el motel de la ciudad. No es el Ritz -le advirtió riendo entre dientes-. Pero puede quedarse en él todo el tiempo que precise.

– Gracias, pero voy a regresar a Dallas.

– No, enseguida no. -Gully acababa de unirse a ellos, y junto a él estaba Kip-. Vamos a regresar en helicóptero y entregaremos esta cinta a edición para que puedan empezar el montaje.

– Iré yo también y mandaré a alguien a recoger mi coche.

Gully empezó a negar con la cabeza antes de que Tiel terminara de hablar.

– Sólo hay espacio para dos pasajeros, y tengo que regresar. No quiero ni pensar lo que ese extravagante con anillos en la ceja habrá hecho con mi sala de prensa. Tú aceptarás el amable ofrecimiento del alcalde. Enviaremos luego el helicóptero a recogerte, junto con un alumno en prácticas para que conduzca de nuevo tu coche hasta Dallas. Además, apestas. Una ducha no te iría mal.

– La verdad es que sabes cómo quitarle el encanto a una situación cuando te lo propones, Gully.

Parecía que todo estaba solucionado, y ella estaba demasiado agotada como para oponer mucha resistencia. Concretaron el momento y el lugar para coger luego el helicóptero y el sheriff Montez prometió llevarla más tarde allí. Gully y Kip se despidieron y se apresuraron hacia el helicóptero con el anagrama de su canal pintado en los laterales que estaba ya esperándoles.

Calloway le tendió la mano.

– Buena suerte, señorita McCoy.

– Igualmente. -Se estrecharon la mano, pero antes de que él la retirara, ella le detuvo-. Ha dicho que se alegraba de que yo estuviera allá dentro -dijo, moviendo la cabeza en dirección a la tienda-. Yo me alegro de que usted estuviese aquí fuera, señor Calloway. -Y lo decía en serio. Habían tenido mucha suerte de tenerlo a él como agente al cargo de una misión tan delicada como la que habían vivido. Otro tal vez no la habría gestionado con la sensibilidad que él había demostrado.

El indirecto cumplido le puso en una situación embarazosa.

– Gracias -dijo rápidamente, luego se volvió para entrar de nuevo en la camioneta.

El sheriff Montez retiró sus maletas del coche y las colocó en el asiento trasero de su coche patrulla. Tiel protestó al ver que pretendía hacerle de chófer.

– Puedo conducir, sheriff.

– No es necesario. Está tan fatigada que me temo que se quedaría dormida al volante. Si le preocupa el coche, enviaré un agente a por él. Lo dejaremos aparcado delante de nuestra oficina para poder vigilarlo.

Sorprendentemente, agradeció el cambio que suponía poder renunciar al control de la situación y no tener que tomar decisiones comprometedoras.

– Gracias.

El viaje hasta el motel fue muy corto. Había seis habitaciones a ambos lados de un pasillo techado entre los edificios que proporcionaba una estrecha franja de sombra. Las puertas estaban pintadas del color naranja característico de la Universidad de Texas.

– No es necesario que se registre. Es la única hospedada. -Montez abandonó el volante y dio la vuelta al vehículo para ayudarla.

Tenía la llave de la habitación y abrió con ella la puerta. El aire acondicionado estaba ya conectado. La unidad, situada junto a la ventana, zumbaba con fuerza y alguna de sus piezas interiores emitía un sonido metálico intermitente, pero no eran más que ruidos conocidos. En la única mesita de la habitación alguien había colocado un jarrón con girasoles y una cesta llena de fruta fresca y productos de bollería envueltos en plástico de color rosa.

– Las damas católicas no iban a verse superadas por las baptistas -le explicó el sheriff.

– Han sido todos muy amables.

– Y qué menos, señorita McCoy. De no haber sido por usted, todo podría haber ido mucho peor. Ninguno de nosotros quiere ver el nombre de Rojo Flats en el mapa dando título a una masacre. -Se tocó el ala del sombrero al retirarse y antes de cerrar la puerta a sus espaldas, dijo-: Cualquier cosa que quiera, llame a la oficina. Por lo demás, nadie la molestará. Descanse. Vendré a por usted más tarde.

Normalmente, lo primero que hacía Tiel cuando entraba en la habitación de un hotel era encender el televisor. Era una adicta a las noticias. Mirase o no la pantalla, siempre la tenía sintonizada en un canal de noticias de veinticuatro horas. Se quedaba dormida frente a él, se despertaba con él.

Pero ahora, de camino al minúsculo baño cargada con su neceser, pasó por delante del televisor sin siquiera percatarse de su presencia. El espacio de la ducha apenas permitía moverse en ella, pero el agua estaba caliente y era abundante. Debajo del chorro humeante, dejó que le empapara bien la cabeza antes de lavársela. Se enjabonó con placer con su jabón de importación y de venta exclusiva en Neiman's. Se depiló las piernas con la cuchilla, evitando las heridas de las rodillas. Utilizó el secador sólo para quitar la primera humedad del cabello y luego se inclinó sobre el lavabo para lavarse los dientes.