—Lo sé. Es un suicidio.
—Un suicidio. Pero piensas en ello de todos modos. —Tras vaciar el contenido de su jarra, el draconiano añadió—: No tomaré parte en esa misión suicida, Dhamon. No estoy seguro de por qué te he acompañado hasta aquí, de por qué no me escabullí después de que abandonáramos la cueva del Dragón de las Tinieblas. Maldred y Nura te vigilaban a ti, no a mí. Sé que me salvaste del poblado controlado por los dracs, y a lo mejor siento que estoy en deuda contigo por ello, pero cualquier otra cosa que hicieras, yo no… —Su voz se apagó al distinguir a Maldred, que cruzaba la puerta.
La taberna quedó en silencio, y todos los ojos se volvieron hacia el ogro de piel azulada. Shrentak era famosa por sus extraños habitantes, pero incluso allí Maldred sobresalía. El ogro devolvió las miradas de extrañeza, y cuando la clientela empezó a desviar la mirada, se deslizó, con paso felino, en dirección a la mesa de Dhamon.
Sin devolver a su antiguo amigo la furiosa mirada que éste le dirigió, Maldred se sentó y empezó a devorar la comida. Fiona lo observó entre bocados de su propia cena y empezó a balancearse para adelante y para atrás, a la vez que sus ojos se entrecerraban hasta convertirse en rendijas llenas de veneno. Alargó la mano hacia su jarra, tomó un buen trago, murmuró; tosió para aclararse la garganta y tomó otro trago. A su alrededor, la mayoría de los otros parroquianos reanudaron sus conversaciones.
—Intentaste hacerme odiar a Rig —escupió la mujer, dirigiendo las palabras a Maldred—. Usaste magia sobre mi persona y me manipulaste.
El mago ogro interrumpió momentáneamente su comida, y alzó los ojos del plato.
—Eso fue hace muchos meses, mi dama guerrera.
Lo cierto era que Maldred había jugado con los afectos de la solámnica en la época en que ella y Rig estuvieron asociados con Dhamon y su pequeña banda de ladrones. Había sido un juego para el ogro, y éste lo había llevado a cabo muy bien, mientras que Dhamon no había parecido poner ninguna objeción a su comportamiento.
—Eres un ladrón —continuó diciendo ella.
Él asintió con la cabeza.
»Y un mentiroso.
—Y tú resultas un claro estorbo, dama guerrera —respondió Maldred sombrío, y a continuación se bebió la cerveza de un trago y golpeó la superficie de la mesa con la jarra para pedir más.
Ragh atrajo la atención de Dhamon y le indicó con una seña una mesa cercana. Los hombres allí sentados parecían especialmente interesados en el ogro de piel azul.
—Haced el favor de no hablar tan alto vosotros dos —dijo Dhamon a Fiona y Maldred—. Ya es bastante malo que tengamos el aspecto que tenemos. No debemos atraer más atención.
Hizo intención de apartar el plato que tenía delante, pero luego se lo pensó mejor, ya que necesitaba, mantener las fuerzas. Comió deprisa, con los ojos puestos permanentemente en Maldred, y cuando terminó, cerró los dedos alrededor de la jarra de cerveza y la acercó a él. Pensó en tomar un trago, pero luego decidió no hacerlo.
—¿Por qué quiere a Sable muerta el Dragón de las Tinieblas? —preguntó Dhamon al mago ogro en voz baja, recostándose en su asiento.
Maldred unió las puntas de los dedos y respondió con voz igualmente baja.
—Ya te lo contó. Dos dragones de su tamaño no pueden existir en el mismo territorio sin que se establezca una rivalidad letal. El Dragón de las Tinieblas codicia este pantano y no desea marcharse a otra parte. —Maldred vació su segunda jarra de cerveza—. Si he de decir la verdad, creo que sería el mejor dragón para este país. No interferiría con la gente que vive aquí, no intentaría ampliar la ciénaga, dejaría en paz el territorio de los ogros. Se daría por satisfecho con dejar las cosas como están ahora.
—¿Lo haría? —repuso Dhamon—. Y ¿por qué necesita el Dragón de las Tinieblas a mortales para que luchen por él? Tendría más posibilidades contra la Negra que nosotros.
El otro lo meditó unos instantes.
—Más posibilidades, tal vez, pero así se mantiene a salvo. Y en cuanto a ti, Dhamon, considera que eres una especie de guerrero ungido. Cree que puedes introducirte furtivamente en el interior de las cavernas y derrotar a Sable.
—¿Coger por sorpresa a una señora suprema? —Dhamon profirió una discreta carcajada—. Yo he cabalgado a lomos de un dragón, ogro. Los sentidos de esos animales son increíbles. No se les puede sorprender a menos que estén profundamente dormidos, y muchas veces ni siquiera así.
—Tus sentidos son también agudos —replicó Maldred—, y eres más fuerte que cuatro o cinco hombres juntos. He visto de lo que eres capaz.
—Sable nos matará a todos, ogro.
—No lo sabes con seguridad.
Dhamon tomó un trago entonces, y sintió que la bebida le calentaba la garganta. Saboreó aquella sensación, que se había negado durante demasiado tiempo. «Pero, de todos modos, las escamas me acabarán matando muy pronto —pensó, mientras se tocaba la mejilla—. Así que, ¿qué más da el modo en que muera?».
—Sé lo que sé, ogro, pero intentaría acabar con Sable de todos modos si estuviera seguro de que haciéndolo mi hijo estaría a salvo.
—El Dragón de las Tinieblas mantendrá su palabra, eso te lo prometo. Dejará en paz a la familia de Riki y hará marchar a los hobgoblins. También yo quiero verla a ella y a su bebé sanos y salvos. Y si por casualidad vences… —Se recostó en la silla, que crujió a modo de protesta—. Te librará de las escamas. —Hizo una pausa—. Necesitas que te curen de ellas, Dhamon, y los dos sabemos que necesitas que eso suceda pronto.
Dhamon devolvió la mirada a Maldred, y se la mantuvo durante un largo silencio. El ogro desvió finalmente los ojos cuando la moza de la taberna trajo más cerveza.
Dhamon dirigió una veloz mirada a Ragh, que permanecía sentado con expresión imperturbable, observando a Maldred.
—Maldred miente, y el Dragón de las Tinieblas miente —dijo Fiona a Dhamon.
—Sí, Fiona, es muy probable que el Dragón de las Tinieblas mienta. —Dhamon se apartó de la mesa y se puso en pie, a la vez que agarraba con fuerza el mango de la alabarda—. Pero tengo que intentar salvar a mi hijo.
«O morir en el intento», añadió en silencio.
Se alejó de sus compañeros, y oyó que Maldred se alzaba tras él.
—¿Adónde crees que vas? —Había un deje amenazador en la voz del ogro.
—Voy a ver si puedo averiguar dónde está Sable, ogro.
Al instante, una mezcla de miedo e irritación cruzó el rostro anguloso de Maldred, aunque se esforzó por controlar el enfurecido tono de la voz.
—No puedes, Dhamon. Aún no. Nura Bint-Drax decidirá cuándo es el momento oportuno. Es demasiado pronto, ya te lo hemos dicho.
—Bueno, pues la naga no se encuentra aquí, ¿no es cierto? No recuerdo que el Dragón de las Tinieblas mencionara nada sobre momentos oportunos. Y a mí se me está acabando el tiempo. —Miró a su alrededor y observó que muchos de los parroquianos se habían empezado a interesar por la conversación que mantenía con Maldred—. Pero no te preocupes. No me enfrentaré a la Negra sin tenerte a mi lado. Sable me matará si lo intento, y quiero asegurarme de que tú también estés allí para morir.
«Si es que no decido matarte antes en el callejón», añadió para sí.
Alargó la mano para abrir la puerta, pero Maldred posó una mano sobre su hombro.
—No vas a ir a ninguna parte, Dhamon.
—¿No? ¿Y tú me vas a detener? ¿Con toda esta gente observando? —Dhamon hizo una señal con la cabeza a Ragh, que los observaba con atención—. Esperadme aquí. Seguramente estaré de vuelta en unas pocas horas. —Arrojó la bolsa de monedas al draconiano, frunció el entrecejo y señaló a Fiona.
Ragh comprendió; Dhamon daba al sivak una oportunidad de escapar con la solámnica en cuanto Maldred saliera para seguir a su antiguo amigo.