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– No te equivoques -masculló, sentándose-. Una «mera asalariada», eso es exactamente lo que eres.

Agarró el abrecartas y siguió con el correo. Se dijo que el problema no era ser asalariada, sino tratar con gente grosera como Bianca, que la trataba con desprecio y superioridad porque le pagaban por contestar el teléfono.

Sin embargo, Kelly había filtrado a menudo ese tipo de llamadas de mujeres petulantes sin que la afectaran lo más mínimo.

– No te importaría tanto si no te hubieras acostado con él -susurró, colocando varias cartas en una carpeta para que Brandon las revisara. Arrugó la frente, preguntándose si, de repente, Brandon le importaba demasiado. No lo creía. Le importaba sí, pero desde luego no lo amaba. No podía permitir que eso ocurriera. Habían hablado del tema, le había asegurado que no se enamoraría de él y, además, ¡no era tonta!

Aun así, era lógico, tras haber pasado una noche haciendo las cosas más íntimas que podían hacer un hombre y una mujer juntos. Pero se le pasaría, pronto, o se daría de patadas por su estupidez.

Sonó el teléfono. Deseando que no fuera Bianca, contestó con su tono más profesional.

– Hola, Kelly. Soy Sally Duke.

– Hola, señora Duke -Kelly se relajó. La madre de Brandon era siempre amable y encantadora-. ¿Cómo está?

– Muy bien, cielo. Estoy deseando verte este fin de semana.

– Y yo a usted -abrió una de las carpetas que tenía delante-. Tengo aquí su itinerario y veo que llegará el viernes, alrededor de las dos. La limusina estará esperando en el aeropuerto. ¿Ha hecho Brandon la reserva para cenar?

– Eso espero. ¿Te importaría confirmarlo?

– En absoluto. No hay nada apuntado, pero le preguntaré a Brandon cuando acabe su conferencia telefónica. Me aseguraré de que está organizado.

– Lo sé. Tengo que admitir que me hace ilusión -dijo Sally-. Hay cientos de restaurantes fabulosos en Napa que me encantaría probar.

– A mí también.

– Kelly, cariño, ¿algo va mal? Suenas rara.

– No, estoy bien. O lo estaré pronto -le aseguró Kelly. Que la madre del jefe notara que estaba tristona era mala señal-. Acabo de ocuparme de algo desagradable.

– ¿Algo o alguien?

– Nada importante -Kelly suspiró, sabiendo que había dicho demasiado.

– Ah, es alguien -adivinó Sally-. Crié a tres chicos. Aprendí a leer entre líneas.

Kelly se rio. No quería involucrar a la señora Duke en sus problemas, así que cambió de tema.

– Veo que Brandon, usted y sus amigas visitarán las bodegas el sábado. Eso será divertido.

– Lo pasaremos de miedo -dijo Sally, jovial-. Kelly, el sábado por la noche cenaremos en el restaurante del hotel. Adam, Cameron y sus esposas estarán allí, y sería maravilloso que te unieras a nosotros. Si estás libre, claro. Nos ayudas mucho y ya te consideramos parte de la familia.

A Kelly se le llenaron los ojos de lágrimas. Su madre había muerto cuando ella tenía doce años, y seguía echándola de menos a diario. Su padre estaba vivo, pero residía en Vermont, cerca de sus otras dos hijas y sus familias.

– Que yo sepa, estoy libre. Y me encantaría cenar con todos. Muchas gracias por invitarme -de repente, pensaron que tal vez Brandon iría con una mujer, pero se dijo que no importaba. La había invitado su madre.

– Fantástico -exclamó Sally-. Por cierto, ¿qué tal tu viaje al centro termal? ¿Cumplieron todo lo prometido?

– Fue una maravilla. Muchas gracias por recomendármelo.

– Yo lo pasé de fábula allí el año pasado -dijo Sally-. Cuando mencionaste que te apetecía renovar tu imagen, me pareció el lugar perfecto.

– Lo fue.

– Me alegro. Estoy deseando ver los cambios.

Acabaron la conversación y Kelly pasó el resto de la mañana contestando correos electrónicos y organizando conferencias telefónicas para futuros proyectos. Cualquier cosa era mejor que pensar en Brandon y en lo que habían hecho juntos la noche anterior y esa mañana. Le resultaba imposible pensar a derechas cuando recordaba su forma de tocarla, su manera de acelerar el ritmo dentro de ella, la calidez de su aliento en la piel.

– Ay, Dios -tragó aire. Tenía que centrarse en el trabajo, pero no podía. Siguió soñando despierta con lo que Brandon le había hecho sentir, las palabras que le había susurrado al oído y las cimas de placer que le había ayudado a escalar.

Miró la luz roja del teléfono y agradeció que Brandon siguiera en conferencia. Si la viese en ese momento, adivinaría lo que había estado pensando y seguramente la acusaría de enamorarse de él. Pero no había nada más lejos de la verdad. De ningún modo iba a enamorarse de Brandon Duke.

Se obligó a concentrarse y adelantó bastante en la hora siguiente. Aun así, cada pocos minutos se descubría imaginándose en sus brazos. Pasó parte de la hora del almuerzo ante el escritorio, comiendo un sándwich y pagando facturas. Brandon tenía una reunión fuera de la oficina así que, después de comer, Kelly dejó todos los mensajes en su escritorio y aprovechó para ir a dar un paseo por el camino enladrillado que rodeaba los viñedos.

Miró las seis plantas escalonadas de suites con terraza, situadas en la ladera. Después echó un vistazo a las sofisticadas casitas de dos dormitorios que había salpicadas por la colina. No podía evitar sentirse orgullosa del pequeño pero importante papel que había jugado en el desarrollo del lujoso Mansion Silverado Trail.

Con sus paredes de estuco cubiertas de hiedra y de estilo mediterráneo, el complejo era una fusión del encanto del viejo mundo y de elegancia moderna. El restaurante ya había sido galardonado con tres estrellas por una famosa guía de viaje.

En tres días, llegarían los primeros huéspedes para el fin de semana de la gran inauguración, que incluía participación en la vendimia y en el festival de otoño. Habría cenas deliciosas, catas de vino y una gala de celebración el sábado por la noche.

Kelly llevaba meses trabajando en los actos y consideraba el proyecto como su bebé. Había cuidado cada detalle.

Pero desde el inicio del proyecto, se habían producido varios cambios en su vida. El primero era que no había contado con ver a Roger.

Un cambio aún más importante era que jamás se había imaginado teniendo una aventura con Brandon Duke, y la tenía. Sabía que iba a necesitar toda su inteligencia, discreción y buen juicio para superar la semana trabajando mano a mano con él. Además, tendría que tener especial cuidado para que ni el personal del hotel ni la familia de Brandon sospecharan nada.

No creía que fuera a ser un problema. Habían decidido poner fin a la aventura cuando llegara la familia de Brandon. Entonces lidiaría con Roger.

Inspiró el aire fresco y miró a su alrededor. En California, con las colinas siempre verdes y clima templado hasta en invierno, los indicios de la llegada del otoño eran sutiles: el moteado de las hojas, un rastro de mezquite en el aire, el juego de luces y sombras en las montañas al atardecer.

Le gustaba mucho Napa, pero no le importaría volver a Dunsmuir Bay pasadas unas semanas. Tenía un bonito apartamento dúplex con vistas a la bahía y buenos amigos a los que les alegraría ver. Y, por supuesto, adoraba su trabajo y su espaciosa oficina en la sede de Duke.

Cuando estuviera en casa, el Proyecto Roger habría concluido. Planeaba empezar a salir con hombres cuanto antes, y no volvería a acostarse con Brandon. Sobre todo porque no quería poner en peligro su excelente empleo, era imperativo que volviera a ser la ayudante práctica, profesional y bien organizada que Brandon se merecía.

Eso implicaba no más sexo con Brandon.

Decidió utilizar esas palabras como mantra porque se harían realidad en muy pocos días. «No más sexo con Brandon», repitió con firmeza, emprendiendo el camino de vuelta a la oficina.