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Deptford suspiró.

—Lo sé. ¿Cómo se lo toma él?

—No puedo decírselo. Cuando uno de nuestros hombres pasa al otro lado de la frontera, dispone siempre de una historia bien urdida. Es un mecánico de automóviles, un panadero o un conductor de tranvías. Y si es uno de nuestros buenos hombres, y para los asuntos importantes sólo enviamos a los mejores, entonces, no importa lo que suceda, no importa lo que hagan, sigue siendo un panadero o un conductor de tranvías. Se muestra tan perplejo como se mostraría un verdadero conductor de tranvías. Si es necesario, sangra, chilla y muere como un conductor de tranvías.

—Sí — dijo con voz tranquila Deptford —. SI, así es. ¿Supone usted que Azarín se pregunta alguna vez si quizá ese hombre es un agente o realmente es un conductor de tranvía?

—Tal vez lo hace, señor. Pero no puede siempre obrar como si lo hiciese, pues de otra manera no podría llevar a cabo su tarea.

—De acuerdo, Shawn. Pero hemos de tener resuelto el caso pronto.

—Lo sé.

Al cabo de un rato. Deptford preguntó:

—¿He sido bastante rudo con usted, ¿verdad, Shawn?

—Algo.

—Usted siempre ha resuelto los asuntos para mí.

La voz de Deptford fue serena, y después Rogers oyó el peculiar ruido de los resecos labios de un hombre cuando abrió la boca para humedecerlos.

—Muy bien. Explicaré la situación a los jefes, y usted haga lo que pueda.

—Sí, señor. Gracias.

—Buenas noches, Shawn. Vuelva a dormirse, si puede.

—Buenas noches, señor.

Rogers colgó. Sentado, miró la oscuridad que había en torno a sus pies. «Es extraño», pensó. «Deseé tener una educación, y mi familia vivía a media manzana de distancia de los muelles de Brooklyn. Deseaba ser capaz de saber lo que era imperativo categórico y reconocer una cita de Byron cuando la oyese. Deseaba llevar una chaqueta de tweed y fumar una pipa bajo un roble cualquier parte. Y, durante los veranos, mientras asistía a la escuela superior, trabajaba para una compañía de seguros y en tal sentido hacía investigaciones sobre ciertas reclamaciones. Así, cuando se me presentó la oportunidad de aspirar a beca del G.N.A., no la desaproveché, me incorporaron a los que se sometían a un interinato para el departamento de Seguridad. Y aquí estoy, sin haber pensado jamás en ello de una manera u otra. Tengo una buena hoja de servicios, condenadamente buena. Pero ahora me pregunto si no hubiera hecho mucho mejor en dedicarme a cualquier otra cosa.»

Después, lentamente se puso los zapatos, se acercó a la mesa y encendió la luz.

La semana estaba a punto de terminar. Comenzaban a saber cosas, pero ninguna de ellas les era la más leve utilidad.

Barriston depositó sobre la mesa de Rogers los primeros bocetos de ingeniería.

—Creemos que así es como trabaja su cabeza. Es una cosa difícil, puesto que no nos es posible emplear los rayos X.

Rogers miró el boceto y gruñó. Barriston comenzó a indicar algunos detalles específicos, usando el tallo de su pipa para ello.

—Este es el montaje de sus ojos. Tiene visión binocular con enfoque servomotorizado y giratorio. Los motores son accionados por esta pila en miniatura que hay aquí, en la cavidad de su pecho. Lo mismo ocurre con el resto de sus componentes artificiales. Es interesante hacer notar que tiene una completa selección de filtros para los cristalinos de sus ojos. Se los han hecho castaños. De esta manera puede ver el infrarrojo si lo desea.

Rogers escupió una hebra de tabaco que se le había quedado adherida al labio inferior.

—Eso es interesante.

Barrister dijo:

—Aquí, a cada lado de los dos ojos hay dos pickups acústicos. Son sus orejas. Sin duda consideraron que era mejor reunirlos para que ambas funciones quedaran albergadas en esta apertura central del cráneo. Es direccional, pero no tan efectivo como Dios se propuso. Hay algo más el ventanillo que cierra esta apertura es completamente duro, acorazado, para proteger todos esos delicados componentes. El resultado es que se queda sordo cuando cierra los ojos. Probablemente a causa de ello duerme con mayor reposo.

—Cuando no finge pesadillas, si.

—O cuando no las tiene. — Barrister se encogió de hombros —. Eso no es de mi competencia.

—Desearía que tampoco fuese de la mía. Y ahora, ¿qué me dice de este otro agujero?

—¿De su boca? Bien, sobre la mandíbula operable hay otra falsa y fija, probablemente para proteger el mecanismo. Sus verdaderas mandíbulas, los dientes y, sus conductores salivares son artificiales. Su lengua no lo es. El interior de la boca es un material plástico, Teflón probablemente, o algún otro de su especie. A mis hombres les está resultando bastante difícil demostrarlo para someterlo a análisis. Pero él se muestra cooperante en lo que se refiere a dejarnos extraer muestras.

Rogers se lamió los labios.

—Muy bien, de acuerdo — dijo bruscamente —. ¿Pero qué relación tiene todo eso con su cerebro. Cómo lo opera?

Barrister sacudió la cabeza.

—No lo sé. Lo usa todo como si hubiera nacido con ello, de manera que hay alguna clase de relación entre sus centros nerviosos voluntarios y autónomos. Pero no sabemos aún exactamente cómo está hecho. Como le he dicho, se muestra cooperante, pero yo no soy el hombre indicado para comenzar a desmontar todo eso, puesto que con toda seguridad no sabría volver a montarlo otra vez. Todo cuanto sé es que en alguna parte, detrás de esa maquinaria, un cerebro humano funciona en el interior de ese cráneo. Cómo lo han hecho los soviéticos es una cuestión muy diferente. Tiene que recordar que llevan mucho tiempo realizando esta clase de cosas.

Colocó otra hoja encima de la primera, sin prestar atención a la palidez en la cara de Rogers.

—He aquí su central eléctrica. En el dibujo está hecha de un modo basto, pero creemos que es sencillamente una ordinaria pila de bolsillo. Se halla localizada en el lugar donde están sus pulmones, próxima al fuelle que opera sus cuerdas vocales y el más ingenioso circulador de oxígeno del que yo he oído hablar. Proporciona energía eléctrica, por supuesto, y acciona su brazo, sus mandíbulas, su equipo audiovisual y todo lo demás.

—¿Se halla bien protegida la pila?

Barrister permitió que una considerable cantidad de admiración profesional se trasluciera en su voz.

—Lo suficiente bien para que podamos aplicarle los rayos X turbios. Hay una cierta pérdida de corriente, desde luego. Morirá dentro de unos quince años.

—Hum.

—Bien, hombre, si a ellos les hubiese preocupado el que viva o muera, nos habrían proporcionado fotocalcos azules.

—Lo único que a ellos les preocupa es el tiempo. Y si el hombre no es Martino, quince años pueden ser más que suficientes para ellos.

—¿Y si es Martino?

—Si es Martino, y si han logrado atraerlo con algunas de sus persuasiones, entonces quince años pueden ser más que suficientes para ellos.

—¿Y si es Martino y no han logrado atraérselo? Y si tras su nueva armadura, ¿sigue siendo el mismo hombre que siempre fue? ¿Y si no es el Hombre de Marte? ¿Y si es simplemente Lucas Martino, físico?

Rogers sacudió la cabeza lentamente.

—No lo sé. Me estoy quedando sin ideas para dar respuestas rápidas. Pero tenemos que descubrirlo. Antes de que sea demasiado tarde. Tal vez consigamos descubrir todo cuanto ha hecho o sentido, todo cuanto ha hablado y a quién, todo cuanto ha pensado.

CAPITULO II

Lucas Martino nació en el hospital de la ciudad más próxima a la granja de su padre. Su madre quedó incapacitada después del parto, y de esta manera él fue a la vez el hijo mayor y el único hijo de Matteo y Serafina Martino, granjeros de Milano, cerca de Bridgetown, New Jersey. El nombre se lo impusieron en honor del tío que en 1947 pagó a sus padres el pasaje a los Estados Unidos y les prestó dinero para que establecieran la granja.