– El viejo está golpeando otra vez -dijo la Maga. -Debe ser un postigo-dijo Gregorovius.
– En esta casa no hay postigos. Se ha vuelto loco, seguro. Oliveira se calzó las zapatillas y volvió al sillón. El mate estaba estupendo, caliente y muy amargo. Arriba golpearon dos veces, sin mucha fuerza.
– Está matando las cucarachas -propuso Gregorovius.
– No, se ha quedado con sangre en el ojo y no quiere dejarnos dormir. Subí a decirle algo, Horacio.
– Subí vos -dijo Oliveira-. No sé por qué, pero a vos te tiene más miedo que a mí. Por lo menos no saca a relucir la xenofobia, el apartheid y otras segregaciones.
– Si subo le voy a decir tantas cosas que va a llamar a la policía.
– Llueve demasiado. Trabajátelo por el lado moral, elogiale las decoraciones de la puerta. Aludí a tus sentimientos de madre, esas cosas. Andá, haceme caso.
– Tengo tan pocas ganas -dijo la Maga.
– Andá, linda -dijo Oliveira en voz baja.
– ¿Pero por qué querés que vaya yo?
– Por darme el gusto. Vas a ver que la termina. Golpearon dos veces, y después una vez. La Maga se levantó y salió de la pieza. Horacio la siguió, y cuando oyó que subía la escalera encendió la luz y miró a Gregorovius. Con un dedo le mostró la cama. Al cabo de un minuto apagó la luz mientras Gregorovius volvía al sillón.
– Es increíble -dijo Ossip, agarrando la botella de caña en la oscuridad.
– Por supuesto. Increíble, ineluctable, todo eso. Nada de necrologías, viejo. En esta pieza ha bastado que yo me fuera un día para que pasaran las cosas más extremas. En fin, lo uno servirá de consuelo para lo otro.
– No entiendo -dijo Gregorovius.
– Me entendés macanudamente bien. Ça va, ça va. No te podés imaginar lo poco que me importa.
Gregorovius se daba cuenta de que Oliveira lo estaba tuteando, y que eso cambiaba las cosas, como si todavía se pudiera… Dijo algo sobre la cruz roja, las farmacias de turno.
– Hacé lo que quieras, a mí me da lo mismo -dijo Oliveira-. Lo que es hoy… Qué día, hermano.
Si hubiera podido tirarse en la cama, quedarse dormido por un par de años. «Gallina», pensó. Gregorovius se había contagiado de su inmovilidad, encendía trabajosamente la pipa. Se oía hablar desde muy lejos, la voz de la Maga entre la lluvia, el viejo contestándole con chillidos. En algún otro piso golpearon una puerta, gente que salía a protestar por el ruido.
– En el fondo tenés razón -admitió Gregorovius-. Pero hay una responsabilidad legal, creo.
– Con lo que ha pasado ya estamos metidos hasta las orejas -dijo Oliveira-. Especialmente ustedes dos, yo siempre puedo probar que llegué demasiado tarde. Madre deja morir infante mientras atiende amantes sobre alfombra.
– Si querés dar a entender…
– No tiene ninguna importancia, che.
– Pero es que es mentira, Horacio.
– Me da igual, la consumación es un hecho accesorio. Yo ya no tengo nada que ver con todo esto, subí porque estaba mojado y quería tomar mate. Che, ahí viene gente.
– Habría que llamar a la asistencia pública -dijo Gregorovius.
– Bueno, dale. ¿No te parece que es la voz de Ronald?
– Yo no me quedo aquí -dijo Gregorovius, levantándose-. Hay que hacer algo, te digo que hay que hacer algo.
– Pero si yo estoy convencidísimo, che. La acción, siempre la acción. Die Tätigkeit, viejo. Zás, éramos pocos y parió la abuela. Hablen bajo, che, que van a despertar al niño.
– Salud -dijo Ronald.
– Hola -dijo Babs, luchando por meter el paraguas.
– Hablen bajo -dijo la Maga que llegaba detrás de ellos-. ¿Por qué no cerrás el paraguas para entrar?
– Tenés razón -dijo Babs-. Siempre me pasa igual en todas partes. No hagás ruido, Ronald. Venimos nada más que un momento para contarles lo de Guy, es increíble. ¿Se les quemaron los fusibles?
– No, es por Rocamadour.
– Hablá bajo -dijo Ronald-. Y meté en un rincón ese paraguas de mierda.
– Es tan difícil cerrarlo -dijo Babs-. Con lo fácil que se abre.
– El viejo me amenazó con la policía -dijo la Maga, cerrando la puerta-. Casi me pega, chillaba como un loco. Ossip, usted tendría que ver lo que tiene en la pieza, desde la escalera se alcanza a ver algo. Una mesa llena de botellas vacías y en el medio un molino de viento tan grande que parece de tamaño natural, como los del campo en el Uruguay. Y el molino daba vueltas por la corriente de aire, yo no podía dejar de espiar por la rendija de la puerta, el viejo se babeaba de rabia.
– No puedo cerrarlo -dijo Babs-. Lo dejaré en ese rincón.
– Parece un murciélago -dijo la Maga -. Dame, yo lo cerraré. ¿Ves qué fácil?
– Le ha roto dos varillas -le dijo Babs a Ronald.
– Dejate de jorobar -dijo Ronald-. Además nos vamos en seguida, era solamente para decirles que Guy se tomó un tubo de gardenal.
– Pobre ángel -dijo Oliveira, que no le tenía simpatía a Guy.
– Etienne lo encontró medio muerto, Babs y yo habíamos ido a un vernissage (te tengo que hablar de eso, es fabuloso), y Guy subió a casa y se envenenó en la cama, date un poco cuenta.
– He has no manners at all -dijo Oliveira-. C’est regrettable.
– Etienne fue a casa a buscarnos, por suerte todo el mundo tiene la llave -dijo Babs-. Oyó que alguien vomitaba, entró y era Guy. Se estaba muriendo, Etienne salió volando a buscar auxilio. Ahora lo han llevado al hospital, es gravísimo. Y con esta lluvia -agregó Babs consternada.