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A Ella no le agradaba que le hablaran en ese tono. Pero sabía que ese hombre había arriesgado su propia vida por salvarla y que no era conveniente contrariarlo. Por otro lado, aunque ella gozaba de una condición bastante buena, Zoltán la hacía temblar desde lo más íntimo de su ser, así que decidió obedecer y sentarse.

No conocía la razón por la cual, él no la había corrido antes, pero casi estaba segura de que lo que deseaba era decirle un par de cosas, antes de hacerlo. La joven esperó con paciencia.

Ella sabía que no había nada que la hiriera tanto, como alejarse de él. Lo siguió, con la vista. Zoltán se dirigió hacia la ventana y miró a través de ella. La joven pensaba que el pintor tan sólo estaba eligiendo las palabras adecuadas para lastimarla lo más posible. De repente, Ella se dio cuenta de que Zoltán también se encontraba muy tenso y que no parecía ser capaz de pensar con claridad.

– ¡Tú también debes estar agotado! -exclamó ella sin poder contenerse-, ¡mucho más cansado que yo! -añadió, recordando el esfuerzo casi sobrehumano que Zoltán había hecho para salvarla.

Su respuesta fue un gruñido, era como decirle que no necesitaba que ella ni nadie más le recomendaran lo que debía hacer. Su lenguaje corporal así lo indicaba. El pintor permaneció inmóvil y después de volverse hacia ella por unos segundos, desvió su mirada hacia la ventana.

¡Cuánto lo amaba!, pensó Ella. Y mientras cada centímetro de su ser deseaba ponerse de rodillas frente a él y rogarle que le permitiera quedarse sólo un poco más a su lado, la otra parte de ella, que aún conservaba un poco de orgullo, la hizo ponerse de pie y decir con timidez:

– Me voy claro está -dijo, admirando la ancha espalda de Zoltán.

Pero para su sorpresa, el pintor se volvió con rapidez y dirigiéndose a ella, casi gritó:

– ¡Marcharte!

– Yo… -ella tartamudeó y trató de finalizar con rapidez-. Bueno, comprendo que es natural que desees que me vaya.

– ¡Puedes apostarlo! -gritó él y se dirigió hacia donde ella estaba sentada-. ¿Se puede saber cuándo te indiqué tal cosa? -demandó.

Desconcertada por completo, la joven lo miró boquiabierta pues siempre estuvo segura de que Zoltán quena que se fuera. Su adolorido corazón empezó a latir con rapidez al pensar que él anhelaba que ella permaneciera allí por más tiempo, pero algo la hizo desanimarse. Entonces se atrevió a decir con timidez:

– Oh, mi retrato -dijo la chica, al recordar que a pesar de los desagradables comentarios de Zoltán, él era un hombre responsable y la sola idea de no cumplir con su palabra, lo haría sentirse muy mal. Reconsiderando eso, Ella agregó-: Después de la forma en que arriesgaste tu vida para salvarme hoy, no creo que mi padre tenga la menor duda de que eres, un hombre de honor.

La única respuesta que recibió fue otro gruñido. Eso le indicaba que él no sabía a lo que ella se refería. Entonces se percató de que otra vez se empezaba a sentir confundida. Él era desconcertante.

– ¡Así que quieres irte! -exclamó, atacándola con sus palabras-. No puedes esperar más para volver con el tal Jeremy Craven, ¿verdad?

Atónita ante su acusación, Ella se preguntaba como podría conservar la calma. ¡Era inaudito que él hubiera recordado el nombre de Jeremy!

– ¡Sólo pensé que deseabas que me fuera! -exclamó ella de repente.

– ¿Que te fueras? -repitió él. Aspiró profundo y sorprendentemente, añadió-: ¿Cómo voy a desear que te vayas si me he estado quebrando la cabeza para idear la forma de mantenerte a mi lado?

A Ella casi se le cae la mandíbula al escuchar esas palabras. Abrió los ojos al máximo y sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas por la emoción. ¡Zoltán deseaba tenerla a su lado!

– Yo… tú… -balbuceó ella incoherente, mas nada de lo que había escuchado le parecía lógico-. ¿Por qué? -añadió.

Zoltán reaccionó avanzando con grandes pasos hacia una de las sillas y con un movimiento impaciente, la colocó junto al estrecho sillón donde ella estaba. Pero cuando la chica pensó nerviosa, que Zoltán se sentaría junto a ella, él se alejó de inmediato, unos cuantos pasos.

– No creo que sea nada nuevo para ti, el hecho de que te encuentre atractiva -gruñó él, como si hubiera dicho todo lo contrario, pensó ella. Una de dos, o mentía o su corazón se aceleró. Lo cierto es que el pintor estaba tan nervioso como ella…

– ¿M… me encuentras a… atractiva? -balbuceó la joven.

– Atractiva, excitante y bella -dijo él. Su voz había perdido su dureza. Entonces caminó hacia la silla y se sentó-. He pensado eso desde el día en que vi tu fotografía… y no he cambiado de opinión.

¡Dios mío! pensó la chica, sin poder creer lo que oía.

– Pero… creí que te era antipática -exclamó ella, mientras hacía todo lo posible por mantener los pies en el suelo.

Entonces se dio cuenta de que los ojos de Zoltán la miraban con intensidad. Su corazón se aceleró aún más y las ideas se arremolinaban en su mente.

– Todo lo contrario -continuó él, de improviso-. Es un hecho Arabella, que he llegado a apreciarte más y más con cada nueva faceta tuya que conozco.

– Oh -murmuró la joven. Y mientras su corazón latía con fuerza, dijo-: Si has llegado a apreciarme más y más, por tu actitud de los últimos días, yo diría que al principio me odiabas.

– ¿Acaso debo sentirme alegre de que hayas notado que no he estado en mis cabales estos últimos días? -dijo él. Su mirada era cálida.

Ella no supo qué contestar pues se había quedado sin habla.

– Perdóname si nunca te dije que te quería y si nunca te expliqué el porqué de mi extraño e irracional comportamiento.

El orgullo le decía que debía pedirle que continuara explicándole: ¿Por qué se había comportado como tigre enjaulado cada vez que ella estaba cerca? Pero su corazón sabía que no había necesidad de aclarar nada. Simplemente lo amaba.

– Tu padre me envió una fotografía tuya y pensé que eras la mujer más bella que yo había visto en mi vida -Ella se sintió en las nubes sólo para caer de, inmediato al escucharlo decir-: Lo que hace más irracional el hecho de que me haya propuesto despreciarte y pensar todo eso sobre ti.

– ¡Vaya! -murmuró ella y añadió con sarcasmo-: ¡Que amable en decírmelo!

– Tal vez me lo merezco -replicó él-. Cuando empecé a pintar retratos, tuve muchas modelos hermosas, pero con frecuencia descubrí que la belleza era superficial.

En ese momento, Ella recordó que Zoltán le había pedido más tiempo para conocer el objeto de pintar. Entonces se preguntó si él habría logrado penetrar tanto, como para descubrir su secreto.

– Tú… eh… ¿trajiste a tus… esas otras modelos a vivir aquí?

– ¡Ni una sola! -exclamó él sin pensar dos veces. Su mirada profunda y cálida se volvió hacia ella-. Tú, Arabella -dijo-, siempre fuiste diferente.

– ¿Lo fui?-balbuceó Ella, como hipnotizada.

– Por supuesto -contestó él como si no hubiera duda alguna. Aunque, puesto que era obvio que Ella no tema idea en qué consistía la diferencia, él se inclinó hacia ella y con su mirada fija en la de la chica, trató de explicarse-: Dejé de pintar retratos. Pero después de contemplar tu rostro, me dije a mí mismo que tenía que pintar tu cuadro.

Ella decidió no mencionar el hecho de que ni siquiera lo había comenzado, a pesar de todas esas horas en que posó para él.

– Entonces… tú persuadiste a mi padre de que me enviara a tú casa -murmuró ella.

– Y mientras te esperaba con impaciencia, hacía todo lo posible por convencerme de que tu hermosura era sólo superficial y que carecías de belleza interior.

– ¡Entonces no podías haber estado tan ansioso por mi llegada! -protestó-. Yo te llamé desde el hotel cuando llegué y ¡no mostraste mucho interés por conocerme!

– Estaba confundido.

– ¡Confundido!

– Sí deseaba verte, pero al mismo tiempo tenía miedo de que fueras como te imaginaba; sin belleza interior. Yo me había convencido también de que tendrías una voz horrible… y ¿qué es lo que escuchó…? -hizo una breve pausa para sonreír-. Una hermosa voz a través del auricular.