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Saqué una cerveza del frigorífico y me tiré delante del televisor. Recorrí todas las cadenas buscando algo interesante, pero no encontré nada. Tenía la foto de Evelyn y Annie delante de mí. Estaban juntas, de pie, con aire de felicidad. Annie tenía el pelo rizado y rojizo, y la piel clara de las pelirrojas naturales. Evelyn llevaba el pelo castaño recogido hacia atrás. El maquillaje, clásico. Sonreía, pero no lo suficiente como para que se le marcaran los hoyuelos.

Una madre y su hija… y yo tenía que encontrarlas.

Cuando, a la mañana siguiente, entré en la oficina de fianzas, Connie Rosolli tenía un donut en una mano y una taza de café en la otra. Empujó la caja de donuts con el codo por encima de su mesa y el azúcar glaseado del que se iba a comer le cayó sobre las tetas.

– Cómete un donut -dijo-. Tienes pinta de necesitarlo.

Connie es la secretaria de dirección. Se encarga de los gastos menores y lo hace muy sensatamente, comprando donuts y carpetas de archivo, y financiando alguna excursión esporádica a Atlantic City para apostar. Eran las ocho y unos minutos y Connie estaba lista para empezar el día: los ojos delineados, las pestañas cubiertas de rímel, los labios pintados de rojo brillante y el pelo rizado formando un gran matojo alrededor de la cara. Yo, por el contrario, dejaba que el día me fuera ganando la partida. Llevaba el pelo recogido en una coleta desmadejada y mis ya habituales vaqueros, camiseta y botas. Aquella mañana me había parecido que acercarme el cepillo de rímel a los ojos podía resultar una maniobra peligrosa, así que iba con la cara lavada.

Tomé un donut y miré alrededor.

– ¿Dónde está Lula?

– Llega tarde. Ha estado llegando tarde toda la semana. Aunque tampoco es que importe mucho.

Contrataron a Lula para que se encargara del archivo, pero la verdad es que hace lo que le da la gana.

– Oye, que te he oído -dijo Lula entrando por la puerta-. ¿No estarás hablando de mí? Llego tarde porque estoy yendo a la escuela nocturna.

– Vas un día a la semana -dijo Connie.

– Sí, pero tengo que estudiar. No es nada fácil esa mierda. Además, no se puede decir que mi experiencia como puta me ayude especialmente. No creo que el examen final vaya a tratar de cómo hacer trabajitos manuales.

Lula es unos centímetros más baja que yo, y un montón de kilos más gorda. Se compra la ropa en el departamento de tallas pequeñas y luego se embute en ella como puede. En otras no resultaría bien, pero en Lula sí. Lula se embute en la vida.

– ¿Qué hay de nuevo? -dijo-. ¿Me he perdido algo?

Le entregué a Connie el recibo de la entrega de Paulson.

– Chicas, ¿alguna de vosotras sabe algo de fianzas de custodia infantil?

– Son relativamente recientes -dijo Connie-. Vinnie todavía no las gestiona. Son muy arriesgadas. Sebring es el único que las acepta en esta zona.

– Sebring -dijo Lula-. ¿No es el tío de las piernas estupendas? He oído decir que tiene unas piernas como las de Tina Turner -se miró las piernas-. Mis piernas son del color apropiado, sólo que tengo más cantidad.

– Las piernas de Sebring son blancas -dijo Connie-. Y creo que le van bien para correr detrás de las rubias.

Le di el último bocado a mi donut y me limpié las manos en los pantalones vaqueros.

– Tengo que hablar con él.

– Hoy estarás a salvo -dijo Lula-. No sólo no eres rubia; además hoy no estás precisamente arrebatadora. ¿Has pasado una mala noche?

– No se me dan bien las mañanas.

– Es por tu vida amorosa -dijo Lula-. Como no tienes vida amorosa, no hay razón para que sonrías. Te estás abandonando, eso es lo que pasa.

– Podría tener mucha si quisiera.

– Y, ¿entonces?

– Es difícil de explicar.

Connie me dio un cheque por la captura de Paulson.

– No estarás pensando en irte a trabajar con Sebring, ¿verdad?

Les conté lo de Evelyn y Annie.

– Quizá debería acompañarte a hablar con Sebring -dijo Lula-. Puede que consigamos que nos enseñe las piernas.

– No hace falta -dije-. Puedo arreglármelas sola.

Y no tenía ningún interés en verle las piernas a Les Sebring.

– Fíjate. Ni siquiera he soltado el bolso -dijo Lula-. Estoy lista para salir.

Lula y yo nos miramos fijamente un instante. Yo iba a perder. Lo veía venir. Lula había decidido venirse conmigo. Probablemente no quería quedarse en el archivo.

– Vale -dije-, pero nada de tiros, nada de empujones y nada de pedirle que se levante la pernera del pantalón.

– Pones demasiadas condiciones -dijo Lula.

Atravesamos la ciudad en el CR-V y aparcamos cerca del edificio de Sebring. La oficina de fianzas estaba en la planta baja y Sebring tenía su despacho encima.

– Igual que Vinnie -dijo Lula mirando con admiración el suelo enmoquetado y las pareces recién pintadas-. Sólo que aquí parece que trabajan seres humanos. Y mira qué sillas para que se siente la gente… ni siquiera tienen manchas. Y su recepcionista tampoco tiene bigote.

Sebring nos acompañó a su despacho privado.

– Stephanie Plum. He oído hablar de ti -dijo.

– El incendio de la funeraria no fue culpa mía -dije-. Y casi nunca disparo a la gente.

– Nosotras también hemos oído hablar de ti -intervino Lula-. Nos han dicho que tienes unas piernas estupendas.

Sebring llevaba un traje gris plata, camisa blanca y corbata de rayas rojas, blancas y azules. Emanaba respetabilidad desde la punta de sus brillantes zapatos negros hasta la coronilla del pelo blanco y bien cortado. Y detrás de su cortés sonrisa de político, tenía pinta de no pasar ni una tontería. Hubo un momento de silencio mientras observaba a Lula. Luego se levantó la pernera de los pantalones.

– Fíjate bien en estos remos -dijo.

– Seguro que vas al gimnasio -dijo Lula-. Tienes unas piernas excelentes.

– Quería hablar contigo de Mabel Markowitz -dije a Sebring-. La has llamado respecto a una fianza de custodia infantil.

Asintió.

– Lo recuerdo. Hoy he mandado a otra persona para que hable con ella. Hasta el momento no ha colaborado mucho.

– Vive al lado de mis padres y no creo que sepa adonde han ido su nieta y su bisnieta.

– Mal asunto -dijo Sebring-. ¿Sabes algo sobre las fianzas de custodia infantil?

– No mucho.

– La AAFP, que como sabes es la Asociación de Agentes de Fianzas Profesionales, colaboró con el Departamento de Niños Desaparecidos y Explotados para poner en marcha una normativa que evitara que los padres secuestraran a sus propios hijos. Es una idea muy sencilla. Si se cree que existe la posibilidad de que uno o ambos padres vayan a llevarse a sus hijos a paradero desconocido, el tribunal puede imponer una fianza en efectivo.

– O sea, que es como una fianza de comparecencia, pero es al niño al que se considera en peligro.

– Con una gran diferencia -continuó Sebring-. Cuando un avalista se hace cargo de la fianza de un delincuente y el acusado no se presenta al juicio, la fianza se paga al tribunal. Luego, el avalista puede perseguir al acusado y entregarlo al tribunal y, con un poco de suerte, éste le reembolsará la fianza. En el caso de la fianza de custodia infantil, el avalista tiene que entregar la fianza al padre o madre engañado. Presuntamente, el dinero se utilizará para buscar al niño.

– De manera que, si la fianza no es suficiente para disuadir a los padres de la idea del secuestro, al menos hay dinero para contratar a un profesional que busque al niño -dije.

– Exactamente. El problema es que, al contrario que en las fianzas de comparecencia, el agente de la custodia infantil no tiene derecho legal de buscar al niño. El único recurso que tiene el agente de fianzas de custodia infantil para recuperar su pérdida es embargar las propiedades o el dinero que se haya puesto como aval de la fianza. En este caso, Evelyn Soder no tenía dinero en efectivo para avalar su fianza. Por eso acudió a nosotros y ofreció la casa de su abuela como garantía de nuestro pago. Nuestra esperanza es que cuando llamemos a la abuela y le digamos que empiece a hacer las maletas, ella revelará el lugar en el que se encuentra la niña desaparecida.

– ¿Le han entregado ya el dinero a Steven Soder?

– Se le hará entrega del dinero dentro de tres semanas.

O sea, que me quedaban tres semanas para encontrar a Annie.

2

Ese Les Sebring parece un buen tío -dijo Lula una vez que hubimos vuelto a mi CR-V-. Estoy segura de que ni siquiera se lo monta con animales de granja.

Lula se estaba refiriendo al rumor de que mi primo Vinnie había mantenido en otros tiempos una relación sentimental con un pato. Aquel rumor nunca fue ni confirmado ni desmentido oficialmente.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Lula-. ¿Qué es lo siguiente de la lista?

Eran poco más de las diez. El bar restaurante de Soder, La Zorrera, ya estaría abriendo para la hora del almuerzo.