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– Kelly es un encanto y sería un placer y un honor tenerla como nuera, pero no ocurrirá nunca -le sonrió con paciencia-. No encajáis. Ella es demasiado romántica.

– No sé si estoy de acuerdo -dijo él, midiendo sus palabras; Sally ya le había engañado una vez.

– Sí lo es, cielo -dijo Sally-. Kelly ha sufrido y aún tiene el corazón dolido. Quiere el sueño, Brandon, ese «felices para siempre».

– La mayoría de las mujeres quieren eso, creo -admitió él, filosófico.

– Sí, y tú has dejado muy claro que no tienes ninguna intención de darle eso a ninguna mujer.

– Cierto -admitió él con una mueca.

– Entonces, ¿por qué iba a querer emparejar a Kelly contigo?

– No lo sé. ¿Por qué ibas a hacerlo?

– Exacto, ¡no lo haría! -exclamó ella triunfal, poniendo fin a la conversación. Le dio otro abrazo y le palmeó la espalda como si fuera un niño listo-. Las chicas y yo nos vamos a cenar a Tra Vigne, ya te veremos por la mañana -se despidió.

Él se quedó allí preguntándose cómo había conseguido vencerlo en esa conversación.

Capítulo 6

La vendimia empezó a la mañana siguiente. Aunque los Duke habían contratado a muchos trabajadores, los huéspedes estaban invitados a participar como parte de la experiencia «de la vid al barril». Para mucha gente que pasaba las vacaciones en Napa Valley era tradición participar en la vendimia. Había algo esencial y gratificante en el acto físico de recoger las uvas que algún día serían el vino que servirían en su mesa.

– ¿Cómo se sabe cuándo están las uvas en su punto? -preguntó la señora Kingsley que, junto con su esposo, estaba en Napa por primera vez.

Brandon iba a hablar, pero Kelly se le adelantó.

– Hay diversas maneras de juzgarlo -dijo, agarrando un racimo y separándolo de la vid con una navaja. Dio uvas a los señores Kingsley y se metió una en la boca-. El sabor del vino no se suele percibir en la fruta -explicó.

– Es muy dulce -dijo la mujer, mascando.

– Sí -dijo Kelly-. Yo solo noto el azúcar. Pero un experto captaría taninos y acidez en la piel.

– Entiendo -aceptó la señora Kingsley.

– Hay todo tipo de instrumentos y análisis para medir la madurez de la uva -siguió Kelly-. Pero creo que hay mucho arte mezclado con la ciencia. Y también suerte. Al fin y al cabo, ¿quién sabe cómo cambiará el tiempo de una temporada a otra?

Kelly había impresionado a Brandon muchas veces con su sentido de los negocios y su destreza social, y ese día volvió a hacerlo. La observó ir de hilera en hilera, saludando a los huéspedes, repartiendo botellas de agua y dando consejos que iban desde cómo cortar la uva a la necesidad de protegerse del sol aunque estuvieran en octubre.

– Es muy especial -dijo Adam.

– Sí que lo es -corroboró Brandon.

– Tal vez deberíamos plantearnos ascenderla.

– De eso nada -gruñó Brandon-. Me la quedo.

– ¿Te la quedas? -Adam enarcó una ceja.

– Ya sabes lo que quiero decir -Brandon movió la mano en el aire-. Me la quedo de ayudante.

– Sí, de ayudante -Adam hizo una mueca-. Ya.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que no te culpo -Adam miró a Kelly con interés renovado-. Si yo tuviera a alguien tan especial trabajando para mí, tampoco la dejaría ir.

– Eso está claro -dijo Brandon, que sabía que Trish había sido la ayudante temporal de Adam. Se habían enamorado y casado el año anterior-. Pero todos hemos asumido que eres un hombre débil.

– ¿Débil, eh? -Adam echó la cabeza hacia atrás y se rio. Vio a su bella esposa embarazada sentada bajo una sombrilla, bebiendo agua de una botella. Asintió satisfecho y miró a Brandon-. Solo un hombre fuerte reconoce su propia debilidad.

– Signifique lo signifique eso.

– Creo que sabes lo que significa -dijo Adam. Miró a Kelly antes de volver a mirar a Brandon.

– Buen intento, hermano, pero te equivocas. No va a suceder.

– Espero que te estés convenciendo tú, porque a mí no me convences.

– Estoy convencido de que no sabes de qué estás hablando -se defendió Brandon.

Sonriente, Adam le dio un golpe en la espalda y fue a ver a Trish. Brandon siguió mirando a Kelly, que aún reía y charlaba con los huéspedes. Arrugó la frente al recordar lo que Adam había dicho.

Su familia estaba medio loca.

El que deseara a Kelly tanto como respirar, no significaba que fuera a ser tan estúpido como para casarse con ella. Su aventura se centraba en el sexo, no el matrimonio. Brandon se negaba al matrimonio. Ahora y siempre.

Entretanto, siguió mirando a Kelly. Notó que se había puesto el brillo labial con sabor a frambuesa que había llevado la noche anterior, cuando fue a verla. El recuerdo de lo que había hecho con esos sensuales labios lo obligó a apretar los dientes para no avergonzarse ante todos sus clientes.

No ayudaba que ella luciese una femenina blusa de punto que se pegaba a sus curvas y vaqueros azul oscuro que moldeaban su bonito trasero a la perfección. Se había recogido el pelo espeso y brillante en una cola de caballo que se movía de un lado a otro, tentándolo.

Si Kelly y él fueran una auténtica pareja, no dudaría en ir hacia ella y besarla, pero no lo eran.

– Gracias por tu ayuda -dijo el señor Kingsley, inclinando la cabeza hacia ella-. Te veremos en la cata de vino.

– No lo dude, señor Kinsgley -dijo Kelly. Él y su esposa, con sus gorras a juego, emprendieron el camino de vuelta al hotel agarrados de la mano.

Kelly no había supuesto que disfrutaría tanto con los huéspedes del hotel. No se consideraba tímida, pero tampoco solía ser tan extrovertida. Lo atribuía a la seguridad en sí misma que había adquirido en la última semana, desde que Brandon y ella dormían juntos. Tendría que estar agotada, pero se sentía rebosante de energía y entusiasmo.

– No lo analices. Disfrútalo -murmuró para sí.

– ¿Qué has dicho? -preguntó Brandon.

Kelly tragó aire y se giró lentamente para mirarlo. Le parecía más alto y fuerte, pero tal vez fuera porque ella llevaba botas planas, en vez de zapatos de tacón. O porque estaba impresionante con camisa y vaqueros en vez de traje y corbata.

– Hablaba conmigo misma -contestó-. ¿No ha sido un día divertido? Creo que todos lo han pasado bien.

– Gracias a ti -dijo él-. Mis hermanos quieren darte una bonificación y ascenderte.

Eso hizo que ella se sintiera feliz como un gatito. Sintió ganas de enredarse alrededor de sus piernas y ronronear, pero consiguió controlarse.

– Me dicen que vas a cenar con nosotros -comentó Brandon, ya saliendo del viñedo y tomando el sendero empedrado y bordeado de flores que llevaba al hotel.

– Espero que no te moleste.

– Claro que no. Mi madre te considera parte de la familia. Lo pasaremos bien, pero tendremos que evitar tocarnos.

– Supongo que podremos aguantar una hora o dos -Kelly se rio-. Me cae muy bien tu madre.

– A mí me pasa lo mismo -dijo él, apretándole el hombro con gesto amistoso.

Ella ronroneó para sus adentros.

– Un brindis por el Mansion Silverado Trail -dijo Adam, alzando su copa.

El resto de los Duke, junto con Beatrice, Marjorie y Kelly, levantaron las copas.

– Por el Mansion -dijo Cameron.

– Porque reine como destino supremo entre todas las propiedades Duke -añadió Brandon con una sonrisa.

– Al menos en Napa Valley -rio Adam.

– Sí -intervino Cameron-. No puede competir con el Monarch Dunes.

– Ni con el Fantasy Mountain.

– Todos son establecimientos fabulosos -dijo Marjorie-. Habéis hecho un trabajo increíble.

– Gracias -dijo Adam-. Pero en parte es culpa tuya, por ayudarnos a contratar al mejor personal.

– Ah, sí -Marjorie le guiñó un ojo a Trish-. Me alegra que por fin hayas reconocido quién es el auténtico genio de Proyectos Duke.