En la elevación situada al este de Shrentak, Nura Bint-Drax se deshizo de su aspecto ergothiano. Tras recostarse sobre un cómodo y grueso anillo de su cuerpo, con los cabellos cobrizos desplegados alrededor del rostro en una elegante caperuza, la criatura cerró los ojos e imaginó mentalmente al Dragón de las Tinieblas. Los últimos rayos solares le calentaron el rostro y cayeron sobre las escamas, que refulgieron, a excepción de un pedazo en sombras situado cerca de la cola. Aquellas escamas se parecían a las escamas pequeñas de la pierna de Dhamon, pero eran sólo un puñado… y no se habían propagado demasiado desde el día en que el Dragón de las Tinieblas las había colocado allí. La magia del dragón no se había afianzado con la misma fuerza en la naga, que era, por naturaleza, resistente a su hechizo, y por lo tanto esperaba que no apareciesen más escamas. Por ese motivo se sentía celosa y resentida contra Dhamon Fierolobo.
—Tú eres el elegido, Dhamon —siseó—. El adalid de mi amo.
El Dragón de las Tinieblas había fomentado las habilidades mágicas de Nura; había sacrificado un poco de sí mismo para engendrar su crecimiento mágico y crear un vínculo entre ambos que le permitiera contemplar el mundo a través de los ojos de la criatura. La naga se había convertido en una extensión de él.
A cambio, ella le entregaba su lealtad absoluta. En la medida en que era capaz de venerar algo, Nura idolatraba al Dragón de las Tinieblas.
—Amo —gorjeó.
La naga dejó vagar la mente hasta la cueva situada a varios kilómetros de distancia. La imagen del dragón se alzó ante sus ojos y alrededor de su propia persona, y la criatura imaginó la agradable fetidez de la madriguera de su señor. Aspiró con fuerza y retuvo el aroma todo lo posible.
—Amo —exhaló—; Dhamon Fierolobo se ha aventurado en la ciudad demasiado pronto. Tu títere Maldred lo sigue. No obstante, todo está bajo mi control.
En su mente, el suelo tembló con la respuesta del dragón, y ella aguardó paciente hasta que éste terminó de hablar.
—No, estoy de acuerdo en que Dhamon no está listo aún para enfrentarse a Sable —respondió—. Maldred y yo nos las apañamos para perder tiempo en el pantano y escogimos sendas equivocadas, con lo que tardamos días, en lugar de horas, en llegar hasta aquí. Pero, no obstante el tiempo que perdimos, todavía no está preparado para la prueba definitiva. Las escamas no se han extendido lo suficiente, ni con la rapidez necesaria… y sin embargo sigue adelante.
El dragón gruñó y envió una serie de ondulaciones a través de la tierra, y la mente de la naga fue discerniendo cada palabra.
—Sí, amo. Estoy convencida de que tu títere ogro encontrará un modo de retrasar a Dhamon hasta que esté preparado. Desde luego yo intervendré, si es necesario.
Hizo una pausa, mientras sus sentidos estudiaban al Dragón de las Tinieblas, y encontraban a la enorme criatura mucho más pletórica de energía de lo que la había visto jamás.
»Ese momento llegará muy pronto —le dijo el dragón—. Lo noto. Dhamon está enfurecido con mi magia, lucha contra ella con su mente, pero su rabia alimenta su transformación, y como su cuerpo no es tan fuerte como su mente, yo venceré.
»Pronto. —Los pensamientos de Nura acariciaron al dragón y extrajeron energía de su amo; puesto que las mentes de ambos se entremezclaban, la naga podía sentir lo que el otro sentía—. Muy pronto —ronroneó.
Sí, Dhamon estaría preparado, pronto, para enfrentarse a la hembra de Dragón Negro. A lo mejor sería una cuestión de horas, tal vez de unos días. Ella lo guiaría, y si vencía a la señora suprema, su amo obtendría exactamente lo que deseaba. Y muy pronto, ella gobernaría al lado del Dragón de las Tinieblas.
»Muéstrame el principio, amo —instó—. Por favor, una vez más, muéstrame el principio, la Guerra de Caos y tu nacimiento. Hay tiempo. Dhamon no está listo todavía, y las calles de la ciudad aún no están a oscuras.
La naga tenía la intención de descender a Shrentak cuando todo vestigio del crepúsculo se hubiera extinguido.
»Hace tanto tiempo desde la última vez que me contaste esa historia…
El Dragón de las Tinieblas cedió y le abrió la mente, y Nura sintió que se sumergía en el Abismo. Las imágenes le parecieron un delirio, y se sintió asfixiada por el calor del infernal reino. El fragor del combate casi la ensordeció. Los sonidos de los relámpagos siempre aparecían primero, provocados por los resoplidos del enjambre de Dragones Azules montados por los Caballeros de Takhisis. A continuación el olor a azufre inundó el aire, mezclado con el dulce aroma metálico de la sangre de los que se desplomaban y morían a su alrededor. Se escuchaban chillidos y órdenes dadas a voz en grito procedentes de los caballeros más valerosos, y gemidos lastimeros de los moribundos. Los dragones rugían, las cavernas temblaban, y por todas partes hombres y mujeres perecían víctimas de las llamas, las espadas y la magia.
—¡Glorioso! —murmuró la naga.
Las imágenes eran tan reales que Nura notaba cómo la sangre le salpicaba el rostro y cómo se le humedecían los ojos ante el exquisito olor acre del Abismo. Hizo chasquear la lengua, para paladear el aire y la sangre, y se emborrachó con la espléndida algarabía.
—Muéstrame más, amo.
Se libró la batalla, y el combate se tornó más violento y mortífero. En la visión, Nura Bint-Drax se movía sin problemas a través de los muchos túneles de la caverna, serpenteando por encima de los cadáveres y esquivando los dragones moribundos; la naga lo veía y tocaba todo, y descubría cosas nuevas que había pasado por alto en anteriores visiones. A medida que las imágenes de guerra se intensificaban, ella parecía fusionarse con la masa de combatientes, con la piel hormigueante debido a la energía que flotaba en el aire y que provenía de los relámpagos surgidos de las bocas de los Dragones Azules.
En el centro de todo se hallaba Caos, una deidad imponente conocida como el Padre de Todo y de Nada. El dios apartaba a los dragones a manotazos dados con el dorso de la mano, mientras sus carcajadas atronadoras desprendían pedazos de techo sobre los Caballeros de Solamnia y los Caballeros de Takhisis, y sus mismos pensamientos acarreaban el desastre sobre las filas de los combatientes. Caos hizo entrar en juego a sus propios ejércitos, y formó, a partir de su propia esencia, dragones abrasadores que chisporroteaban y siseaban envueltos en llamas. Aparecieron aterradores guerreros diabólicos y seres no muertos: criaturas heladas y seres de sombras.
También había derviches de magia incontrolada, y cada vez que éstos tocaban algo se producían resultados imprevisibles y catastróficos. Nura vio, también, unas criaturas que debían de ser duendes y curiosos seres de mirada atónita llamados huldres.
Entre la humareda y el horror, volvió a presenciar el nacimiento del Dragón de las Tinieblas.
La sombra de Caos era algo gigantesco que se retorcía continuamente, y cuando se tornó más frenética y convulsionada, el Padre de Todo y de Nada se agachó, la arrancó del suelo y le confirió vida. La cosa adoptó la forma de un dragón, pero retuvo el color de la sombra de Caos, y sus escamas brillaron tenebrosas con la luz de la magia del dios.
El recién nacido Dragón de las Tinieblas revoloteó por el techo de la inmensa caverna, y se dedicó a caer sobre los Dragones Azules que intentaban acercarse a Caos. La criatura adquiría fuerza con sus muertes, pues absorbía la energía que liberaban éstos al morir, igual que absorbería la de otros en la futura Purga de los Dragones; tal y como también pensaba absorber la energía de Sable cuando Dhamon Fierolobo matara a la señora suprema. Las escasas heridas que recibió cicatrizaron rápidamente.
Polvo y pedazos de roca llovían desde el techo mientras el Padre de Todo y de Nada rugía su desafío a las criaturas insignificantes que osaban desafiarlo. Entre tanto, su Dragón de las Tinieblas continuó esparciendo la muerte y la destrucción.