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– ¿Te encuentras bien, cariño?

– Sí, estoy bien -dijo él-. Solo distraído.

– Espero que no sea un virus.

– No, es el exceso de trabajo. Puede que necesite unas vacaciones.

– Hablando de vacaciones, ayer me encontré con Kelly -dijo Julia-. Ha estado visitando a su familia. Tiene muy buen aspecto.

– ¿Ha estado en el este? -preguntó Brandon.

– Sí. Ya sabes que su familia vive en Vermont.

– Cierto -estudió su botella de cerveza.

– Roger vive en su ciudad natal, ¿no? -Julia tomó un sorbo de limonada.

– ¿Roger? -Brandon sintió el amargor de la bilis en la boca-. ¿Vio a Roger cuando fue a casa?

– Bueno, estaban en la misma ciudad -justificó Trish, cerrando la puerta del frigorífico.

Kelly no podía haber vuelto al este para ver a Roger. Brandon estaba seguro de eso. Pero si eran de la misma ciudad, tal vez Roger conocía a su familia. O el padre de Kelly conocía al de Roger. ¿Había querido su familia que se casara con él? Maldijo para sí, conociendo la importancia que tenía la presión familiar.

– Cariño, estás algo pálido -Sally le agarró del brazo.

Brandon dio el último trago a su cerveza.

– Solo necesito unas malditas vacaciones.

Decidió pasar unos días en el hotel de Napa, pero no fue en calidad de jefe. Se llevó sus botas más viejas, vaqueros desgastados y unas cuantas camisas raídas, y se puso a trabajar en los viñedos.

En su etapa adolescente, Brandon y sus hermanos habían pasados algunos veranos trabajando en la construcción, así que sabía lo que era el trabajo duro. Era básico y real. El sudor y el trabajo ayudaban a un hombre a pensar en su vida, en qué importaba y qué no. Al final de un largo día, podía mirar a su alrededor y ver lo que había conseguido.

Mientras Brandon cruzaba los campos, dejando atrás las hileras de vides libres de malas hierbas, a la luz del ocaso otoñal, miraba a su alrededor veía lo que había conseguido.

Y sabía exactamente lo que le faltaba.

Kelly había vuelto de Vermont hacía más de una semana y sabía que tenía que empezar a organizar su vida social. Ya había pospuesto la tarea demasiado tiempo. Tenía un objetivo. Era hora de lanzarse a salir, o se haría vieja.

Llamaron a la puerta y se le aceleró el corazón.

– Basta ya -se recriminó, mirando el reloj de pared. Tenía que ser el cartero. ¡Brandon ni siquiera sabía dónde vivía! Y no tenía razones para ir a verla. Tenía que dejar de ponerse nerviosa cada vez que sonaba el timbre o el teléfono. Guardó el último plato y fue a abrir.

Y se le olvidó cómo respirar.

– ¿B-Brandon? -tartamudeó.

– Hola, Kelly -dijo él-. Oye, necesito ayuda.

Ella parpadeó, sin creer lo que veía. Estaba apoyado en el umbral, aún más guapo de lo que ella recordaba, que no era poco.

– ¿Vas a dejarme entrar? -preguntó.

– Oh, sí -abrió más la puerta-. ¿Ha dejado el trabajo Sarah?

– No -entró en la casa, llenándola con su presencia-. Sarah va bien. Trabaja de maravilla.

– Ah. Vale -cerró la puerta y lo miró. Hacía cuatro largas semanas que no lo veía, y había hecho lo posible por mantenerse ocupada, no pensar en él y seguir adelante con su vida. Había pasado una semana en el este, visitando a su padre, sus hermanas y su familia. Había sido una visita muy agradable, pero el viaje le había confirmado que Dunsmuir Bay era su auténtico hogar. Solo tenía que recomponer su vida. Había empezado su lista de posibilidades para establecer contactos personales e iniciar relaciones. Había pasado el día anterior ante el ordenador, revisando páginas de agencias de empleo. Tenía una lista de opciones prometedoras, y pensaba enviar currículos al día siguiente.

Pero al ver a Brandon olvidó todo eso.

– Bonito sitio -dijo él, mirando a su alrededor. Fue hacia la ventana-. Una vista fantástica.

– Gracias -Kelly pensó que parecía más alto de lo que recordaba. Tal vez fuera porque nunca había estado en su casa antes. Se lamió los labios, nerviosa-. Has dicho que necesitabas mi ayuda.

– Sí -la miró pensativo un momento. Después se acercó y tomó su mano. Kelly intentó no pensar en lo bien que encajaban una en la otra.

– Verás, es un poco embarazoso. Me pregunto si podríamos sentarnos y hablar unos minutos.

– Vale -lo condujo al cómodo sofá. Él se sentó demasiado cerca-. ¿De qué se trata, Brandon?

– Necesito ayuda con mi forma de besar, Kelly. No estoy seguro de seguir haciéndolo bien.

– Estás de broma, ¿verdad? -Kelly intentó tragar saliva, tenía la garganta seca.

– No. Estoy desesperado.

– Brandon, eres el último hombre del mundo que necesita ayuda con su forma de besar.

– Ves, en eso te equivocas -dijo él apretándole la mano con más fuerza.

– Vale. Pero podrías conseguir ayuda de cualquier mujer del mundo. ¿Por qué estás aquí?

– De eso se trata -le tocó la mejilla y le pasó los dedos por el pelo-. He descubierto que solo funciona cuando beso a la persona a la que quiero.

– Oh, Brandon -suspiró ella.

– Estoy enamorado de ti, Kelly.

– No -musitó.

– No te culpo por cuestionarlo, porque he sido un idiota. Me convencí a mí mismo de que era imposible que pudieras amarme de verdad.

– Pero eso es…

– Déjame decirlo -puso un dedo en su labios para silenciarla-, porque no me resulta fácil admitir alguna cosas.

– De acuerdo -asintió con la cabeza.

– Mis padres eran muy mala gente. Aprendí lecciones muy duras cuando era muy pequeño. Preferiría no entrar en detalles, pero uno de los días más afortunados de mi vida fue cuando Sally me acogió. Pero, aunque es una madre fantástica y se lo debo todo, los feos recuerdos no se borraron.

Ella puso la mano sobre su rodilla para confortarlo, pero no dijo nada.

– Por culpa de esos recuerdos decidí hace mucho tiempo que nunca le importaría a nadie de verdad. Así que decidí no enamorarme nunca. Así, nadie podría acercarse a mí lo suficiente como para hacerme daño.

– Oh, Brandon.

– Hizo falta que me dejaras para darme cuenta de cuánto quería importarte -dijo él-. Me quedé atónito cuando me dijiste que estabas enamorada de mí. Al principio, no pude creerlo. Era demasiado… importante, ¿entiendes?

– Sí, entiendo.

– La verdad es que me asusté muchísimo -puso su mano sobre la de ella-. Pero quiero ser importante para ti, Kelly. Quiero que me ames, porque estoy enamorado de ti. Mi corazón está vacío cuando no estás. No puedo vivir sin ti.

Ella derramó una lagrimita y Brandon pasó el pulgar por su mejilla para capturarla.

– Por favor, Kelly. Por favor, líbrame de esta tortura y dime que aún me quieres.

– Claro que te quiero aún, Brandon -dijo ella-. Te quiero con todo mi corazón.

– ¿Te casarás conmigo? -preguntó, tomando su rostro entre las manos-. Quiero pasar el resto de mi vida mostrándote cuánto te quiero.

– Sí, me casaré contigo.

– Te quiero muchísimo.

– Entonces, ¿puedes besarme, por favor?

– No estoy seguro de recordar cómo se hace. Será mejor que me lo demuestres -dijo él.

Ella se rio y le echó los brazos al cuello.

– La práctica lleva a la perfección -se rio y le rodeó el cuello con los brazos.

– Entonces, será mejor que empecemos ya -dijo él, uniéndose a su risa.

La invadió el júbilo cuando él la rodeó con los brazos y la besó con todo el amor que desbordaba su corazón. Y fue perfecto.

Epílogo

Dos años después

El verano en la costa de California central era una sucesión de días cálidos y noches templadas, y a juicio de Brandon Duke no había mejor razón para dar una fiesta. Excepto que además fuera una fiesta sorpresa por el cumpleaños de su madre.