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Dhamon reconoció la voz y giró en redondo, incrédulo, para encontrarse con los ojos de Nura Bint-Drax bajo su forma de mujer-serpiente. La criatura les cortaba la retirada, alzada sobre la cola en mitad de la entrada de la cueva, mientras balanceaba hipnóticamente el cuerpo recubierto de centelleantes escamas. Su magia, más que su amenazadora forma, inmovilizaba a Fiona y a Ragh.

—Ninguno de vosotros va a ir a ninguna parte hasta que mi amo lo permita —siseó Nura—. Si es que lo permite.

No tenían la menor posibilidad de redimirse, se dijo Dhamon. No tenían la menor posibilidad de…

—¡Dhamon! —El mago ogro, todavía de pie frente al dragón le hizo una seña—. ¡Ven! ¡Únete a nosotros, Dhamon!

«¿Unirme a vosotros? —pensó él—. ¡Por las cabezas de la Reina de la Oscuridad, esto no puede estar sucediendo! ¡No puede ser real!».

Dhamon intentó convencerse de que aquello no estaba sucediendo, pero sabía que así era.

Había percibido el miedo al dragón, y en esos momentos, al pasear la mirada de la entrada de la cueva a sus profundidades, veía cómo la naga se balanceaba, y también la sobrenatural luz amarilla de los ojos del dragón. Veía también a su traicionero amigo, Maldred, colocado frente a la criatura, aguardando.

—Ragh —musitó.

Por el rabillo del ojo, vio que el draconiano se estremecía como si intentara romper el hechizo de la naga.

—Ragh —llamó en voz más alta.

—Te… te oigo. —El familiar susurro ronco sonó como si la criatura se esforzara por recuperar fuerzas—. ¿Tienes algún maravilloso plan para sacarnos de esto?

Desde el fondo de la cueva, Maldred volvió a llamar a Dhamon.

—Bueno, pues yo sí tengo un plan —refunfuñó Ragh—. Mi plan es que vamos a morir, y prefiero dejar que sea el dragón quien me mate. Será mucho más rápido que cualquier cosa que esa criatura-serpiente planee hacer. Eso es lo que creo.

—Es Nura Bint-Drax, Ragh.

—Quienquiera que sea, es horrible.

—Se trata de Nura Bint-Drax —repitió.

«Y tú la conoces —pensó Dhamon, a continuación—, y desde el momento mismo en que te conocí, Ragh, has estado obsesionado con la idea de matarla. Ella te cortó las alas, te desangró para crear dracs y abominaciones. La odias».

—La has visto bajo otras formas, pero deberías reconocerla —insistió Dhamon.

—No la he visto jamás. Me acordaría sin duda, si la hubiera visto antes.

—El ser de Caos —masculló Dhamon.

La criatura de Caos había arrancado a Ragh el recuerdo de Nura Bint-Drax. Eso debía ser. ¿Qué recuerdo le habría robado a él aquel maldito ser?

—¿Dhamon? —volvió a llamar Maldred.

«No importa lo que el ser de Caos me quitara —pensó él—. Nada importará si no salimos de aquí con vida».

Pero las piernas no querían cooperar. Durante los pocos instantes en que había dejado vagar la mente, el miedo al dragón se había filtrado en sus huesos.

Al mismo tiempo, la naga se acercó más.

El curioso y embriagador olor del aceite perfumado del ser se mezcló con el desagradable hedor de la ciénaga, y Dhamon se sintió débil, mareado y dispuesto a darse por vencido. «Debería haber dejado que el mar acabara con él durante aquella tormenta», se dijo, porque así aquel dragón no obtendría la satisfacción de matarlo. Jamás conseguiría ver a su hijo.

—Luchad contra el miedo al dragón —siseó, tanto para sí como para Ragh y Fiona—, y contra la magia de la naga. No os rindáis. ¡Defendeos!

Se concentró en su cólera, una técnica que utilizaba en la época en que montaba a un Dragón Azul y tenía que enfrentarse a su contenida aura. Se centró en el miedo al dragón, y presa de ciega cólera se apartó dando bandazos de Ragh y Fiona, y corrió hacia Maldred.

—Ragh —gritó por encima del hombro—; ¡fue Nura Bint-Drax quien te quitó las alas!

Esperaba que aquella revelación hiciera reaccionar al draconiano, pero no aguardó a ver qué sucedía. Agarró al sorprendido Maldred, alargó veloz la mano hacia la espalda del ogro y soltó la enorme espada de doble empuñadura que éste llevaba siempre envainada allí.

—¡Dhamon, no!

El mago ogro intentó hacerse con el arma, pero Dhamon ardía de rabia, y en unas pocas zancadas ya había puesto distancia entre él y Maldred y el dragón, fortaleciéndose para resistir la incesante aura de miedo a la vez que preparaba la espada para entrar en acción.

Los refulgentes ojos del dragón ni siquiera pestañearon, y la bestia no habló ni hizo movimiento alguno, aparte del continuo sisear de sus escamas.

—¡Dhamon, detente!

Al estar concentrado en el dragón, la embestida de Maldred lo cogió por sorpresa, y el ogro consiguió alcanzarlo y tumbarlo. La espada rodó por el suelo con un metálico tintineo.

—¡Dhamon! —chilló el ogro en tono desafiante, al mismo tiempo que alzaba el brazo en un gesto de advertencia—. ¡Tienes que escucharme, Dhamon!

El hombre lanzó una patada que hizo perder el equilibrio a Maldred, y luego gateó por el suelo para recuperar el arma.

—¡No, escúchame tú a mí, Mal! ¡El dragón te tiene bajo su control! Este dragón…

—¡No es Sable! —exclamó el otro—. ¡Este dragón no está interesado en hacerte daño!

Sí, Ragh había dicho que el dragón no era Sable.

No era la hembra de Dragón Negro, pero la fetidez todavía bien presente en su boca, los sonidos de la ciénaga que se deslizaban al interior de la cueva… todo aquello le indicaba que se encontraba en el reino de la Negra. De modo que si no se trataba de Sable, ¿qué otro dragón se hallaba en el pantano de la señora suprema? Y ¿por qué tenía esclavizado a Maldred?

—Muy bien. Te escucho —indicó a Maldred, al mismo tiempo que bajaba ligeramente la espada—. Habla deprisa.

A su espalda, oyó que Nura Bint-Drax siseaba mientras Ragh y Fiona se adentraban despacio en la cueva, resignados a su destino. Así pues, sus palabras no habían conseguido que el draconiano reaccionara.

—He dicho que te escuchaba, Mal.

—Dhamon —dijo éste—; sé que te debo la verdad. El dragón no me controla en estos momentos, ni lo ha hecho nunca en realidad. Pero estoy… asociado… con él. Te he traído aquí a petición suya. Tengo que pensar en mi familia, en mi país, y…

Sin un pestañeo, los ojos de Dhamon se entrecerraron y se encontraron con los ojos nublados del dragón. Había algo familiar en la criatura, en especial en los ojos, en aquellas rendijas de forma curiosa. Por un instante se vio a sí mismo reflejado en ellas, pero era alguien distinto: alguien con unos cuantos años menos, con cabellos rubios como el maíz, alguien que era honrado e intrépido, alguien que había estado a punto de morir, y que llevaba un escama de hembra de Dragón Rojo incrustada en el muslo.

—El Dragón de las Tinieblas —dijo.

Sí, se trataba del Dragón de las Tinieblas que en una ocasión le había curado con su sangre, con la ayuda de una hembra de Dragón Plateado. La sangre y la magia de aquel dragón habían roto el dominio que Malys ejercía sobre su persona, pero tornaron negra la enorme escama de la pierna, ennegrecieron sus cabellos y afectaron a su alma.

Sintió un gran frío en el corazón, y escudriñó con más atención al Dragón de las Tinieblas.

Dhamon había cambiado desde aquel día fatídico, pero ¿y el dragón? Evidentemente era más viejo, pero aquello resultaba extraño, pues en el transcurso de aquellos pocos años la criatura casi no debería haber envejecido. Los dragones vivían durante siglos.

Un retumbo zarandeó la piedra y la tierra, y Dhamon tardó unos instantes en comprender que se trataba del dragón que hablaba por primera vez.

—¿Recuerdas…? —inquirió la bestia—. En las montañas muy lejos de aquí.

—Sí, dragón. A muchos kilómetros de distancia y no hace demasiados años.