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Para mí sigue siendo lo de siempre: todo aquello que no acaba de salir como esperabas. ¡Un arroz a la cazuela, por ejemplo! Pero no creas que he cambiado tanto. Escupiré siempre en la jeta y en las palabras de los poderosos, porque ésa es la gente que alfombra de cadáveres su camino hacia el triunfo y su cacareado amor a la patria.

Qué cosas dices, papá.

¡Y qué estupendo y qué pelma se está poniendo tu admirado piloto! ¿No ves que es un cabeza de chorlito? La diferencia entre tu padre y este tipo es que tu padre está empezando a considerar alguna otra forma de vida más digna, y este pimpollo de la RAF sigue creyéndose un triunfador. ¡Y no sabes tú la de horrores que nos va a traer eso!

De modo que tú no celebras nuestra gran victoria sobre el fascismo, dice O'Flynn.

Nunca levanto mi copa hasta que me la llenan.

David deja que la resonante voz de papá se funda en la sombra y mira al teniente O'Flynn. Espera un rato, medita las preguntas que nunca han tenido respuesta:

¿Y cuántos días se quedó usted en casa, la segunda vez que vino, se puede saber?

Una noche. Una sola noche, dice el teniente.

¡¿Por qué no te metes la lengua en el culo, pero ya, Bryan O'Flynn?!, truena nuevamente papá con la voz desvertebrada. ¡¿O prefieres que te endilgue en el culo el morro entero de tu famoso Spitfire?!

Ya puedes decir lo que quieras, que no me enfado. Yo tengo an exciting life, yo voy y vengo de los horizontes de fuego y esmeralda, más allá del arco iris, my friend, yo soy un piloto de combate, un soñador. Soy romántico, encantador, intrépido. Me deslizo por el cielo como el gusano se desliza entre los pétalos de la rosa, porque un solitario impulso de placer me atrajo a este tumulto en las nubes, a esta seda inmaculada…

La victoria no es más que un espejismo de estúpidos engreídos, gruñe papá mirando a David. Y exhibirla como hace este mequetrefe me parece impúdico. La verdadera victoria es esa mata de margaritas que tu madre cultiva en el portal de casa… Pero yo no soy tu madre. Ella siempre quiso vivir conforme a una ética, y por eso ahora lo está pasando mal con algunos recuerdos. ¡Así que no me vengas con hostias, O'Flynn!

El teniente menea la cabeza en silencio. Con aire escéptico se mira las uñas de luto, las manos bellas y tenebrosas, y añade:

Víctor, dime una cosa. ¿Qué clase de amargura descargas sobre este chico? Realmente, ¿qué es lo que te jode y te obsesiona, compañero? ¿Que yo hiciera soñar un poco a su madre, en aquel entonces tan desesperanzada, tan maltratada por la soledad y los desengaños, o el hecho de tener que asumir ante todos nosotros tu triste papel de vencido…?

¡De rojo facineroso!, corta la voz desnortada de papá. ¡Menudo papelón!

En otras palabras, insiste el teniente, ¿qué es lo que más te duele, el engaño o la derrota?

De bruces sobre el lecho, David mira a papá con el mentón apoyado en ambas manos y espera su respuesta.

Jodido piloto. Es la pregunta más pertinente y puñetera que me han hecho desde que me escapé de casa, masculla papá espolvoreando la voz en el aire en medio de un suspiro, pero sin poder evitar el castañeteo de la prótesis dental mal sujeta. Tic-toc-tic-toc-tic-toc. Pues no lo sé, Bryan, no lo sé… Tic-toc-tic-toc…

Que se te cae la dentadura, padre, se lamenta David casi con lágrimas en los ojos.

…no lo sé. Hasta hace poco yo era un hombre marcado por la derrota, esto lo saben hasta los chiquillos del barrio, pero ahora, no sé… La desgracia se ha cebado en mí, pero es que yo no he sabido combatir ni en las nubes ni a ras del suelo. En todo caso, lo mejor sería hacer un fuego con toda esta mierda, como hizo David con las cartas. Me atormentan demasiado el dolor y la desesperanza, y sobre todo los infinitos horrores que he visto, incluyendo los que yo mismo he causado, así que espero que no quede memoria del más mínimo detalle de nada de eso. Valió la pena ilusionarse y luchar, sí, ambas cosas me dieron momentos de plenitud, y esos momentos no los cambiaría por nada. Pero se acabó.

Te equivocas, darling, dice el teniente O'Flynn apartando con los dedos chicharrones y engarfiados un mechón de rubios cabellos sobre la frente. Mira lo que te digo: si se pierde la memoria de uno solo de estos detalles, se perderá todo y nos perderemos todos, el universo entero se perderá con nosotros. O nos salvamos todos con todo, o no se salvará nada ni nadie.

¡No me sermonees, Bryan!

Well, tú siempre gustarte mucho chapotear en el charco pestilente de la derrota, con tu querida botella y tu culo roto al aire y la sangre corrompida por la patria y todo esa leche, well, comprendo tus sentimientos, but yo nunca te he visto así, mi valiente amigo, tú no eres tan visceralmente renegado, ni tan rabiosamente fugitivo, oh, no, yo creo que tú eres metáfora viviente de dignidad civil. Oh, yes. Y has tenido, pese a todo, pese a tu revolcón en la barranca, a tu pestucio a coñac y a tu raja en el arse, el respeto y el amor de tu Rosa. Has obtenido tú también tu victoria. Eres un héroe, lo quieras o no. Lo mismo que yo.

¡Un héroe de guerra no es otra cosa que una sangrienta coincidencia! No es mi caso, teniente.

Entonces vamos a ver, tercia David sentándose en medio del catre con gesto impaciente, vamos a ver, que yo me aclare. El piloto de caza Bryan O'Flynn vuelve a casa y le trae una rosa blanca a la pelirroja. ¿Y tú dónde estabas, padre?

Hacía tres noches que me había tirado al barranco. Pero ya tampoco estaba allí.

¿Y yo? ¿Dónde estaba yo, padre?

Déjame pensar…

Si fueras inteligente te callarías ahora mismo, advierte O'Flynn a papá en voz baja.

Debía ser a finales de marzo, en Semana Santa, así que estabas en casa de la abuela, en la playa.

Sí, dice David, justo un año después de que viera caer al mar el bombardero B-26. Tú me dijiste que el teniente O'Flynn había muerto quemado o ahogado en ese avión.

¿Yo? ¿Un bombardero de la RAF estrellado en el mar? Ni siquiera los periódicos hablaron de ningún bombardero caído frente a la playa de Mataró, recuérdalo…

I see, gruñe el teniente. Te dijo eso porque deseaba mi muerte.

Te creía muerto. No es lo mismo.

David empieza a notar la olla de grillos destapándose en su cabeza.

¿Quién dice la verdad?

Tú para bien la oreja, muchacho, masculla papá. La verdad es una cuestión de oído.

Sure, dice Bryan O'Flynn incorporándose a los pies del catre. Bien dicho. Anuda el pañuelo de seda bajo la nuez prominente, se ajusta la cazadora de piel, se pone el gorro dejando las gafas sobre la frente y, antes de desaparecer, dedica a David su media sonrisa enmascarada y se toca la sien con dos dedos chamuscados, en un remedo zumbón de saludo militar. Good luck.

Mientras se yergue serenamente junto a su caza derribado y de nuevo se enfrenta a los boches alzando la voz clara y burlona -A la cazadora de cuero no, please-, tras él, y a lo lejos, en lo más profundo y por encima de los sombríos campos calcinados, rosadas nubes desprendidas del crepúsculo viajan desflecadas y sumisas hacia la noche. Con voz apagada, también papá se despide.

No te pongas cabezón, hijo, no lo pienses más. A esa lagartija no podrás cortarle el rabo.

Despertar bruscamente de madrugada en este cuartucho trae consigo quedarte a merced de unos ojos que te miran en la oscuridad, casi siempre desde la negrura del armario ropero entreabierto, pero ese puntual sobresalto David lo atenúa de inmediato al sentir en su mano la urgente pulsión de la venganza, la esquinada y vigorosa simetría del Dupont recalentado en el sueño y empuñado con firmeza bajo la sábana como si fuera un arma.

Se pone a silbar en la oscuridad, pero los ojos acerados del inspector Galván siguen flotando en la sombra y le dedican un parpadeo lúbrico y maligno. David salta del camastro y abre totalmente el armario manoteando la ropa de invierno, el raído abrigo negro de papá y algunas prendas de la pelirroja que el embarazo ya no le permite ponerse. Comprueba que el poli naturalmente no está, pero persiste la tensión y sigue silbando. Entonces se alza de puntillas y alcanza dos cajas de zapatos escondidas en lo alto del armario y saca de ellas la blusa de color azafrán, la faldita amarilla con bolsillos verdes y unas bragas de color rosa de niña, y se viste a ciegas y atolondradamente, con rabia y castañeteándole los dientes. Luego abre otra caja y saca la boina roja y el bolso rojo de plexiglás de larga correa, lo cuelga de su hombro y con la mano lo aprieta firmemente a la cadera, cruza de nuevo la oscuridad y, conteniendo la respiración, se deja caer de espaldas y estirado como una tabla sobre el lecho, la boina ladeada sobre el ojo y empuñando con la otra mano el Dupont dorado.

¿Todavía me estás guipando, cacho cabrón? Pues por mí puedes seguir, porque de todos modos acabaré contigo. Cerdo. Matarife. Polichulo de mierda.

David surge del cañaveral y se planta en medio del sendero, cortando el paso a la bicicleta. Sorprendida, la muchacha frena bruscamente y echa pie a tierra.

– Tienes una bici muy fermi -dice David con la voz nudosa. Lleva un vendaje en la frente, con unos toques de tintura de yodo y un aura de secretas ensoñaciones heroicas-. ¿Es de tu padre?

Ella le mira con sus ojos duros y no dice nada. Afirmando el pie en tierra, adelanta el vientre con suavidad y quita el trasero del sillín, apoya la corva en la barra del cuadro y balancea la pierna, manteniendo el manillar bien agarrado con ambas manos. En esta ocasión, al tenerla tan cerca, David puede observar en su brazo derecho, por debajo de la marca de la vacuna, una mariposa de calcomanía con las alas desplegadas, negras y rojas. -¿Cómo te llamas? -pregunta David. Tampoco esta vez obtiene respuesta, y observa la funda del violín sujeta al cuadro de la bici. Es una funda vieja y raída, con los cantos despellejados-. ¿Estudias música?