– ¿Por qué decidiste que te sería antipática? Sé que no quería que pintaras mi retrato y que fue desagradable para mí tener que viajar hasta Hungría, pero no había hecho nada para provocar tu hostilidad.
– ¿No, querida? -inquirió él-. Fue suficiente que provocaras emociones tan fuertes dentro de mí.
Ella abrió aún más los ojos.
– Eh… ¿en verdad? -preguntó la joven con voz débil-. ¿Qué fue lo que hice?
– Para empezar, no tuviste que hacer nada -contestó él-. Apenas vi tu fotografía… y ya no pude sacarte de mi mente.
– ¡No!-exclamó, suspicaz.
– Claro que sí -la contradijo él-. Tengo treinta y seis años. Es ridículo que a mi edad me provoque desvelo una cara bonita y que me dé por checar los vuelos desde Londres en esas horas de insomnio.
– ¡Dios mío! -murmuró incrédula, mientras su corazón palpitaba sin control-. Así que como te di insomnio, decidiste que yo debía serte antipática.
– Traté de convencerme de eso -corrigió él-. Es extraño para un hombre de mi edad enamorarse de alguien sólo por una fotografía. Dispuse que la cura era conocerte. De esa manera me daría cuenta de que sólo tu belleza era lo que me había impactado, que serías superficial y vana. Luego podría volver a dormir con tranquilidad.
– Por lo cual resolviste aceptar hacer el cuadro.
– Así es. Entonces llegaste y fue ahí donde mis problemas comenzaron.
– Al otro día me hablaste y me ordenaste que fuera a tu casa.
– ¡Y tú me mostraste lo que pensabas acerca de mis órdenes, tomándote tu tiempo! -exclamó él.
– Dijiste que ahí empezaron tus problemas.
– Lo dije -confirmó él-. Ahí estaba yo, pensando que después de unos días de estar contigo, no soportaría tu presencia y te mandaría con mucho gusto de regreso a Inglaterra. Pero cuando te conocí descubrí que mientras más te veía, más deseaba que te quedaras. Por eso decidí demorar lo más posible el cuadro, para que no tuvieras que irte.
¿Qué estaba diciendo? La joven parecía atrofiada para pensar con claridad. No era viable que Zoltán estuviera tan interesado en ella.
– Me parece que… argumentaste necesitar tiempo para… familiarizarte con el objeto a pintar.
– ¡Y vaya que me hizo bien llegar a conocerte mejor! -exclamó él con emoción-. Mi teoría se desmoronó.
– ¿Qué teoría?
– Para arrancarte de mi mente, me propuse comprobar que eras arrogante y superficial. Excepto que lejos de descubrir que eras una horrible mujer sin nada en la cabeza, me encontré con la chica más encantadora que había conocido. Eso no me llevó mucho tiempo -continuó-. De hecho, la primera noche durante la cena -su mirada fija en los ojos de ella, le impedían mirar hacia otro lado-. Quedé prendado de ti. Tu orgullo y tus buenas maneras para con la servidumbre; la lista, hermosa -dijo él con voz suave-. Es interminable.
– ¡Zoltán! -Ella trató de respirar pues no sabía con exactitud qué cosa pasaba, tal vez algo en sus ojos, su rostro, su temor o su esperanza, es lo que Zoltán había visto en ella. En ese momento, él estrechó sus manos.
Después, el pintor se ladeó hacia ella y como si necesitara un poco de aliciente, dijo con mucha suavidad:
– Mi amor -y suspiró-, bésame, bésame si deseas que continúe.
Fue entonces su turno de apretar las manos de Zoltán con mayor firmeza. Inclinándose, acercó sus labios a los de él y los besó.
– ¡Arabella! -exclamó febril cuando ella se apartó. Y en un instante se sentó junto a la joven en el sillón.
– Perdona mi impaciencia -murmuró él, después de besarla con ternura-. Sé que debí de haber esperado, decírtelo todo y explicártelo. Pero… mi querida y amada Arabella, mis emociones son demasiado fuertes. Verte en medio de aquella tormenta y en ese pequeño velero a punto de hundirse, fue la experiencia más espantosa de mi vida… -Zoltán hizo una pausa para aspirar profundo-. Aún no me recupero.
– Lo siento, lo siento mucho -Ella se apresuró a decir, percibiendo el calor de sus manos en las de ella.
– Yo también lo lamento -replicó él-, por esas veces en que fui grosero, desagradable… y enloquecido por los celos.
– ¡Celos! -exclamó ella-. ¿Estabas celoso?
– Desde la primera noche que pasaste bajo mi techo -contestó él, mientras ella lo miraba incrédula-. Estábamos cenando y todo iba viento en popa. De improviso, hablaste de tener que empezar a trabajar. Yo estaba convencido de que había alguien en Inglaterra. Algún hombre, con quien querías regresar.
– ¡Oh, Zoltán! -suspiró ella-. No hay ningún hombre en Inglaterra con quien quiera estar.
Por su honestidad, el pintor la premió con unas dulces palabras en húngaro, las cuales, acompañadas del beso más hermoso de su vida, con seguridad hablaban de amor.
– Arabella -dijo en inglés-. Esa primera noche que pasaste en mi casa, me sentí asediado por los celos y decidí alejarme de ahí para analizar mejor las cosas.
– Y te saliste de la casa -murmuró ella, evocando el episodio.
– Fui a una fiesta a la que me habían invitado -le confesó-. Pero no pude apartarte de mi mente. Y cuando después de haber pasado la noche pensando en verte en el desayuno, me hiciste enojar al tratar de hacerme iniciar el cuadro…
– Nunca traté de… -comenzó a protestar, pero al ver la sonrisa en los labios de Zoltán, se abstuvo de continuar.
– Como sea, me hiciste rabiar -prosiguió él- y me fascinó ver tus hermosos ojos azules cuando te enfureciste. Me llamaste artista temperamental -le recordó-, y añadiste a la larga lista de cosas que me agradan de ti, el haberme hecho cambiar de humor en cuestión de minutos.
Ella lo miró por largos y amorosos momentos.
– Pensé que me despreciabas por no tener un empleo.
– ¡No tener empleo! -exclamó asombrado-. Por lo que me has dicho, lo cual es tan sólo una pequeña parte de todo, no tienes ni tiempo de buscar un trabajo donde te paguen.
– Mi padre se opone. Ese es uno de nuestros problemas.
– Estoy seguro de que le has dicho al señor Rolf todo cuanto piensas acerca de eso -dijo él con una maravillosa sonrisa.
– Se podría decir que sí -agregó ella riendo y lanzando la cabeza hacia atrás. Entonces vio que Zoltán la miraba fijamente y su risa había desaparecido.
– Arabella, mi amor, ¡te amo!
Ella no supo qué decir. Sólo se quedó inmóvil observando la tierna expresión de los ojos de Zoltán.
– Me… -balbuceó ella-,… ¿me amas?
– ¿No es eso lo que te he estado diciendo todo este tiempo?
– Oh…
– ¿Acaso no me entendiste cuando te pregunté si deseabas que continuara?
– ¡No! -dijo apresurada-. Quiero decir, deseaba que me amaras, pero… no pensé que lo hicieras.
– ¿Deseabas que te amara?
– Sí -dijo ella, después de un momento de mirar con pasión los ojos de Zoltán-. Lo anhelaba.
– ¿Porqué?
– ¿Por qué?!-repitió Ella sin entender-. Porque… yo siento lo mismo.
– ¿Me amas como yo a ti?
– Oh, Zoltán -exclamó la joven. Su mirada, su amor y todo en él, le imploraba continuar-: Sí, sí, sí -le dijo-. Te amo tanto.
Por un segundo, Zoltán continuó mirándola con fijeza. Entonces una sonrisa se formó en sus labios y él la tomó en sus brazos.
– Mi amor -suspiró el pintor antes de besarla larga y profundamente.
Momentos después, él se apartó un poco para contemplar su rostro, volver a besarla y estrecharla con fuerza. Ella puso los brazos alrededor de su cuello, apenas atreviéndose a respirar por temor a que el sueño se desvaneciera.
Pero no era ningún sueño, Zoltán se encontraba de nuevo deleitándose en sus brillantes ojos de infinito azul que lo observaban a su vez, extasiados.