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– ¿Alegrarme? Sí -miró la puerta cerrada-. ¿Has visto a mi ayudante afuera?

– Sí. La verdad, Brandon, no sé cómo permites que esa mujer tan grosera trabaje para ti.

– ¿Grosera? ¿Kelly?

– No me gusta criticar -dijo, inspeccionando sus uñas-, pero el otro día fue muy desagradable conmigo por teléfono.

– ¿Kelly? -Brandon, distraído, miró el teléfono. No había ninguna luz roja que indicara que estaba hablando. ¿Por qué no le había avisado de la llegada de Bianca?-. Hoy estoy bastante ocupado.

– ¿Demasiado ocupado para mí? -hizo un mohín.

– No, claro que no -dijo él, pensando que había sido un poco brusco-. Es agradable verte.

– Eso espero. Esto está bastante lejos.

– Sí. Es toda una sorpresa -la miró un instante. Había olvidado lo bella y lo egocéntrica que era-. Necesito solucionar un par de cosas…

– ¿Vas a seguir trabajando?

– Solo un minuto -dijo, cerrando las carpetas que había sobre su mesa-. Supongo que después podemos ir a tomar algo.

– Suena bien -se sentó en una silla y sacó su teléfono-. Entretanto, revisaré mis mensajes.

– Muy bien.

Él oyó un pitido y fue a comprobar el correo electrónico. Era un mensaje de Kelly. Tal vez para explicarle cómo diablos había conseguido entrar Bianca. Abrió el mensaje y se quedó atónito.

Dos semanas de preaviso… Renuncia… Gracias por la oportunidad…

– ¿Qué? -se puso en pie-. No, no, no.

– ¿No? -dijo Bianca.

Él la miró, preguntándose por qué estaba allí. Pero sabía el porqué. Él la había llamado para decirle que quería verla. ¿Qué diablos le pasaba?

– Soy un idiota -masculló, enojado.

– ¿Brandon? ¿Estás enfermo?

– Perdona, Bianca -dijo, ayudándola a levantarse y guiándola a la puerta-. Tendrás que decirle a Gregory que te lleve de vuelta a la ciudad. Ha surgido algo.

Salió del despacho corriendo.

Kelly acababa de sacar la maleta del armario cuando llamaron a la puerta. Suspirando, fue a abrir. Era Brandon, guapo, alto y muy preocupado.

– No puedes marcharte sin más.

– No voy a hacerlo -le dijo, dejándole entrar-. Te he dado dos semanas de preaviso.

– ¿Por qué? ¿Ha dicho Bianca algo que te haya molestado? ¿Es por eso?

– No, claro que no -abrió un cajón, sacó un montón de blusas y las metió en la maleta.

– Sí te ha dicho algo. Lo sabía -paseó por la habitación-. Le he dicho que se fuera. No puedes renunciar.

– Sí que puedo. Y no es por Bianca -Kelly movió la cabeza, aún la horrorizaba que Brandon disfrutara con alguien tan desagradable. Pero no era asunto suyo. Ya no.

– Entonces, ¿por qué te vas? Trabajamos muy bien juntos.

– Sí. Lo hacíamos -sonrió con tristeza, y guardó unos vaqueros-. Pero entonces rompí las normas.

– ¿Qué normas? -preguntó él, sin dejar de pasear de un lado a otro-. ¿De qué estás hablando?

– Las normas básicas, ¿recuerdas? -inspiró profundamente y lo miró-. Me enamoré de ti.

Él se quedó mudo de sorpresa.

– Ya lo sé -dijo ella, dejando la lencería sobre la cama-. Para mí también fue un shock.

– ¿Qué? -la agarró y la puso de cara a él-. No. No hiciste eso. Soy un idiota, como un niño grande cuando estoy enfermo. Soy supersticioso. Tendrías que estar loca para enamorarte de mí ¿recuerdas? Eso dijiste. Y prometiste que no…

– Sé lo que prometí -lo cortó-. Y lo siento mucho, pero no he podido cumplir mi palabra.

– No me lo creo.

– Es verdad. Lo siento.

– Tiene que haber sido culpa de Bianca. Cuando llegó, te enfadaste y te fuiste.

– No estoy enfadada -insistió ella.

– ¿Por qué te fuiste entonces? Ella se ha ido. No quiero estar con ella. Me di cuenta al verla. ¿Fue grosera contigo? Puede ser muy hiriente.

– Oh, Brandon -Kelly sonrió con tristeza-. ¿No lo entiendes? Si no es Bianca, será otra. Siempre habrá otras mujeres en tu vida.

– Pero te quiero a ti en mi vida.

– Yo también a ti, pero no de la misma manera. Mira, sé que no estás enamorado de mí. No eres de esos hombres que se conforman con una mujer, siempre lo he sabido. Esto no es culpa tuya. Soy yo quien ha roto las normas.

– Te perdono.

– Gracias -se rio-. Pero hoy me he dado cuenta de que ya no puedo estar ante tu despacho viendo un desfile de mujeres. Llámame debilucha, pero ya no puedo ir a comprar regalos a las mujeres con las que te acuestas. Lo siento.

– Todo esto es culpa mía -le agarró las manos.

– ¿Por qué lo dices? -se obligó a mirarle a los ojos.

– Nos iba demasiado bien juntos. Pero eso no es amor, Kelly -explicó-. Es solo buen sexo.

Ella se rio de nuevo, después se dio cuenta de que también lloraba. Se limpió las lágrimas.

– Sí, el sexo era bueno, mucho. Pero conozco mi corazón, Brandon. Sé que siento amor por ti, y sé que tú no sientes lo mismo. Está bien.

– A mí no me lo parece.

– Lo siento. Pero tienes que entender que no puedo seguir trabajando para ti.

– Maldición, Kelly -se mesó el cabello con frustración-. No sé cómo arreglar esto.

– No puedes hacer nada para arreglarlo. Me quedaré dos semanas y contrataré a mi sustituta. Luego me iré.

Las dos semanas pasaron demasiado rápido. Antes de que Brandon pudiera hacerse a la idea, Kelly se había ido. Su sustituta era Sarah, una mujer más mayor y tan bien organizada que asustaba a Brandon. Kelly la había adiestrado tan bien que hacía casi todo igual que su predecesora.

Pero no era Kelly.

Sarah organizó el traslado de vuelta a Dunsmuir Bay, y no hubo ni una sola incidencia.

Pero no era Kelly.

Brandon sabía que se le pasaría la tontería un día de esos. Al fin y al cabo, no era como si estuviera enamorado de Kelly. No estaba enamorado de nadie. Él no hacía eso. Pero la echaba de menos. Era lógico, porque habían trabajado juntos más de cuatro años. Habían llegado a conocerse muy bien y se le hacía raro que no estuviera allí. Nada más.

Como siempre, sabía lo que necesitaba para borrarla de su mente. Haría algunas llamadas. Tenía que encontrar a una mujer que ocupara su lugar. No Bianca, desde luego. Se preguntaba por qué había pasado tiempo con esa mujer tan vacua y vanidosa. Había muchas mujeres donde elegir.

Lo cierto era que no se imaginaba manteniendo una conversación romántica con otra mujer. Ni cenando, compartiendo una botella de vino, hablando y pasando una velada completa con ella. Intentó recordar cómo eran sus citas de antes, pero esa época parecía haberse disipado en la niebla. Solo recordaba los buenos momentos con Kelly, charlando, riendo y compartiendo secretos durante horas. La idea de pasar tiempo con otra persona lo aburría mortalmente.

Así que se entregó al trabajo, seguro de que se le pasaría cualquier de esos días.

El sábado siguiente Adam y Trish invitaron a todos a ver al bebé. Brandon aparcó ante la enorme casa y, con las manos en el volante, se planteó si entrar o no. Esa mañana le había costado salir de la cama y se preguntaba si tendría algún virus. No quería estar cerca del bebé si estaba enfermo.

Pero tenía la cabeza y la nariz despejadas, y no tenía tos. Tampoco molestias de estómago, aunque últimamente no le apetecía salir a cenar. Se sentía desanimado, pero lo achacaba al regreso a casa. Hizo un esfuerzo y salió del coche.

– Eh, ¿te has olvidado de la cerveza? -le preguntó Cameron desde el porche.

– No, la tengo aquí -replicó él, corriendo hacia el maletero. Sacudió la cabeza y sacó la caja de cervezas.

Cuando su madre o hermanos le preguntaban algo, a mitad de la respuesta se daba cuenta de que había perdido el hilo y se había ido por la tangente.

Estaban reunidos alrededor de la ancha encimera que separaba la cocina de la sala cuando su madre le puso la mano en la frente.