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Estaba de nuevo en su interior, una presión plena, pesada, deseada. Llenando algo más que su cuerpo. Llenando una necesidad no reconocida que había sentido durante mucho tiempo. Proporcionándole algo más que su propio placer. Proporcionándole una sensación de plenitud y objetivo que ni su mejor trabajo era capaz de proporcionarle.

Se movieron siguiendo un ritmo perfecto. Ella no podía alcanzar las profundidades de él que le habría gustado y él debía de sentir lo mismo. Porque cuando alcanzó el climax, la aferró contra él de forma posesiva, sus dedos clavándose en su carne. Ella enterró la cara en el hueco creado debajo de su hombro y mordió su piel.

Fue un orgasmo largo, lento, dulce. Y las repercusiones fueron igualmente largas, lentas y dulces.

Tiel estaba tan relajada, tan llena, que tenía la sensación de haberse fundido y haber pasado a formar parte de él. No podía distinguir su piel de la de él. No quería hacerlo. Ni siquiera se movió cuando él tiró de la sábana y la colcha para taparlos. Se quedó allí dormida, con él cobijado aún en su calor, con un oído en su corazón.

– ¿Tiel?

– ¿Hmm?

– Es tu alarma.

Murmuró alguna cosa y hundió más sus manos en el calor de las axilas de él.

– Tienes que levantarte. El helicóptero viene a recogerte, ¿te acuerdas?

Sí se acordaba. Pero no quería hacerlo. Quería quedarse exactamente donde estaba durante los próximos diez años como mínimo. Le llevaría ese tiempo recuperar el sueño que había perdido la noche anterior. Le llevaría ese tiempo hartarse de Doc.

– Vamos. En pie. -Le dio un cariñoso cachete en el trasero-. Ponte presentable antes de que llegue el sheriff Montez.

Gruñendo, rodó por la cama para separarse de él. Y, con un bostezo, preguntó:

– ¿Cómo sabes que hemos quedado así?

– Me lo dijo él. Así supe dónde encontrarte. -Lo miró confusa y continuó-: Sí, sabía que yo quería saberlo. ¿Es eso lo que querías oír?

– Sí.

– Somos amigos. Jugamos al póquer de vez en cuando. Él conoce mi historia, el porqué me trasladé aquí, pero es bueno guardando secretos.

– Incluso al FBI.

– Pidió ser él quien me tomase la declaración y Calloway accedió. Hizo todo lo que tenía que hacer. -Una de sus piernas asomó por un lado de la cama-. ¿Te importa si utilizo primero el baño? Seré rápido.

– Como si estuvieras en tu casa.

Mientras se agachaba para recoger sus calzoncillos, la sorprendió estirando los brazos, la espalda arqueada, desperezándose. Él se sentó en el borde de la cama, sus ojos fijos en sus pechos. Acarició el pezón.

– A lo mejor no quiero que subas a ese helicóptero.

– Pídemelo y a lo mejor no lo hago.

– Lo harías.

Suspirando, retiró la mano.

– Sí. -Se levantó y entró en el baño.

– A lo mejor -susurró Tiel para sus adentros-, podría convencerte de que vinieses conmigo.

Buscó un sujetador y unas bragas en la maleta, se los puso, y a punto estaba de ponerse los pantalones cuando intuyó que Doc la observaba.

Se volvió, preparada con una sonrisa sugerente y un comentario picante sobre los mirones. Pero la expresión de él no invitaba. De hecho, estaba llena de rabia.

Desconcertada, abrió la boca para preguntar qué pasaba cuando él extendió la mano. Allí estaba la grabadora. Había permanecido en el bolsillo de sus pantalones, que había dejado junto con el resto de la ropa sucia sobre la tapa del inodoro. Él había cambiado la ropa de lugar y había encontrado la grabadora.

La expresión de ella debió de ser una revelación involuntaria letal de su culpabilidad pues, con un malicioso golpe de pulgar, Doc pulsó la tecla «Play» y su voz cortó aquel silencio: «Por ejemplo, el hospital se derrumbó bajo el peso de la mala publicidad. La mala publicidad generada y alimentada por gente como usted».

Con el mismo estilo, detuvo la cinta y arrojó la grabadora sobre la cama.

– Cógela. -Y, mirando con el ceño fruncido la revuelta ropa de cama, añadió-: Te lo has ganado.

– Doc, escucha. Yo…

– Has conseguido lo que buscabas. Un buen reportaje. -La empujó hacia un lado, cogió sus vaqueros y se los enfundó, rabioso.

– ¿Puedes dejar de lado por un momento tu justa indignación y escucharme?

Doc agitó la mano en dirección al comprometedor aparato.

– Ya he oído suficiente. ¿Pudiste grabarlo todo? ¿Todos los jugosos detalles de mi vida personal? Me sorprende que te hayas demorado tanto. Te habría creído capaz de salir volando hacia Dallas en caso necesario para poder empezar a montar todo el material que has conseguido sobre mí.

Se abrochó la cremallera del pantalón y recogió la camisa del suelo.

– ¡Oh!, no, espera. Primero querías que te follase. Después de que ese tal Joe o como se llame acabara en fiasco, necesitabas reforzar tu ego.

El insulto dolía y ella reaccionó contraatacando.

– ¿Quién entró en la habitación de quién? Yo no te seguí la pista. Fuiste tú quien vino aquí, ¿lo recuerdas?

Doc maldijo porque no encontraba uno de los calcetines. Y metió el pie en la bota sin él.

– No es culpa mía que seas un buen reportaje -le gritó ella.

– No quiero ser un reportaje. Nunca lo quise.

– Pues lo siento, Doc. Lo eres. Simplemente, lo eres. En su día un personaje destacado, hoy un héroe. Anoche salvaste vidas. ¿Crees que todo eso pasará inadvertido? Esos chicos y sus padres hablarán sobre «Doc». Igual que los demás rehenes. Cualquier periodista que se merezca el sueldo que le pagan reclamará la verdad desnuda. Ni siquiera tu amigo Montez será capaz de protegerte de la publicidad. Habrías sido noticia pasase lo que pasase. Pero ya que «Doc» es el solitario doctor Bradley Stanwick, vas a ser una gran noticia. Una noticia enorme.

Él hizo un nuevo gesto en dirección a la grabadora.

– Pero tú las tendrás todas, ¿no? ¿Hay otra grabadora debajo de la cama? ¿Esperabas conseguir una excitante conversación de almohada?

– Vete al infierno.

– No apostaría por ti.

– Estaba haciendo mi trabajo.

– Y yo pensaba que estaba hablando confidencialmente. Pero lo utilizarás, ¿verdad? ¿Todo lo que pensé que estaba confiándote?

– ¡Tienes razón y lo haré!

Su mandíbula se torció de rabia. La miró unos segundos y luego se encaminó hacia la puerta. Tiel se le acercó, lo agarró por el brazo y le obligó a volverse.

– Podría ser lo mejor que te pasara.

Tiró del brazo para liberarse de ella.

– No lo veo así.

– Podría obligarte a encarar el hecho de que te equivocaste huyendo. Ayer… anoche -dijo, tartamudeando ante la prisa por querer clarificar las cosas antes de que él se marchara-. Le dijiste a Ronnie que no podía huir de sus problemas. Que huir de ellos no era solución. ¿Y no es eso exactamente lo que tú hiciste? Te trasladaste aquí y enterraste la cabeza en la arena de Texas, negándote a aceptar lo que sabes que es cierto. Que eres un médico de talento. Que podías marcar la diferencia. Que estabas marcando la diferencia. Estabas dando un indulto a pacientes y familiares que se enfrentaban a una pena de muerte. Dios sabe lo que podrías hacer en el futuro. Pero debido a tu orgullo, y a tu rabia, y a tu desilusión con tus colegas, lo abandonaste. Te quitaste de encima lo bueno y lo malo. Si esta historia vuelve a ponerte en el candelero, si existe una posibilidad de que motivara tu regreso a la medicina, prefiero que me zurzan antes que pedir perdón por ello.

Él le dio la espalda y abrió la puerta.

– ¿Doc? -gritó ella.

Pero lo único que él dijo fue:

– Te esperan fuera.

Capítulo 17

El cubículo de Tiel en la sala de redacción se había convertido en una zona de desastre. Lo era normalmente, pero ahora lo era más de lo habitual. Había recibido centenares de notas, tarjetas y cartas de colegas y telespectadores, felicitándola por su excelente reportaje sobre la historia Davison-Dendy y alabándola por el papel heroico que había desempeñado en ella. Aún le quedaban muchas por abrir. Las había apilado en unos inestables montones.