Pasaban por la puerta de la sala cuando, de repente, Ella se detuvo y se volvió hacia él. Entonces, todo lo que pensaba decir se esfumó de su mente. En ese mismo instante, Zoltán le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Mientras él posaba su incitante mirada gris en los ojos azules de ella, inclinó el rostro y sus labios se posaron en los de la chica.
Ella había sido besada antes, ¡pero nunca de esa manera! No cabía duda de que Zoltán tenía amplia experiencia, y mientras sus labios se movían sobre los de la joven, ésta sintió que todo su ser se fundía al de él. Entonces el pintor comenzó a besarle el cuello y los hombros, hasta alcanzar el escote del vestido.
Cuándo o cómo entraron en la sala, Ella nunca lo supo. Pero los labios de Zoltán estaban de nuevo sobre los suyos. Entonces la chica se dio cuenta de que ambos estaban medio acostados en un cómodo y mullido sillón, y que una de las manos del artista se había deslizado hasta sus senos, los cuales respondían ya a la intensa caricia.
– Yo… -balbuceó la joven, mareada por el torrente de sensaciones y emociones que experimentaba. Debía detener aquello mientras le era posible.
Zoltán retiró la mano y la chica deseó con todo su ser que volviera a acariciarla. Pero debía aprovechar ese momento para escapar, así que se puso de pie.
– ¿Qué clase de chica crees que soy? -murmuró con una sonrisa, bromeando y deseando poder despedirse como buenos amigos.
– ¿Habías sido besada antes? -fue la inesperada pregunta de él.
– Yo… solía pensar eso -respondió ella con sinceridad. Él la observó por un largo rato antes de apartarse.
– Creo, señorita Arabella Thorneloe, que es mejor que se retire a su habitación por el momento -indicó.
Había muchas cosas que ella deseaba decir en respuesta. Agradecerle la hermosa velada, su comprensión y la caballerosidad que había demostrado en ese instante. Pero sobre todo, deseaba ser besada otra vez, sólo una vez más.
Pero si él la besaba, ella querría más y más. Eso lo supo con sólo mirar los labios de aquel fascinante y atractivo hombre que tenía el poder de arrobar sus sentidos. Además, se daba cuenta de que, aunque Zoltán era alguien con una buena dosis de autocontrol, en esas condiciones no era muy factible que le durara mucho.
– Buenas noches -dijo ella y se retiró, mientras aún le fue posible. La música y el vino debían de tener la culpa de lo que había pasado.
Capítulo 5
Ella despertó antes de la madrugada, después de haber soñado una y otra vez con los profundos besos de Zoltán. ¿Había pasado en realidad o sería sólo un sueño? Sobre todo, se sentía asombrada de cómo había respondido a sus besos. Era claro que dentro de ella, existían enormes abismos de pasión que nunca habían sido explorados y que jamás se imaginó poseer, pero que Zoltán de alguna manera, había despertado.
Entonces la joven decidió que ya era suficiente y se levantó dispuesta a olvidarse de todas esas tonterías. Era un nuevo día. Tomaría una ducha, se vestiría e iría a ayudar a la pobre Frida.
Cuando bajó de su habitación, él ya estaba sentado en el desayunador. Y aunque ella había planeado actuar como si nada hubiera pasado. Al llegar junto a él, se sintió confundida, no sólo por encontrarse con una sirvienta a la que nunca había visto, sino porque cuando su mirada se encontró con la de él, inesperado torrente de emociones, se agitó en su interior.
– Buenos días -balbuceó ella, tomando asiento a la mesa.
– Buenos días, Arabella -respondió Zoltán, con voz suave-. ¿Dormiste bien?
– Muy bien -contestó ella, recordando sus sueños nocturnos-. ¿No se siente mejor Frida esta mañana?
– Ella es Nadja -dijo Zoltán, presentándole a la nueva muchacha, quien después de intercambiar sonrisas con Ella, se retiró a la cocina-. Nadja estaba de vacaciones, pero ya ha trabajado aquí por algún tiempo -añadió él.
– Gracias -dijo ella, aceptando la taza de café que él, le había servido-. Cuando termine el desayuno -prosiguió después-, iré a la cocina a darle una mano a Frida.
Zoltán la observó con detenimiento.
– Eso no será necesario -aseguró luego de un rato.
– Pero ella debe descansar y no estar…
– Gracias por tu preocupación -interrumpió él-. Frida se siente mejor esta mañana y se ofendería si trataras de apropiarte de su trabajo.
– ¡No es eso lo que intento hacer! -exclamó Ella, mirándolo furiosa-. ¿En qué se supone que debo ocuparme todo el día, si no me permites ayudarla?
Zoltán le dirigió una de esas miradas frías y arrogantes que la chica ya conocía.
– ¿Debo creer que siempre tienes algo que hacer? -inquirió aquel hombre, que bien sabía que ella no tenía trabajo.
En ese momento, apareció Nadja con su desayuno y ambos guardaron silencio. Entonces se le ocurrió que lo que había dicho, podría ser interpretado como si estuviera sugiriendo que él la llevara a pasear por la ciudad una vez más.
– Köszönöm, Nadja -dijo ella con una sonrisa, tratando de ocultar su ansiedad por aclarar la situación y decirle que prefería morir, antes de caminar nuevamente con él por las calles de Budapest.
Pero como no encontró las palabras apropiadas, se conformó con mirarlo furiosa y comenzar a desayunar. Mas sin darse cuenta, sus ojos se deslizaron hasta los bien delineados labios de él. Y recordando sus besos, su rabia se desvaneció. En ese momento, Ella se dio cuenta de que él con seguridad, ni siquiera se acordaba. O si lo hacía, sería sólo para arrepentirse.
– ¿Comenzarás hoy a pintar mi retrato? -preguntó Ella de repente.
– He decidido que nos vayamos a mi otra casa -respondió él, con frialdad.
– ¿Otra casa? -exclamó la joven sorprendida-. ¿Dónde?
– En las orillas del Lago Balaton. A un par de horas en automóvil.
– ¿Iremos todos? -balbuceó ella, sin comprender la inesperada situación.
– Nadja se quedará aquí -contestó él, poniéndose de pie para continuar con voz de mando-: Prepárate para partir en una hora.
– Sí, mi coronel -replicó Ella sin tener oportunidad de decir algo más, pues Zoltán ya se encontraba cruzando la puerta. Aunque a ella le pareció ver una leve sonrisa en los masculinos labios cuando él salió de la habitación.
Una hora y cuarto después, el pintor no parecía muy divertido, al observar las maletas que ella había bajado de su habitación.
– ¿No dejaste nada en casa? -preguntó él, con sarcasmo, lo cual le pareció a Ella de mal gusto.
En ese momento apareció Oszvald para ayudarla a llevar las maletas hasta el auto.
– ¿No vendrán con nosotros Frida y Oszvald? -inquirió ella una vez sentada junto al pintor, mientras éste encendía el motor.
– Vendrán después -contestó él y ahí se acabó la conversación.
Molesta, Ella decidió que nunca entendería a ese misterioso individuo. Pero después de viajar por más de una hora en silencio, ella no pudo evitar el posar su vista una y otra vez en aquellas largas y sensitivas manos del pintor.
Era irónico pensar que alguien con manos tan artísticas como las de él pudiera ser un hombre tan insensible, al mismo tiempo.
– Hemos llegado -anunció Zoltán de improviso, en apariencia, las hostilidades aún no desaparecían.
Ella no contestó, sólo bajó del auto para caminar por un empedrado sendero que llevaba hasta la casa. Cuando entraron en el recibidor, una mujer vistiendo pantalones de mezclilla y de aproximadamente treinta años, apareció ante ellos.
– Hola, Lenke -exclamó Zoltán y después de intercambiar algunas frases en húngaro, se volvió a Ella-. Lenke te mostrará tu habitación.
– Gracias -murmuró ella y siguió a la mujer en dirección contraria a donde se dirigía él.
El dormitorio era acogedor y también tenía su propio cuarto de baño. Ella le dio las gracias a Lenke en húngaro y la mujer se retiró.