Dije que sí con la cabeza.
Se acabó el café y dejó la taza en el fregadero. Me abrazó con fuerza y me besó.
Dije «vaya» otra vez. Ahora con más sentimiento. Morelli sí que sabía besar.
Cogió la pistola de la repisa de la cocina y se la encajó en la cintura.
– Hoy me llevaré la Ducati y te dejo la camioneta. Y cuando vuelva del trabajo tenemos que hablar.
– Madre mía. Más charlas. Hablar nunca nos lleva a nada.
– Vale, a lo mejor no deberíamos hablar. A lo mejor sólo deberíamos dedicarnos al sexo salvaje.
Por fin, un deporte que me gustaba.