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No quedaban superficies libres para acomodar los innumerables ramos de flores que habían ido llegando a lo largo de la semana anterior, de modo que los había repartido por despachos y salas de reuniones de todo el edificio.

Vem y Gladys le habían enviado por correo un pastel de queso que habría dado de comer a un batallón. El personal de la redacción se había puesto las botas y aún quedaba más de la mitad.

Como era de esperar, Tiel se había convertido en el centro de atención, y no sólo a nivel local. Había sido entrevistada por periodistas de cadenas nacionales, incluyendo la CNN y Bloomberg. Gracias al atractivo elementó humano, la historia de amor, el nacimiento del bebé y el dramático desenlace, la historia había despertado el interés de las audiencias televisivas de todo el mundo.

Un distribuidor de coches de la ciudad le había hecho una propuesta para aparecer en sus anuncios y ella había declinado la oferta. Revistas femeninas estaban proponiéndole artículos de colaboración sobre cualquier cosa, desde sus secretos para el éxito hasta la decoración de su casa. Sin haber sido nombrada oficialmente, era la Mujer de la Semana.

Y nunca se había sentido más miserable.

Estaba realizando un intento inútil de limpiar la mesa cuando llegó Gully.

– Hola, pequeña.

– He llevado lo que quedaba de pastel de queso a la cafetería y lo he dejado allí para que la gente se sirva libremente.

– Me he comido el último pedazo.

– Tus arterias nunca me perdonarán.

– ¿Te he dicho que hiciste un trabajo estupendo?

– Siempre es agradable oírlo.

– Hiciste un trabajo estupendo.

– Gracias. Pero me ha dejado agotada. Estoy cansada.

– Lo pareces. De hecho, pareces una mierda aplastada. -Ella le miró con malicia por encima del hombro. Sólo digo lo que veo.

– ¿No te explicó nunca tu madre que hay cosas que es mejor no decir?

– ¿Qué te pasa?

– Ya te lo he dicho, Gully, estoy…

– Tú no estás sólo cansada. Conozco el cansancio, y esto no es cansancio. Deberías estar encendida como un árbol de Navidad. Esta no es tu personalidad normal, hiperactiva, llena de energía. ¿Se trata de Linda Harper? ¿Estás de morros porque estuvo allí primero y te robó un poco de tanto estruendo?

– No. -De manera metódica abrió un nuevo sobre y leyó la nota de felicitación que contenía. «Me encantan tus reportajes en televisión. Eres mi modelo a imitar. Cuando sea mayor me gustaría ser como tú. Me encanta además tu pelo.»

– No puedo creerme -dijo Gully- que no reconocieses a ese Doc como al doctor Bradley Stanwick.

– Mmm.

Gully continuó, sin amilanarse ante su aparente desinterés.

– Deja que te lo diga de otra manera. No creo que no le reconocieses como el doctor Bradley Stanwick.

El cambio en el tono de voz de Gully era inconfundible, y no había manera de evitar abordarlo. Dejó en la mesa la nota de la chica que se había identificado como Kimberly, una estudiante de quinto curso, y giró lentamente la silla para situarse frente a Gully.

Él la miró durante un largo momento. Los ojos de Tiel no vacilaban. Tampoco transmitían nada.

Finalmente, Gully se pasó la mano por la cara, tirando de su decaída piel hasta convertirla casi en una máscara de goma de Halloween.

– Imagino que tenías tus razones para proteger su identidad.

– Me pidió que no la revelara.

– ¡Oh! -Se dio en la frente con la palma de la mano-. ¡Claro! ¿Pero qué me pasa? Uno de los protagonistas de la historia dijo «No quiero salir en televisión» y entonces, naturalmente, tú omitiste ese importante elemento.

– No ha representado ningún coste para el reportaje, Gully. -Malhumorada, se levantó y empezó a reunir sus objetos personales para guardarlos en el bolso y marcharse-. Lo hizo Linda, así que ¿de qué te quejas?

– ¿Que de qué me quejo? ¿Es que me has oído quejarme?

– Parecía como si estuvieras quejándote.

– Simplemente siento curiosidad por saber por qué mi reportera aventajada me ha fallado.

– No ha sido así.

– ¡Has fallado! Y mucho. Quiero saber por qué.

Ella se volvió y se enfrentó a él.

– Porque se… -Dejó de gritar, recuperó la calma, respiró hondo y acabó con un tono mucho más suave-. Complicó.

– Se complicó.

– Se complicó. -Le rodeó para coger la chaqueta, la descolgó del perchero y se la puso, evitando su mirada incisiva-. Es algo parecido a lo de Garganta Profunda.

– No tiene nada que ver con Garganta Profunda, que era una fuente de información. Bradley Stanwick era un jugador en activo. Un protagonista. Objeto de caza legal.

– Una distinción que en algún momento deberíamos debatir. En otro momento. Cuando no esté a punto de largarme de vacaciones.

– ¿Aún piensas irte? -Salió corriendo tras ella en cuanto Tiel abandonó su cubículo y empezó a abrirse camino por la sala de redacción en dirección a la parte trasera del edificio.

– Necesito más que nunca alejarme un tiempo de aquí. Fuiste tú quien aprobó mi solicitud para tomarme unos días libres.

– Lo sé -dijo quejosamente-. Pero me lo he pensado dos veces. ¿Sabes qué estaba pensando? Estaba pensando que deberías producir un programa piloto de Nine Live. Este «médico del cáncer-vaquero» sería un primer invitado dinamita. Consigue que hable sobre la investigación en torno a la muerte de su esposa. ¿Cuál es su punto de vista sobre la eutanasia? ¿Le practicó a ella la eutanasia?

– Estaba motivado para hacerlo, pero no lo hizo.

– ¿Lo ves? Ya tenemos en marcha un diálogo provocador. Podrías seguir con su participación en aquel incidente que viviste. ¡Sería estupendo! Podríamos pasar el programa piloto a los de arriba. Tal vez emitirlo como reportaje especial una noche después de las noticias. Sería tu billete para el puesto de presentadora de Nine Live.

– No te hagas ilusiones, Gully. -Empujó la pesada puerta de salida que daba al aparcamiento de empleados. El pavimento estaba caliente como las brasas.

– ¿Pero qué dices? -La siguió al exterior-. Esto es lo que siempre quisiste, Tiel. Para lo que has trabajado. Mejor que lo aproveches, o podrían quitártelo. Podrían darle el programa a Linda, sobre todo si se enteran de que supiste en todo momento lo de Stanwick. Pospón el viaje hasta que todo esto esté cerrado.

– Y entonces no me podré marchar porque tendré todas las reuniones de producción. -Negó con la cabeza. No, Gully, me voy.

– No te entiendo. ¿Estás con el síndrome premenstrual o qué?

Sonrió, negándose a tomárselo a mal.

– Estoy cansada del baile, Gully. Estoy agotada de intentar conseguir constantemente un puesto y de toda la paranoia que ello conlleva. La directiva sabe perfectamente lo que soy capaz de hacer. Son conscientes de mi popularidad entre el público, y saben que ahora es más alta que nunca. Conocen mi trabajo desde hace años, mis índices de audiencia, y tienen mis premios para recordarles que soy la mejor elección para ese puesto.

Abrió la puerta del coche y echó dentro el bolso.

– Diles que mientras no estoy seguiré en contacto con mi agente. Voy a convertir Nine Live en una condición de mi contrato. Si no tengo el programa, no renuevo. Y durante esta semana he recibido al menos un centenar de ofertas que respaldan mi decisión.

Se inclinó y le dio un beso en la mejilla a Gully, que seguía asombrado.

– Te quiero, Gully. Adoro mi trabajo. Pero es trabajo; ha dejado de ser mi vida.

De camino a la ciudad hizo una parada, en un contenedor de basura situado detrás de un supermercado. Tiró dos cosas. Una era una cinta de voz grabada. La otra una cinta de vídeo de dos horas de duración filmada con la videocámara de Gladys y Vern.