Выбрать главу

Pero desde que Brandon pasaba las noches en su cama, había empezado a aparecer en sus sueños durante las horas de trabajo. Si no tenía cuidado, acabaría suspirando como una adolescente cada vez que él pasara junto a su escritorio.

No podía olvidar que habían establecido normas básicas y que estaba prohibido enamorarse de Brandon Duke. No solo no funcionaría, encima acabaría perdiendo un empleo que adoraba.

Si se descubría deseando que Brandon y ella pudieran estar juntos de verdad, no tenía más que mirar su agenda de contactos personales y contar el número de mujeres a las que había dejado en los últimos dos años, sin ofrecerles más que un regalo de despedida. Kelly había sido la encargada de comprar y enviar la mayoría de esos regalos.

Sacudió la cabeza y volvió al trabajo. Tenía mucho que hacer y tenía que ganarse el sueldo.

– ¡Es horrible! -exclamó el primer chef, Jean Pierre, curvando los labios con asco.

– ¿Estás loco? Es el mejor Montepulciano producido en la Toscana en los últimos cincuenta años -contrapuso Antonio Stelline, el sumiller.

– Italiano -masculló Jean Pierre con desdén-. Ya se entiende, ¿no?

– ¿Qué quieres decir con eso, franchute?

Era jueves por la mañana y Brandon llevaba una hora mediando entre su autocrático primer chef, Jean Pierre, y Antonio, el brillante sumiller que había contratado recientemente. Habían entablado una lucha de poder respecto al maridaje del menú de degustación del sábado por la noche. Brandon salió de la reunión sintiéndose como el rey Salomón por haber negociado una solución razonable, si bien habían añadido tres vinos al menú, y habría que reimprimirlo de inmediato.

Un rato después llegaron Cameron y Adam con sus esposas. Brandon había adjudicado a cada pareja una casita con vistas al valle, chimenea y patio con jacuzzi. Trish y Julia podrían disfrutar de masajes y limpiezas de cutis mientras él y sus hermanos se reunían con los principales directores.

Esa noche, Brandon invitó a sus hermanos a cenar en el comedor del hotel. Intentó convencer a Kelly para que los acompañara, pero ella alegó que tenía asuntos personales que atender. Él no supo si decía la verdad, pero aceptó la excusa. Después, durante la excelente cena, se esforzó por no pensar en ella y en que la echaba de menos.

– Ojalá Kelly hubiera cenado con nosotros -comentó Trish, la esposa de Adam, cuando pedían los postres-. Espero que no estés haciendo que trabaje hasta tarde.

– En absoluto -dijo Brandon-. La invité, pero dijo que tenía asuntos personales que resolver.

– No la culpo -Cameron encogió los hombros-. Al fin y al cabo, ¿quién elige cenar con su jefe?

– Está guapísima -dijo Julia tras tomar un sorbo de vino-. ¿Qué se ha hecho?

– Algún tipo de cambio de imagen -Brandon movió la cabeza con desconcierto-. No sé por qué. ¿Quién entiende esas cosas?

– A las mujeres les gusta cambiar de imagen. Es divertido -Trish se rio.

– Si tú lo dices… -Brandon la miró con escepticismo-. La verdad, adoro a las mujeres, pero nunca entenderé por qué hacen las cosas.

– Los hombres, en cambio, somos un libro abierto -apuntó Adam, sonriente.

– Exacto -exclamó Brandon-. Ni juegos, ni subterfugios, ni cambios de imagen.

– Kelly fue a Orchids, ¿verdad? -le preguntó Julia a Trish.

– Eso es -confirmó Trish-. Se supone que es fabuloso. ¿No fue Sally el año pasado? Recuerdo haberla oído decir maravillas sobre el masaje de algas, un día que estábamos en la piscina.

– ¿Mamá fue a un centro termal? -preguntó Brandon, incrédulo.

– Sí. El verano pasado, con Bea y Marjorie -contestó Trish.

– ¿Al mismo al que ha ido Kelly? -Brandon sintió un escalofrío en la espalda.

– Eso creo. Pregúntaselo.

Brandon contempló a la esposa de Adam masajear su voluminoso vientre. Pensó en el bebé de ocho meses que esperaba allí dentro, listo para salir y ser mimado por tías, tíos y abuelas.

– Dios -dijo Trish-, me encantaría pasar una semana entera recibiendo masajes y cuidados.

– Suena divino -Julia dejó escapar un suspiro.

Siguió escuchando a sus cuñadas alabar el centro que su madre había recomendado a Kelly. Hacían que sonara como un reino mágico donde los sueños se hacían realidad.

– ¿Qué tiene para ser tan fantástico?

– Oh, hay todo tipo de masajes, claro -dijo Julia-. Aquí tenéis varios, junto con los baños de lodo y clases de yoga. Pero este sitio está diseñado solo para mujeres, y aunque hay actividades deportivas, como senderismo y montar a caballo, se concentran en todos los aspectos del cuerpo y mente de una mujer. Te miman desde que entras al vestíbulo. Pero eso no es lo mejor.

– Sigue -dijo Brandon, tras mirar a sus hermanos, que parecían tan perplejos como él.

– Ofrece cambios de imagen radicales -explicó Trish-, que incluyen estilismo del cabello, pautas de maquillaje y consejos sobre cómo vestirse, sugiriendo los colores y formas que mejor se adecuan a cada cuerpo.

– Y no podemos olvidar las comidas -añadió Julia-. Sirven porciones de solo cincuenta calorías.

– Por eso yo no aguantaría más de un fin de semana -dijo Trish, riéndose.

– Ni tú, ni yo -afirmó Julia.

Brandon había oído suficiente. Ahora que sabía que su propia madre había aconsejado a Kelly con respecto a la tontería del cambio de imagen, tenía que plantearse la posibilidad de que su madre viera a Kelly como su siguiente proyecto casamentero.

Tenía sentido. Sally clamaba que quería ver a sus tres hijos casados y con prole. Había cumplido dos tercios de su objetivo. Solo faltaba Brandon.

Pero Kelly no conocía sus tejemanejes y se había dejado manipular hasta el punto de pasar dos semanas de vacaciones donde Sally le había recomendado.

Kelly había vuelto de las vacaciones como una mujer nueva. Y, sorpresa, eso había marcado el principio de una aventura que, en contra de su buen juicio, no quería que acabara. Brandon frunció el ceño. Si su madre creía que Kelly lo llevaría al altar gracias a un cambio de peinado y un nuevo vestuario, se equivocaba.

Kelly le había dicho que el cambio de imagen era para recuperar a Roger, ¿le había dicho la verdad?

– No me gusta nada esa mirada -dijo Adam, estudiando su rostro.

– Peor para ti -Brandon tomó un sorbo de vino.

– ¿Qué pasa por esa cabeza tuya? -preguntó Cameron-. Tienes pinta de estar a punto de empezar a masticar clavos.

– Estoy a punto de empezar a masticar algo, sí.

Llamaron a la puerta y Kelly sintió un cosquilleo en el estómago. Había pasado una noche tranquila, leyendo y viendo la televisión, segura de que con su familia allí, Brandon no pasaría más noches con ella. Lo había aceptado y tendría que estar agradecida toda su vida por las maravillosas noches que habían compartido.

Pero él estaba allí y ella burbujeaba de alegría. Era absurdo. Tenía que calmarse. No podía comportarse como una colegiala cada vez que lo viera. Además, probablemente él venía a confirmarle que no volverían a dormir juntos.

Inspiró varias veces y se obligó a ir hacia la puerta con paso tranquilo.

– Brandon. No creí que fuera a verte esta noche.

– Necesito preguntarte algo -dijo él, entrando.

– Claro, lo que sea. ¿Disfrutasteis de la cena?

– ¿Qué? Ah, sí. Fue fantástica. Jean Pierre se superó a sí mismo.

– Me alegro. Me gustó ver a Trish y a Julia. Son guapísimas, y tus hermanos parecen muy felices.

– Tú también eres guapísima -dijo él.

– Gracias.

– Lo digo en serio -examinó sus rasgos-. Siempre lo fuiste, pero supongo que no me había dado cuenta. Eres una belleza, Kelly.

– Brandon, ¿qué ocurre? ¿Qué ha pasado?