– ¿Te has enterado del incendio? -preguntó la abuela-. ¿Sabes algo al respecto?
– ¿Qué incendio?
– El bar de Steven Soder quedó reducido a cenizas anoche. Para ser exactos tendría que decir que esta mañana, puesto que el fuego empezó después de cerrar. Lorraine Zupek acaba de llamarme. Ya sabes que su nieto es bombero. Le ha contado que todos los coches de bomberos de la ciudad acudieron allí, pero que no pudieron hacer nada. Creo que sospechan que ha podido ser intencionado.
– ¿Ha habido algún herido?
– Lorraine no me lo ha dicho.
Me metí un puñado de patatas fritas en la boca y puse en marcha el coche. Quería ver personalmente el lugar del siniestro. No estaba segura de por qué. Supongo que por curiosidad morbosa. Si Soder tenía socios, la cosa no era del todo inesperada. Era bien sabido que los socios solían aparecer por el negocio, le sacaban hasta el último céntimo y luego acababan por cargárselo.
Tardé veinte minutos en cruzar la ciudad. La policía había cortado la calle del La Zorrera, así que aparqué a dos manzanas de allí y fui andando. Todavía quedaba un camión de bomberos por allí y un par de coches patrulla de la policía estaban aparcados junto a la acera. Un fotógrafo del Trenton Times hacía fotos. No habían puesto cinta de policía, pero los agentes se encargaban de mantener a los mirones a distancia.
La fachada de ladrillos estaba ennegrecida. Las ventanas habían desaparecido. Encima del bar había dos plantas de apartamentos. Habían quedado destruidas por completo. El agua sucia se acumulaba en la calzada y en las aceras. La manguera del camión cisterna que quedaba desaparecía en el interior del edificio, pero no estaba funcionando.
– ¿Ha habido algún herido? -pregunté a uno de los espectadores.
– Parece ser que no -dijo-. El bar ya había cerrado. Y los apartamentos estaban vacíos. Incumplían algunas normas y los estaban reformando.
– ¿Saben cómo empezó el fuego?
– No lo han explicado.
No reconocí a ninguno de los polis ni de los bomberos. No vi a Soder por ninguna parte. Eché un último vistazo y me largué. Lo siguiente que quería hacer era pasarme un momento por la oficina. A estas alturas Connie ya debería tener un completísimo informe sobre Evelyn.
– Jesús -dijo Lula al verme entrar-, no tienes muy buena pinta.
– Resaca -expliqué-. Me encontré con Ranger después de dejar a Kloughn y nos tomamos un par de copas de vino.
Connie y Lula dejaron lo que estaban haciendo y se me quedaron mirando.
– ¿Y bien? -dijo Lula-. ¿No te vas a parar ahí, verdad? ¿Qué pasó?
– No pasó nada. Yo estaba un poco asustada con lo de las arañas y todo eso, así que Ranger subió a mi casa para ver si estaba todo en orden. Tomamos un par de vinos y se fue.
– Ya, pero ¿qué me cuentas de la parte que va entre las copas y el se fue? ¿Qué pasó en ese rato?
– No pasó nada.
– Espera un momento -dijo Lula-. ¿Me estás diciendo que tenías a Ranger en el apartamento, los dos bebiendo vino, y no pasó nada? ¿Nada de jugueteo?
– Eso no tiene sentido -dijo Connie-. Cada vez que os encontráis en la oficina, te mira como si fueras el almuerzo. Tiene que haber alguna explicación. Tu abuela estaba presente, ¿verdad?
– Sólo estábamos nosotros dos. Ranger y yo solos.
– ¿Le desmotivaste? ¿Le pegaste o algo así? -preguntó Lula.
– Nada de eso. Estuvimos tan amigos -de un modo tenso e incómodo.
– Amigos -repitió Lula-. Ya.
– ¿Y a ti eso qué te parece? -preguntó Connie.
– No lo sé -dije-. Supongo que ser amigos está bien.
– Sí, sólo que estar desnudos y sudorosos estaría mejor -dijo Lula.
Todas nos quedamos pensándolo durante un momento.
Connie se abanicó con un bloc de notas.
– ¡Fuíu! -dijo-. Qué calentón.
Me resistí a mirar si los pezones se me habían puesto duros.
– ¿Ha llegado el informe de Evelyn?
Connie rebuscó entre la pila de carpetas que se amontonaban en su mesa y sacó una.
– Ha llegado esta misma mañana.
Me dio la carpeta y leí la primera página. Pasé a la segunda.
– No dice mucho -dijo Connie-. Evelyn siempre estuvo muy cerca de su casa. Incluso de pequeña.
Metí la carpeta en el bolso y miré a la cámara de vídeo.
– ¿Está Vinnie?
– Todavía no ha llegado. Probablemente tenga a Candy inflándole el ego -dijo Lula.
9
CUANDO LLEGUÉ AL COCHE, volví a repasar el expediente de Evelyn. Algunos datos me parecieron indiscretos, pero estamos en la era de la información al alcance de todos. El expediente contenía informes bancarios y el historial médico. Nada de aquello me pareció de gran ayuda.
Unos golpecitos en la ventanilla del copiloto me distrajeron del informe. Era Morelli. Le abrí y se sentó a mi lado.
– ¿Resaca? -preguntó, aunque era más una afirmación que una pregunta.
– ¿Cómo lo sabes?
Señaló la bolsa de comida rápida.
– Coca-Cola y patatas fritas de McDonald's para desayunar. Círculos oscuros debajo de los ojos. Y un pelo infernal.
Me examiné el pelo en el retrovisor. Ay.
– Anoche me pasé con el vino.
Se quedó asimilándolo. No dijimos nada durante unos segundos. Yo no quería contarle nada más. El no preguntó.
Miró el expediente que llevaba en la mano.
– ¿Te vas acercando a Evelyn?
– He hecho algunos progresos.
– ¿Te has enterado de lo del bar de Soder?
– Ahora vengo de allí -dije-. Tenía mala pinta. Afortunadamente no había nadie en el edificio.
– Sí, pero, de momento, no sabemos dónde está Soder. Su chica dice que no volvió a casa.
– ¿Crees que podía estar en el bar cuando empezó el incendio?
– Los chicos están revisándolo todo. Tienen que esperar a que se enfríe el edificio. Hasta el momento no hay ni rastro de él. He pensado que te gustaría saberlo -Morelli tenía la mano en la manilla de la puerta-. Ya te diré si le encontramos.
– Espera un minuto. Tengo que hacerte una pregunta teórica. Imagínate que estuvieras viendo la televisión conmigo. Y que yo me tomara un par de vinos y me quedara dormida. ¿Intentarías hacerme el amor de todas formas? ¿Harías una pequeña exploración mientras estuviera dormida?
– ¿Qué estábamos viendo? ¿La final?
– Ya te puedes ir -dije.
Morelli sonrió y salió del coche.
Marqué el número de Dotty en mi móvil. Estaba deseando contarle las noticias sobre el bar y la desaparición de Soder. El teléfono sonó varias veces y saltó el contestador. Le dejé un mensaje para que me devolviera la llamada y lo intenté en el número del trabajo. Allí me salió su buzón de voz. Dotty estaba de vacaciones y volvería dentro de dos semanas.
El mensaje del buzón de voz me produjo una extraña reacción en el estómago. Busqué un nombre para aquella reacción y el único que se le aproximaba era el de inquietud.
En menos de una hora estaba delante de la casa de Dotty. No se veía ni rastro de Jeanne Ellen. Y en la vivienda no había ni rastro de vida. Ni coche en la entrada. Ni puertas ni ventanas abiertas. No tiene nada de raro, me dije a mí misma. Los niños deberían estar en el colegio y en la guardería a esas horas. Y Dotty probablemente habría ido a hacer la compra.
Me acerqué a la puerta y llamé al timbre. No hubo respuesta. Miré por la ventana de la fachada. La casa parecía serena. No había ni una luz encendida. La televisión no emitía su alboroto. No había niños corriendo. Aquella rara sensación volvió a apoderarse de mi estómago. Algo iba mal. Rodeé la casa y miré por la ventana de atrás. La cocina estaba limpia. No había restos de desayuno. No había cuencos en el fregadero. Ni cajas de cereales abandonadas. Intenté girar el pomo de la puerta. Cerrada. Llamé con los nudillos. No obtuve respuesta. Y de repente me di cuenta: no estaba el perro. Tendría que estar correteando por ahí, ladrándole a la puerta. La casa era de una sola planta. La rodeé por completo mirando por todas las ventanas. El perro no estaba.
Bueno, o sea, que está paseando al perro. O a lo mejor se lo ha llevado al veterinario. Probé con las dos vecinas más próximas a Dotty. Ninguna de ellas sabía qué había sido de Dotty y el perro. Ambas habían notado su ausencia aquella mañana. Había un consenso general en que Dotty y su familia habían dejado la casa durante la noche.
Ni Dotty. Ni el perro. Ni Jeanne Ellen. Ahora tenía otro nombre para la sensación del estómago: pánico; miedo. Y un poco de náuseas, por la resaca.
Volví al coche y me quedé un rato delante de la casa, intentando asimilar todo aquello. En un momento dado miré el reloj y me di cuenta de que había pasado una hora. Me imagino que tenía la esperanza de que Dotty regresara. Y me imagino que sabía que no iba a ocurrir.