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—¡No tengo intención de parar! ¡No me matarás!

Esta vez, cuando Dhamon blandió su arma, la estantería salió disparada de sus sudorosos dedos y se estrelló contra una pared. Más cráneos de monos y tarros cayeron con estrépito al suelo.

—No tengo el menor deseo de matarte.

El hombre retrocedió, jadeante, con los ojos entrecerrados y clavados en los ardientes puntos de luz que servían de ojos a su doble.

—Si no quieres matarme, entonces ¿qué es todo esto?

—Si te elimino, Dhamon Fierolobo, desaparecerás para siempre; igual que la gente de esta ciudad. Ya cometí ese error en una ocasión. Si me limito a alimentarme de ti, puede llegar un día en que pases de nuevo por esta ciudad, y vuelvas a servirme de alimento.

El doble de Dhamon alzó una mano, y la carne se tornó negra y fina, con zarcillos a modo de dedos que brotaban de ella y se posaban sobre el pecho del hombre.

Dhamon sintió una desesperación total. No deseaba presentar más batalla, pues se sentía impotente, perdido y a merced de aquella criatura.

—Ríndete a mí —indicó el ser con aspecto de Dhamon—. Ríndete por completo.

Dhamon se relajó y notó cómo los dedos-zarcillos se deslizaban por su pecho; sin embargo, una parte de él se rebeló contra la idea de rendición, de derrota abyecta. «No puedo rendirme», se dijo.

—No puedes vencer, Dhamon Fierolobo.

«No puedo rendirme», repitió mentalmente, al mismo tiempo que caía de rodillas.

—A pesar de lo fuerte que eres, no puedes vencerme.

Una lágrima resbaló por el rostro de Dhamon y las manos le temblaron.

«¡Lucha!», pensó.

—Debo poseerte, igual que poseo esta ciudad, pero sólo tomaré de ti lo que tomé de tus compañeros. —Los dedos negros y delgados de la criatura recorrieron con suavidad la frente de Dhamon.

«¡No permitas que venza! ¡Lucha contra él con todo lo que tengas!».

Los dedos del ser siguieron moviéndose, luego, de repente, las manos retrocedieron, y la criatura alzó la barbilla y rugió. La forma de Dhamon se fundió como mantequilla, y en cuestión de segundos el ser adoptó el aspecto de una criatura parecida a un lagarto con una intrincada cornamenta.

—¡No luches contra mí! —se enfureció—. ¡No puedes vencer! No haces más que posponer mi sustento, Dhamon; pero ¡no puedes posponerlo eternamente!

Dhamon aspiró con fuerza y se puso en pie con paso inseguro. Tiritaba debido a los efectos del hechizo de la criatura y al frío que ésta generaba, y tuvo que hacer un gran esfuerzo sólo para hablar.

—La hembra de Dragón Rojo no consiguió derrotarme —replicó, totalmente consciente de que su adversario le estaba leyendo los pensamientos y enterándose de su enfrentamiento con Malys y de todo lo referente a la escama de la pierna—, y tampoco lo conseguirá un criatura insignificante como tú. Lo que sea que intentes hacer a mi mente, ¡no dejaré que lo hagas!

La criatura retrocedió, y flotó por encima del suelo mientras escudriñaba a Dhamon como no había hecho con ninguna de sus víctimas anteriores.

—Tu mente es fuerte, humano, y, con gran sorpresa por mi parte, debo admitir que me siento incapaz de robar una parte de ella… en este momento.

—Puedo ganar —declaró él—. Puedo no ser capaz de hacerte daño, pero puedo impedir que me lo inflijas a mí.

El ser lanzó una cruel carcajada, y entonces sus ojos se tornaron más brillantes.

—No te dejaré ganar. Dame lo que quiero, Dhamon. Baja tus defensas y haz que esto resulte fácil e indoloro para ambos.

Dhamon sacudió la cabeza con gesto desafiante.

»Si no me lo entregas —agregó su oponente, y cada palabra surgió lenta y dilatada—. Mataré a aquéllos que llamas Ragh y Fiona.

Dhamon aspiró con fuerza.

»Sabes que puedo hacerlo y lo haré, ya que ellos no son tan formidables como tú. Desecaré sus mentes y en venganza te dejaré totalmente solo en este lugar sin nombre. Cuando nuestros caminos vuelvan a cruzarse, volveré a atacarte. Iré por tu mente una y otra vez hasta que te agote y tenga éxito. No puedes resistirte a mí eternamente. Ríndete si quieres que tus compañeros vivan.

Se produjo un tenso silencio durante varios minutos.

»Nada —repitió la criatura—; no puedes hacer nada al respecto. Nada, si quieres que tus camaradas, tus amigos, vivan.

—¿Qué… qué es exactamente lo que quieres de mí?

Los labios de la figura con aspecto de lagarto se abrieron, para mostrar relucientes dientes amarillos y una lengua viperina que se desenrolló despacio y fue hacia Dhamon.

—Un recuerdo —contestó el ser—. Eso es todo lo que requiero. Me alimento de los recuerdos de los vivos. Tomaré solamente uno de ti. Esta vez.

La lengua se enroscó al cuello de Dhamon y lo atrajo más cerca; luego, unos dedos filamentosos se alzaron y acariciaron las sienes del hombre.

—Sólo uno, luego tú y tus compañeros podéis abandonar la ciudad. Pero si nuestros caminos se vuelven a cruzar, tomaré otro recuerdo. Y otro. Aunque jamás los tomaré todos.

Dhamon se resistió durante unos instantes más.

—Es la muerte para tus amigos —le recordó el ser— o uno de tus recuerdos.

Dhamon aspiró con fuerza, cerró los ojos, y la criatura entró en su mente.

5

Adolescencia robada

Ciento doce caballeros estaban acampados en un campo de salvia y flores silvestres entre la ciudad de Hartford y el río Vingaard. Dhamon sabía exactamente cuántos eran porque los había contado tres veces; y en esos momentos estaba tumbado sobre el estómago justo más allá del borde de un pequeño bosquecillo, oculto por la maleza, y los observaba con atención. Su hermano pequeño estaba junto a él, dormitando de aburrimiento.

Dhamon, sin embargo, no estaba aburrido. Jamás se había sentido más entusiasmado en toda su joven vida.

Ya había visto caballeros en otras ocasiones, unos pocos solámnicos que atravesaban la población de vez en cuando de camino a otro lugar; sin duda con destino a Solanthus, en el sur, donde había oído decir que existía un gran puesto avanzado o un fuerte o algo parecido. Desde luego, se había sentido impresionado por los solámnicos y por el cuarteto de caballeros de la Legión de Acero que había estado en Hartford hacía dos o tres años para llevar a cabo una ceremonia especial que afectaba a uno de sus oficiales. ¿Qué joven no se había sentido cautivado por los uniformados hombres armados y con armadura que montaban imponentes corceles de guerra? Había tenido amigos mayores que habían marchado a unirse a los solámnicos, y uno de sus amigos íntimos, Trenken Hagenson, era ahora un caballero y se esperaba una visita suya a finales de aquel otoño o a principios de invierno.

Esos caballeros en particular —Caballeros de Takhisis, los llamaba lo población en susurros— resultaban impresionantes, y ¡eran tantos!

Aquellos hombres despertaban intensas emociones en la gente del lugar: miedo, asombro, aversión, admiración. Lo que Dhamon sentía era asombro. Aquellos caballeros negros poseían una categoría que no había observado en caballeros de las otras Órdenes; éstos eran orgullosos, poderosos, sumamente seguros de sí mismos, y Dhamon percibía su seguridad desde su escondite. ¡Qué hombres eran aquellos caballeros! Si Trenken los hubiera visto, habría elegido esa Orden en lugar de la de Solamnia. Cada uno de los caballeros negros se movía con energía y elegancia, con los hombros bien erguidos y el pecho henchido. No se percibía el menor atisbo de fatiga o debilidad, a pesar de que habían estado en pie desde antes del amanecer realizando marchas, haciendo instrucción o practicando con la espada. Dhamon lo sabía, porque había estado allí desde poco después del amanecer, observándolos.

La mayor parte del tiempo había permanecido tumbado en la maleza, tal como estaba en esos momentos, pero cuando el cuello y las piernas empezaban a dolerle, se deslizaba con cautela de regreso a la comodidad de un sauce y se mojaba el rostro con agua del riachuelo. Cuando eso sucedía, se colocaba detrás del árbol y espiaba a los hombres entre la cortina de hojas mientras devoraba los melocotones que había llevado consigo. Habían enviado a su hermano a buscarlo, regañarlo y a llevarlo de vuelta a casa para que realizara sus tareas, pero Dhamon le dijo que, aquel día, tenía cosas más importantes que hacer que esquilar ovejas; tenía que observar a los caballeros. Su hermano protestó pero comprendió enseguida que si permanecía allí, junto a Dhamon, también él podría eludir sus tareas. Si alguien se metía en líos, sería su hermano mayor, Dhamon.