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¿Disculparse? ¿Por qué razón?, se preguntó Ella.

– Sí papá -murmuró, no queriendo alargar la conversación.

– ¿Dónde diablos está hospedada tu madre? Tú debes de saberlo. Estoy cansado de buscar su itinerario y no lo encuentro por ningún lado.

– Hay mucha interferencia -contestó ella y colgó el auricular.

Poco tiempo después se decía a sí misma que había estado bien lo que hizo. Sin embargo, un leve sentimiento de culpa la invadió por haber tomado el itinerario de su madre, así como por el amor que sentía hacia su padre a pesar de ser el tirano que era. Eso le hizo sacar el papel con el número de teléfono del pintor y llamarlo de inmediato.

– Hola -saludó cuando una voz en extremo masculina, contestó algo en húngaro-. Deseo hablar con el señor Zoltán Fazekas, por favor -agregó ella en inglés, hablando despacio.

– Está usted hablando con él -le aseguró el hombre en perfecto inglés, con un leve acento extranjero.

– ¡Que bueno! -exclamó ella, hablando normal-. Mi nombre es Arabella Thorneloe. Estoy en Budapest… creo que me estaba usted esperando, ¿no es así? -el silencio que siguió la hizo dudar que Fazekas hablara bien el inglés después de todo. Mas, como él no contestaba ni en inglés ni en húngaro, Ella trató de decirle que se había hospedado en el hotel y al no recibir respuesta, intentó de nuevo con una pregunta-: ¿Se supone que debía alojarme en su casa?

– No te pasará nada donde estás -contestó él, dejándola con la boca abierta de sorpresa al colgar el auricular.

Capítulo 2

A la mañana siguiente, mientras tomaba una ducha, Ella se sentía aún sorprendida e indignada por la actitud de Zoltán Fazekas. Si el pintor era tan amable en su propia lengua como lo había sido en inglés, ¡debía de ser encantador!

También podría ser un hombre maduro, aunque no precisamente viejo, a juzgar por el timbre de su voz.

Más tarde, al sentarse a la mesa del restaurante del hotel, la joven pensó que tal vez hubiera sido mejor esperar a que la situación en su casa mejorara. Pero ya que estaba ahí, se había comprometido a posar para su retrato.

El pensar en el ambiente que le esperaría en Inglaterra, la hizo desistir de semejante idea. El único problema era que al tal Zoltán Fazekas parecía no importarle que ella estuviera ahí. ¡Pero ella no se rebajaría a llamarlo de nuevo!

Una vez en su habitación, decidió salir a dar un paseo y conocer algo de esa ciudad dividida por el Danubio. La joven acababa de tomar su bolso de mano, cuando sonó el teléfono.

– Hola -saludó al descolgar el auricular.

– Supongo que podrás llegar hasta aquí sin ayuda -dijo una masculina voz.

– ¿Cómo? -inquirió ella. De alguna manera la actitud del artista la molestaba.

– ¡Que salgas del hotel y vengas para acá! -replicó él, en el mismo tono. Ella se sintió en extremo irritada. ¿Quién diablos se creía el tipo que era para darle órdenes? No acababa ella de escapar de un tirano para ir a dar con otro-. ¿Tienes mi dirección? -inquirió él, como si la conociera de años.

– Sí la tengo, pero…

– Mientras más pronto comencemos, mejor -la interrumpió Fazekas y una vez más colgó el auricular sin siquiera despedirse.

Ella exhaló enfurecida sin saber qué la irritaba más, si la despótica actitud del tipo, o el hecho de que parecía querer deshacerse de ella sin haberla visto ni una sola vez.

¡Bien podría él arrojarse al río! La joven no estaba dispuesta a obedecer órdenes de nadie. Así que salió de su habitación y se dirigió a comprar algunas tarjetas postales. Tiempo después, se dedicó a escribir a algunos parientes, a Gwennie y a la señora Brighton, así como a todo el personal en Thorneloe Hall. También les envió tarjetas postales a algunos amigos, a su hermano y al otro tirano que conocía: su padre.

Después de depositar las tarjetas en el correo y terminar su café en el restaurante del hotel, aún se sentía reacia a ir a la casa del pintor. Entonces recordó al viejo señor Wadcombe, acabado de salir del hospital. De seguro, también le gustaría recibir una postal de Hungría.

Luego de seleccionar, comprar y enviar la tarjeta, Ella regresó a su habitación y tomó una ducha. Después de cepillar su largo y hermoso cabello rojizo, se puso un conjunto de vestir color ámbar y comenzó a empacar el resto de su ropa. Entonces bajó a la recepción a liquidar su cuenta.

Bajo el sol de mediodía, se introdujo en el taxi que la llevaría al hogar del tal Zoltán Fazekas. Ella no era una persona nerviosa, pero al ver la forma de manejar del chofer, la chica se preguntó si habría reglas de tránsito en Hungría. Aunque en realidad su nerviosismo no tenía nada que ver con la velocidad del vehículo.

La residencia de Zoltán Fazekas se encontraba en un área exclusiva de la ciudad, en las llamadas Colinas Buda, que estaban del otro lado del Danubio.

– Köszönöm -agradeció ella en húngaro al taxista, al mismo tiempo que le daba una generosa propina, una vez que llegó a su destino.

Cuando el taxi partió, Ella se volvió hacia la pequeña, aunque vistosa, puerta frente a ella y tocó el timbre. Una mujer regordeta vestida de color azul marino acudió a su llamado.

– Jó napot -la saludó en tono grave y, notando las maletas en el piso, abrió la puerta de par en par, indicándole en apariencia que la estaba esperando-. ¡Oszvald! -gritó hacia adentro, y en seguida pronunció una serie de palabras que Ella no entendió-. Nem, Oszvald -dijo, señalando las maletas. Tal parecía que él era el encargado de llevarlas adentro. Entonces apareció un hombre de baja estatura, igual de regordete que la mujer y, en apariencia, de la misma edad. Ella entró en el recibidor y se encontró con Oszvald.

– Jó napot -murmuró el hombre y, tomando las maletas, se dirigió hacia una amplia escalera al fondo de la habitación.

– ¿Habla usted inglés? -preguntó Ella a la mujer, quien la miró sin comprender.

Puesto que Zoltán Fazekas no estaba ahí para preguntarle quién era la regordeta mujer, la joven decidió seguirla por la escalera sin decir nada.

La casa tenía varios pisos, pero la habitación a la que fue llevada se encontraba en el primero. La alfombra era de color crema con leves tonos de color rosa igual al de los muros. Los bellos muebles eran de exquisita madera de caoba y una grande y mullida cama se encontraba en el centro. También había otra puerta en la habitación, la cual abrió la mujer regordeta para revelar su agradable cuarto de baño.

– No comprendo -se disculpó Ella al escuchar una serie de incomprensibles palabras en húngaro que la empleada acababa de pronunciar. Sin embargo, el lenguaje internacional de gestos y señales le ayudó a comprender cuando la mujer se acercó a ella señalando al número dos en su reloj.

– ¡Ebéd!

– Köszönöm -respondió Ella con una sonrisa, contenta de ver que la mujer la dejaba a solas. No tenía idea de cuánto tiempo se tardaría Fazekas en pintar un retrato, pero en verdad esperaba que fueran días, en lugar de semanas.

Poco antes de la una, salió de su habitación y se dirigió al recibidor, esperando que el ama de llaves, si en verdad era ese su papel, saliera a ver que se le ofrecía.

Una vez abajo, se percató de una puerta que estaba entreabierta. Se encaminó hacia ella y penetró en el recinto, el cual resultó ser un confortable estudio, exquisitamente amueblado.

Su estómago tenía la esperanza de que fuera la cocina, pero al no ser así, ella se sentó en un sillón a esperar que algo pasara.

A la una y media, nadie había aparecido ni olía a comida por ningún lado. Ella pensó ir a algún restaurante, pero después de pensar un poco, decidió esperar. Después de todo, era su culpa no haber ido de inmediato cuando el pintor le había dicho.