—No, señor —respondió Dhamon—. Sólo yo. Ése es mi hermano pequeño.
—¿Cuántos años tienes, Dhamon Fierolobo?
La sonrisa se desvaneció, reemplazada por una intensa expresión exploratoria que dejó al muchacho sin aliento.
—Trece. Cumplí los trece la semana pasada, señor.
—Parece que tengas más.
Dhamon podría haber mentido, haber dicho dieciséis o diecisiete, ya que podía fácilmente hacerse pasar por mayor, al ser tan alto como sus amigos de esa edad. Pero temía mentir a aquel hombre. Aquellos ojos podían adivinar cualquier falsedad e imponer un terrible castigo.
—Trece; eso es un poco demasiado joven —respondió el comandante con suavidad—, para mi unidad. Aunque hay algunas que aceptan escuderos de tu edad. Años atrás nuestra Orden aceptaba muchachos de doce años, pero, como he dicho, eso fue hace años. Ahora buscamos jóvenes de dieciséis o más.
—Realmente quiero ser un caballero negro, señor —repitió el muchacho, apretando los dientes.
—¿Por eso nos has estado vigilando todo el día, Dhamon? —inquirió el comandante, y le asestó una palmada en el hombro.
Detrás de ellos, el entrenamiento se detuvo, y los hombres miraron hacia el lugar donde estaba su jefe, al que podían ver a lo lejos. El comandante de campo alzó una mano para que la siguiente pareja iniciara su entrenamiento.
—¿Tumbado entre la hierba y estudiando a mis hombres desde la salida del sol?
El muchacho intentó ocultar su sorpresa por que el otro supiera que había estado allí todo aquel tiempo. ¡Y eso que había intentado ser sigiloso!
—Sí, señor, he estado observando a vuestros caballeros todo el día.
—Recoge tu camisa, joven Dhamon Fierolobo, y ven a visitarnos a mí y a mis hombres.
Con el corazón martilleando alocadamente en su pecho, el muchacho recuperó la camisa, se la puso y se dedicó a frotar las manchas de tierra mientras corría todo lo que le permitían las piernas en dirección al campamento. Se peinó los cabellos con los dedos e intentó parecer tan orgulloso y seguro de sí mismo como los perplejos caballeros que se habían reunido para recibirlo.
—Éste es Dhamon Fierolobo de Hartford —dijo el comandante, presentándolo a una media docena de hombres que afilaban y limpiaban sus espadas—. Quiere ser un caballero negro.
Solamente uno de los caballeros alargó la mano y le dedicó un saludo con la cabeza.
—Y tal vez será uno de nosotros algún día —prosiguió el oficial—; dentro de unos años. Frendal, dale una vuelta por el campamento, déjale que ayude a montar unas cuantas tiendas, que maneje tu espada. Pero asegúrate de enviarlo a casa antes de la puesta de sol. No quiero que se meta en líos con su familia por nuestra causa.
Tal vez sería un caballero algún día. Dhamon se quedó cabizbajo al instante, aunque ocultó la desilusión que sentía. Algún día. ¿Por qué no ahora?
Averiguó que Frendal era el segundo en el mando del destacamento, que era originario de Encina Invernal en Coastlund, que se había alistado con los caballeros negros hacía doce años cuando tenía diecisiete, y que había pasado los primeros años estacionado en los Eriales del Septentrión y en Foscaterra. Un correo acababa de traer un mensaje importante, y la unidad de Frendal regresaba a Foscaterra. El caballero no quiso revelar nada más sobre la misión a Dhamon, aunque le regaló los oídos con relatos de batallas contra goblins.
—¿Sabes luchar? —inquirió el hombre, bromeando, a la vez que entregaba la espada al muchacho para que la inspeccionara.
Dhamon sostuvo el arma casi con reverencia, y descubrió que resultaba más pesada de lo que parecía. Admiró los detalles de la empuñadura y el travesaño.
—Fue un regalo de mi madre —explicó Frendal—. Era un miembro de los caballeros negros, también.
—Jamás he tenido la oportunidad de luchar —admitió el muchacho—, pero sabría luchar. Sé que sabría. —Retrocedió e imitó unos cuantos de los movimientos de prácticas que había visto realizar a los caballeros—. Aprendo deprisa.
—Te creo. —Los ojos del otro centellearon.
El día finalizó demasiado bruscamente para Dhamon, y cuando el sol se puso estaba ya de regreso en casa y ayudando a su madre a poner la mesa. Su hermano había contado a la familia que estaba codeándose con los caballeros negros, y ése fue el único tema de conversación durante la cena.
Su padre se mostró enojado al respecto.
—Los caballeros negros son malvados y despreciables —dijo, y agitó un dedo mientras contemplaba a Dhamon con ojos entrecerrados—. Son gentes ruines que combaten a las personas honradas. Si sientes deseos de convertirte en un caballero, estudiaremos el asunto la próxima primavera o más probablemente la siguiente. Cuando lleve las ovejas de más edad al mercado situado al norte de Solanthus, nos informaremos sobre la posibilidad de que te alistes con los caballeros solámnicos. Lo cierto es que se trata de una vida dura y peligrosa, y si superas el período de preparación te pueden enviar al otro extremo del mundo. De todos modos, los solámnicos resultarían mucho mejores que los caballeros negros. Aunque yo preferiría que te pasarás la vida trabajando en esta granja, no te disuadiré. Hay muchos argumentos en favor del servicio militar. —El patriarca de los Fierolobo se dedicó a masticar patatas durante un rato—. Pero te quedan algunos años para empezar a pensar en todo esto. Puede que cambies de idea.
Pero no recibió castigo ni prohibición alguna al respecto. Al contrario de lo que sucedía con algunos de los amigos de Dhamon, el muchacho sabía que su padre no lo forzaría a convertirse en granjero o cabrero; tampoco lo obligarían a trabajar en aquella granja cuando fuera mayor. Su padre era un fiel defensor del libre albedrío y de seguir los dictados del corazón, puesto que él mismo había abandonado su hogar a una edad relativamente temprana para hacer lo que le gustaba.
Dhamon sabía que podría llevar a cabo la ambición de su vida… dentro de unos pocos y cortos años.
—Los caballeros negros…
—… no son para ti —intervino su padre rápidamente—, y no volverás a ir allí. Todos los habitantes del pueblo tienen el suficiente sentido común para mantenerse apartados de lo que sea que esos hombres están haciendo ahí.
Realizan prácticas, quiso responder él. Hacían instrucción y practicaban, y aguardaban la llegada de otro correo antes de partir en dirección a Foscaterra. Pero no dijo nada. Terminó su cena en silencio y asintió cortésmente mientras su padre enumeraba las tareas que había que realizar el día siguiente.
Dhamon se levantó antes de que saliera el sol, y finalizó la mayor parte del trabajo antes de regresar a aquel punto situado entre Hartford y el río Vingaard, y tumbarse boca abajo para observar a los caballeros. Se escabulló de vuelta a casa para finalizar sus deberes poco antes del mediodía, y luego esquivó con destreza a su hermano menor y regresó al campo otra vez antes de cenar. Dijo a su padre que iba a ver a un amigo, y no lo consideró totalmente una mentira, ya que el comandante y Frendal se habían comportado de un modo muy amistoso con él. Si su padre descubría la treta, lo castigarían, pero valía la pena arriesgarse a un castigo ante la posibilidad de pasar más tiempo con aquellos hombres.
¿Cuántos días más permanecerían allí?, se preguntaba, mientras deseaba que el correo proviniera de algún lugar muy lejano y no llegara hasta al cabo de algunas semanas más. No veía nada despreciable o malvado en aquellos caballeros, y desde luego no eran ruines en su actitud hacia él. Eran notablemente listos, se dijo, observando la rutina que seguían. Tenían las tiendas montadas en hileras rectas, pero cada hilera estaba desalineada con la siguiente, de modo que para un observador corriente daba la impresión de que las tiendas estaban dispuestas sin orden ni concierto. Existía también una pauta en las patrullas, pero Dhamon necesitó dos días de estudio de dicha pauta y de garabatear notas en el polvo para descubrir cuál era, y comprendió que ningún enemigo la descifraría sin hacer lo mismo.