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– No -dijo Sabra al instante-. No la escuches, Ronnie. -Le agarró por la manga-. Estoy bien. Estoy…

Le vino un dolor. Estaba desencajada. Respiraba con dificultad.

– ¡Oh!, Dios. Dios mío. -Ronnie examinó la cara de Sabra, mordiéndose el labio. La mano que sujetaba la pistola titubeaba.

Uno de los mexicanos -el más bajo de los dos- se puso de pronto en pie y se abalanzó hacia la pareja.

– ¡No! -gritó Tiel.

El vaquero intentó agarrar al mexicano por la pierna, pero falló.

Ronnie disparó la pistola.

La bala hizo añicos el cristal del armario refrigerado, lo que provocó un ruido horripilante, y taladró una garrafa de plástico. Todo quedó salpicado por cristales y leche.

El mexicano se detuvo en seco. Pero antes de detenerse del todo, la inercia hizo que su cuerpo se balanceara ligeramente hacia delante, luego hacia atrás, como si las botas se hubiesen quedado pegadas al suelo.

– ¡No te muevas o disparo!

Ronnie tenía la cara congestionada. No era necesario hablar el mismo idioma para transmitir el mensaje. El más alto de los dos se dirigió a su amigo en español y en voz baja. El hombre retrocedió hasta llegar a su punto de partida, y entonces volvió a sentarse.

Tiel lo miró de reojo.

– Podría haberte volado esa estúpida cabeza tuya. Guárdate tu machismo para otra ocasión, ¿de acuerdo? No quiero que me maten por eso.

Pese a no comprender nada, el tipo captó por dónde iba. De forma arrogante, su mirada ardía de rencor por verse censurado por una mujer, pero a ella la traía sin cuidado.

Tiel se volvió hacia la joven pareja.

Sabra estaba ahora tendida en el suelo de costado, las rodillas dobladas sobre el pecho. De momento, estaba tranquila.

Sin embargo, Ronnie estaba a punto de perder los nervios. A Tiel le costaba creer que a lo largo de una única tarde un estudiante que nunca había causado problemas se hubiese transformado en un asesino a sangre fría. No creía que el chico tuviera pensado matar a nadie, ni siquiera en defensa propia. De haberle querido dar al hombre que había cargado contra él, lo habría tenido fácil. Pero, en cambio, parecía más molesto que nadie por haber tenido que disparar la pistola. Tiel suponía que había errado el tiro intencionadamente y que había disparado sólo para acentuar su amenaza.

O podía estar completa y terriblemente equivocada.

Según la información de Gully, Ronnie Davison procedía de un hogar roto. Su verdadero padre vivía lejos, de modo que las visitas no podían haber sido demasiado frecuentes. Ronnie vivía con su madre y su padrastro. ¿Y si todas estas circunstancias hubieran supuesto un problema para el pequeño Ronnie? ¿Y si su personalidad se hubiera visto alterada por la separación forzosa de su padre y llevara años reprimiendo su odio y su desconfianza? ¿Y si hubiera estado ocultando sus instintos asesinos tan bien como él y Sabra habían logrado ocultar el embarazo? ¿Y si la reacción de Russell Dendy a la noticia le hubiera llevado al borde del abismo?

Estaba desesperado, y la desesperación era un elemento motivador muy peligroso.

Seguramente, ella sería la primera en recibir el disparo por haber hablado. Pero no podía quedarse allí en el suelo y morir sin al menos haber intentado evitarlo.

– Si esta chica te importa algo…

– Ya le he dicho antes que se callara.

– Sólo intento evitar un desastre, Ronnie. -Puesto que él y Sabra habían estado hablando entre sí, no le extrañaría que conociese su nombre-. Si no consigues ayuda para Sabra, te arrepentirás de ello durante el resto de tu vida. -La escuchaba, de modo que decidió aprovechar su apreciable indecisión-. Supongo que el niño es tuyo.

– ¿Qué demonios se cree? Claro que es mío.

– Entonces estoy segura de que su bienestar te preocupa tanto como el de Sabra. Necesita asistencia médica.

– No le hagas caso, Ronnie -dijo Sabra con voz débil-. El dolor va mejor. Tal vez fuera una falsa alarma y nada más. Estaré bien si puedo descansar un poco.

– Puedo llevarte a un hospital. Tiene que haber alguno por aquí cerca.

– ¡No! -Sabra se sentó y le agarró por los hombros. Lo descubriría. Vendría a por nosotros. No. Esta noche seguiremos conduciendo hasta llegar a México. Podemos conseguirlo, ahora que tenemos algo de dinero.

– Podría llamar a mi padre…

Ella negó con la cabeza.

– A estas alturas, es probable que papá haya ya contactado con él. Que lo haya sobornado o algo por el estilo. Lo haremos solos, Ronnie, lo quiero así. Ayúdame a incorporarme. Vamonos de aquí. -Pero le sobrevino otro dolor mientras luchaba por levantarse y se llevó la mano al abdomen-. ¡Oh, Dios mío, oh, Dios mío!

– Esto es una locura. -Antes de que a Tiel le diese tiempo de procesar la orden emitida por su cerebro, ya estaba en pie.

– ¡Oiga, usted! -gritó Ronnie-. Vuelva al suelo.

Tiel le hizo caso omiso, pasó por su lado y se agachó junto a la chica.

– ¿Sabra? -Le cogió la mano-. Apriétame la mano hasta que pase el dolor. Eso te ayudará.

Sabra le cogió la mano con tanta fuerza que Tiel temió que le hiciese picadillo los huesos. Pero lo aguantó, y juntas superaron la contracción. Cuando las facciones de la chica empezaron a relajarse, Tiel susurró:

– ¿Mejor ahora?

– Hmm. -Entonces, presa del pánico, preguntó-: ¿Dónde está Ronnie?

– Está aquí.

– No te abandonaré, Sabra.

– Creo -dijo Tiel- que deberías decirle que llamara a urgencias.

– No.

– Pero corres peligro, y también el bebé.

– Nos encontraría. Nos atraparía.

– ¿Quién? -preguntó Tiel, aun sabiéndolo. Russell Dendy. Tenía reputación de ser un implacable hombre de negocios. Por lo que sabía de él, Tiel no se lo imaginaba más flexible en sus relaciones personales.

Habló entonces Ronnie, rudamente:

– Vuelva con los demás, señora. Eso no le importa.

– Ha empezado a importarme desde el momento en que me has apuntado con una pistola y has amenazado mi vida.

– Vuelva allí.

– No.

– Mire, señora…

Vaciló al ver que un coche estacionaba en el aparcamiento. La luz de los faros barrió el establecimiento.

– ¡Maldita sea! ¡Oiga, señora! -Se acercó a la cajera y la sacudió con la punta del zapato-. Levántese. Apague las luces y cierre la puerta con llave.

La mujer negó con la cabeza, rehusando hacer caso de lo que le decía, a pesar de lo precario de la situación.

– Haga lo que dice -le dijo la anciana, que seguía a su lado-. No nos pasará nada si hacemos lo que nos dice.

– ¡Rápido! -El coche acabó deteniéndose junto a uno de los surtidores de gasolina-. Apague las luces y cierre la puerta.

La mujer se puso en pie, tambaleándose.

– Se supone que no debo cerrar hasta las once. Faltan todavía diez minutos.

De no haber sido tan tensas las circunstancias, Tiel se habría reído de su observancia ciega de las reglas.

– Apagúelas ahora mismo. Antes de que salga del coche -dijo Ronnie.

Avanzó hacia el mostrador, con los zuecos golpeándole los talones. Las luces del exterior se apagaron con sólo tocar un interruptor.

– Ahora cierre la puerta.

Sin que cesase su clic-clac, se dirigió hacia otro panel de control situado detrás del mostrador y le dio a otro interruptor. Las puertas se cerraron electrónicamente con un sonoro crujido.

– ¿Cómo se abren? -le preguntó Ronnie.

Era un chico listo, pensó Tiel. No quería quedarse atrapado dentro.

– Sólo con darle de nuevo al interruptor -respondió la cajera.

El vaquero y los dos mexicanos seguían tendidos en el suelo bocabajo y con las manos en la nuca. El hombre que se estaba acercando a la puerta no podía verlos. Tiel y Sabra, en un pasillo situado entre dos hileras de estanterías, quedaban también fuera de su campo de visión.

– Que nadie se mueva. -Ronnie se agachó sobre la mujer de más edad y la agarró por el brazo para levantarla.