Para el idealismo todo está en la mente y para el positivismo todo está en las cosas. Para el hombre moderno, todo está en la mente, pero en forma de cosas. Hay una suspicacia general, histórica, generacional de varias generaciones, sobre el pensamiento abstracto, a la que Ramón se anticipa no planteándola siquiera como suspicacia, lanzándose directamente a pensar en imágenes. Pero el revés de esto, que ya hemos apuntado, está en el prólogo de Ismos y en el estudio sobre el cubismo que contiene dicho libro. Ramón, que a veces abunda en prólogos teorizantes y pueriles (como Valle en su Lámpara maravillosa), le pone a Ismos, como prólogo, uno de sus pocos textos teóricos conseguidos. Muy conseguido. Un texto que es un manifiesto vanguardista y libertario mucho más expresivo y definitorio que casi todos los que escribieran los surrealistas franceses y los futuristas italianos. «Libertario», hemos dicho. Esa es la palabra que no había salido hasta ahora y que más y mejor nos dice de Ramón. Ramón es un libertario sin energumenismo. No me gusta hacer un libro con remiendos de otros libros, y por eso no doy aquí muchos textos de Ramón, pero en el prólogo de Ismos, hay cosas que son insoslayables:
«Yo diría que no se está preparando arte alguno, sino la libertad del hombre y su monstruosidad última, cosas que si quizá no podrá vivir nunca en vida declarada, las podrá vivir en la mente. Llegaría hasta decir: se está preparando la libertad idiota, que, después de todo, bien mirado, es el colmo de la libertad. Claro que toda la historia de la política, de las religiones, de la filosofía, de la estética, de la retórica, ha sido evitar la eclosión de esa libertad, y se inventaron todas las maneras de contemporización para evitar esa libertad suprema, protuberante, empedernida. Debemos adelantar los tiempos en nuestros corazones. Quien no haga esto no es nadie.»
Y nadie ha luchado en España como Ramón, en aquella época -qué atroz época para eso y para todo- por la libertad total del hombre creador, de lo creador que hay en el hombre. Del cubismo dice Ramón: «Se trata de una de las más bellas rebeliones del hombre contra las apariencias.» En otro momento de este ensayo dirá que «todo lo que colinda con lo fotográfico es repugnante». Y sobre todo, esto: «El principal problema que se propuso el cubismo fue el terrible de la animación de una superficie plana, estrechando su conciencia hasta utilizar las leyes de la perspectiva en relación a esa superficie y no aplicándose sobre ella para proyectar la representación que pudiera espejear. Para el cubista la tela fue negra y sobre ella se exigió el elevar las figuras y las demostraciones como teoremas que, por primera vez, no contaron con lo que pudiera tener de luna azogada el cuadro.»
En Ismos se va desde Apollinaire a Rivera pasando por Picasso, Marinetti, el arte negro (su moda occidental), Charlot, Léger, el jazz, Tristán Tzara, los surrealistas y otros muchos nombres e ismos. En el prólogo, Ramón se cuenta amigo o hermano desconocido de Apollinaire -a quien llegó a tratar-, Max Jacob, etc. Delaunay le llama «el Apollinaire español», y de Max Jacob dice él mismo que es «su mejillón desconocido».
Una de las primeras ediciones de Ismos
De la destrucción a farolazos de la catedral del realismo -el Prado- en una noche periodística, parece que le ha brotado a Ramón toda esta riqueza de ismos, formas, amigos e imaginación. La mezquindad nacional empieza pronto a emparentarle con escritores europeos (de los que sólo se sabía aquí gracias a Ramón, como de los filósofos sólo se sabía gracias a Ortega). Pero ya hemos visto que lo que le une a las vanguardias es mucho más que un mimetismo o una moda: es un viento generacional que se llama optimismo. Ramón es simultáneo a todo lo nuevo.
La revolución de las vanguardias, tanto como revolución contra la economía burguesa (que al fin y al cabo admiran en sus realizaciones futuristas y espectaculares, como el avión, por ejemplo), es revolución contra el pensamiento burgués. Pero no contra el pequeño pensamiento de la pequeña burguesía, sino contra el gran pensamiento filosófico. El eterno divorcio entre filosofía e Historia, la insistencia del mundo en escapar a los grandes esquemas de pensamiento -Hegel, Kant- e incluso contradecirlos, hace que el hombre del siglo XX se decida a ser libre, se lance a explorar su propia libertad, sin esperar a que nadie le diga quién es él, qué es él, aunque ese nadie sea Descartes, Heidegger o Bergson. Las vanguardias artísticas, estéticas, literarias, de los años veinte, son la ruptura con el pensamiento sistemático, que no ha conseguido sistematizar el mundo en más de veinte siglos. Luego, los propios filósofos romperían con la filosofía.
Digamos que la ruptura se produce primero en la calle, y el fenómeno fue detectado por muchos, desde la izquierda y desde la derecha. Ortega lo llamó «la rebelión de las masas» y Spengler, «la decadencia de Occidente». Quien antes recoge el malestar cultural de la calle es el arte y la literatura, más sensible que la filosofía a «las palpitaciones de los tiempos». Y esto son las vanguardias. Finalmente, en nuestros días, vemos cómo Adorno hace filosofía a partir de la imposibilidad de hacer filosofía.
De modo que las vanguardias son una vuelta a Heráclito y los presocráticos, al pensamiento figurativo y libre, aunque, inevitablemente, las vanguardias se academizan, y ya Ramón nos previene contra eso: «El que se haya industrializado y hecho comercial parece que la compromete; pero no, en seguida realiza de nuevo su soledad, su impavidez, y espera el mañana con tan virgen esperanza como siempre.»
Aquella revolución estética ha resultado irreversible. Pronto fue secundada por la filosofía e incluso por el pensamiento político más avanzado. Desde entonces, el racionalismo ha quedado en entredicho para siempre y el dogmatismo desacreditado. El realismo, la expresión más banal del racionalismo estético, reaparece hoy como hiperrealismo, con una connotación plenamente irónica, experimental. Como algo en lo que ya no se cree. Como una investigación más. Ramón es protagonista en España y partícipe en Europa de unos movimientos que utilizan incluso la intrascendencia -sobre todo la intrascendencia- para negar el trascendentalismo fanático y sanguinario de la cultura tradicional. Ramón, el primitivo, el enredado, el irracionalista, es clarividente de todo esto y lo deja dicho: «Estamos saliendo de una época y hay que dejar explicado nuestro tiempo.»
15. LOS ISMOS EN ESPAÑA
No hay más remedio que repetir lo ya dicho en este libro, y en tantos otros por tanta gente: las vanguardias de los años veinte, en España, fueron más fecundas en la poesía que en la prosa. Pero en España se hizo mucha prosa vanguardista y el fracaso general de esta prosa es lo que ha desacreditado a la larga el vanguardismo español. Una generación, una moda estética, una escuela, es siempre un señor y unos amigos. Los amigos se mueren irremisiblemente y el señor queda vivo para siempre.
Vivo, aunque muy olvidado, como es el caso de Ramón y de tantos otros. No es sólo que Ramón sea toda la vanguardia en España, sino que casi todos los vanguardistas son ramonianos, de Valentín Andres Álvarez a Francisco Vighi. Hay vanguardistas periféricos, como Arconada a Armeiruiz, vanguardistas erráticos, como Max Aub. Francisco Ayala, al que ya hemos citado, y que hizo el vanguardismo con la dignidad natural de toda su obra, emigra pronto hacia otros géneros más tradicionales. Bacarisse es un vanguardista delineado. Buñuel y Dalí se internacionalizan en seguida con el cine y la pintura. Domenchina no madura como vanguardista. Antonio Espina mantiene siempre su recia prosa castiza, incluso en la incursión vanguardista. Giménez Caballero ha hecho toda su vida un ramonismo de colegio, una especie de imitación desesperada e impotente de Ramón, pero en su Gaceta Literaria dio mucha vida al movimiento.