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Se recostó en la silla y se frotó el pecho, pensativo. Debía de haber hecho algún mal movimiento, porque sentía una punzada dolorosa.

Brandon la invitó a cenar esa noche y ella, muy cortés, lo rechazó. Al día siguiente, le pidió que almorzara con él y ella dijo que tenía otros planes.

Por último, le preguntó si quería ir a su habitación por la tarde, después del trabajo.

– Sabes que no puedo hacer eso, Brandon -dijo ella, intentando sonreír.

– Valía la pena intentarlo.

– Lo siento -dijo ella-. Toda esta situación es culpa mía.

– ¿Por qué lo dices?

– Fue una falta de profesionalidad mezclarte en mis problemas. Ahora solo anhelo que todo vuelva a ser como antes. Espero que puedas ayudarme.

– Ya. Claro. Seguro -asintió y volvió a su despacho. Kelly tuvo que contener las lágrimas.

No sabía si iba a poder seguir trabajando con él a diario. Pero la alternativa era no volver a verlo, y esa idea le parecía insoportable.

Tenía que dejar de pensar en besarlo y tocarlo, en cómo la había acariciado y hecho reír. ¡Tenía que dejar de pensar! Y lo haría.

Aunque tardase treinta o cuarenta años, estaba segura de que lo superaría.

– Tu madre en la línea dos -anunció Kelly por el intercomunicador.

– Gracias, Kelly -pulsó el botón-. Hola, mamá.

– Hola, cariño. No he sabido nada de ti en toda la semana, así que llamo para ver si estás bien.

– Estoy perfectamente. ¿Cómo te va?

– De maravilla. El bebé es una preciosidad -habló durante cinco minutos de Tyler-. ¿Cómo está Kelly? -preguntó después.

– Bien. ¿Por qué lo preguntas?

– Suenas algo irritado. ¿Va todo bien?

– Claro, ¿por qué no iba a ir bien? -le espetó-. Kelly parece haber olvidado que alguna vez practicamos el sexo juntos, así que todo perfecto -le asombró haber dicho eso en voz alta.

– Ah -dijo ella.

– Disculpa, mamá, estoy bastante ocupado.

– Brandon, ¿estás enamorado de Kelly? -Sally, hizo caso omiso de su indirecta.

– ¿Qué? -gritó él.

– No hace falta que grites -lo calmó-. Cielo, ¿por qué si no iba a molestarte que no quiera acostarse contigo?

– ¿Quién ha dicho que me molesta?

Ella se echó a reír, lo que lo irritó aún más.

– Mira, mamá, de verdad no tengo tiempo de…

– Escúchame, Brandon Duke. Está claro como el agua que estás enamorado de esa chica, y espero que te cases con ella. Puedes negarlo cuanto quieras, pero te conozco mejor que tú mismo.

– Tengo que dejarte. Te quiero, mamá.

– Yo también te quiero, hijo. Llámame después y dime cómo ha ido la cosa. Adiós.

Él colgó y se frotó la nuca. Entre las ridículas suposiciones de su madre y la actitud estrictamente profesional de Kelly, se volvería loco.

Durante los últimos tres días había tenido que soportar que Kelly fuera la ayudante perfecta que contestaba llamadas, hacía café y tecleaba sus cartas, siempre cortés y profesional.

Brandon le había dejado claro que estaba más que dispuesto a seguir con su relación sexual, pero Kelly lo había rechazado. Y él había insistido tres o cuatro veces más.

De repente, se había revuelto contra él, acusándolo de sentirse atraído por ella solo por su cambio de imagen. Él había intentado negarlo, sin éxito. A él se le había injusto, dado que llevaba días excitado a todas horas. La ironía del asunto era que, aunque Kelly había vuelto a la aburrida ropa de antes, él se excitaba en cuanto la veía. Por fin podía decirle con toda seguridad que el cambio de imagen no tenía que ver con la atracción que sentía, pero Kelly se negaba a escucharlo.

– Volveré en un rato -le dijo, saliendo de la oficina. Fue a su suite y decidió salir a correr. Le iría bien para librarse de su locura. Podía deberse a algún tipo de toxina, y el ejercicio era la respuesta.

Mientras corría, evaluó la situación con objetividad. Tenía que admitir que romper con Kelly había sido lo mejor para ambos. Era su empleada y nunca tendría que haberse acostado con ella. Ni por hacerle un favor.

Sonrió, admitiendo que el favor había sido mutuo. Lo terrible era que la echaba de menos, y no solo en la cama. Tenía una mente muy despierta y le gustaba charlar con ella. Además, Kelly le hacía reír. Pocas mujeres lo habían conseguido.

Pero todo eso daba igual, porque su madre tenía razón en una cosa. Kelly tenía «hogar tradicional» prácticamente tatuado en la frente. Se merecía a un hombre bueno que la amara y le diera un par de niños, un perro, hámsteres y una pecera.

Prefirió no pensar en cuánto odiaba imaginársela en la cama con otro hombre.

Llevaba unos ocho kilómetros cuando, jadeante y sudoroso, encontró la solución a su problema. Era sencilla: necesitaba acostarse con alguien.

Esa noche haría algunas llamadas, concertaría una o dos citas para el fin de semana y se entregaría al sexo. Tal vez así pondría fin al deseo descontrolado que sentía por Kelly.

Kelly se ajustó las gafas y continuó tecleando la carta que Brandon le había dictado. Odiaba las viejas gafas, pero sabía que era mejor ponérselas y estar fea para mantener a Brandon a distancia.

Ese día llevaba un viejo traje pantalón con zapatos planos de color marrón y el pelo recogido, parecía la tía soltera de alguien. Pero eso la ayudaba por la mañana, cuando se miraba en el espejo antes de salir y se convencía de que era una insensatez enamorarse de su guapo jefe. «Es el típico cliché», se repetía.

Aun así, cada vez que lo veía, tenía que luchar para ignorar sus sentimientos. Era obvio que él no iba a pedirle matrimonio y que no quería formar una familia. Una mujer tendría que ser idiota para pensar que lo haría, y Kelly nunca lo había sido. Al menos en el pasado.

La puerta se abrió y una mujer impresionante entró en la oficina. Era alta y delgada, con largo pelo rubio y los ojos más azules que Kelly había visto nunca. Era perfecta, etérea y real.

Kelly movió la cabeza, derrotada. Era Bianca Stephens, la bella bruja malvada de sus pesadillas. En persona. La mujer más espectacular que había visto en su vida.

– Supongo que tú eres Karen -dijo con altivez-. Vengo a ver a Brandon. Me está esperando.

Kelly no tenía ni fuerzas ni interés en volver a corregirla con respecto a su nombre.

– Entre directamente -dijo, señalando la puerta cerrada del despacho de Brandon.

– Eso hago -Bianca cerró la puerta a su espalda.

Kelly sintió que le faltaba el aire y apoyó la cabeza en el escritorio. Esa había sido la última gota. No aguantaba más.

Al notar que estaba llorando supo que tenía que actuar de inmediato. Estaba enamorada y ya no podía ver sus juegos con otras mujeres.

Dejaría de reservar cenas románticas para él y su pareja de la semana. Dejaría de comprar pulseras de diamantes para sus civilizadas despedidas. Lo dejaría todo.

Hizo acopio de energía, se limpió las lágrimas, escribió una carta de renuncia y se la envió por correo electrónico. Sacó su bolso del cajón inferior del escritorio, se levantó y salió de la oficina.

– Hola, Brandon -saludó Bianca.

– ¡Bianca! -no pudo ocultar su sorpresa.

– ¿No te alegras de verme?

– Oh, sí, claro -dijo, levantándose para saludarla-. Pero, ¿qué haces aquí?

– Me gustó mucho saber de ti la otra noche -le besó la mejilla y se pasó el dedo por los labios. Era un gesto supuestamente seductor, que él le había visto hacer docenas de veces-. No me apetecía esperar hasta el fin de semana, así que le he pedido a Gregory que me trajera. Y aquí estoy. ¿Te alegras de verme? -abrió los brazos.