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Se dijo que seguía todavía en el pantano, en algún lugar situado fuera de Shrentak. Oyó el llamativo canto de la garza real y el lejano chasquear de las mandíbulas de un cocodrilo, pero no se oía ningún sonido relacionado con el bullicio de una ciudad o con personas, aunque sí el susurrar de innumerables hojas y ramas de sauces. Yacía parcialmente a la sombra, lo que indicaba que alguien se había tomado la molestia, tal vez Fiona, creyendo que se trataba de Rig, de mantenerlo apartado del sofocante calor.

Abrió los ojos apenas un centímetro, y vio que la luz del sol se derramaba, difusa, a través de un velo de hojas; amplió la abertura, y reconoció el semblante cubierto de escamas del draconiano; Ragh se inclinaba sobre él.

—No estaba muy seguro de que fueras a conseguirlo —declaró el sivak con rotundidad—. Ése ha sido el peor ataque, hasta el momento, pues no te has movido durante horas. Temí que tendría que ocuparme de la dama chiflada y del ogro de piel azul yo solo.

De modo que el draconiano no había matado a Maldred todavía. Era una pena. Dhamon se incorporó sobre los codos y volvió la cabeza para erradicar un dolorcillo que sentía en el cuello.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Ragh, inclinándose más sobre él.

Había auténtica preocupación en la voz del sivak, y aquello angustió a Dhamon.

—Estupendamente… —respondió; luego añadió con sinceridad—: Bastante dolorido. ¿Me sacaste tú de la ciudad? ¿Dónde está Fiona?

«Y ¿dónde está Maldred?», se preguntó también.

—Dolorido; te sientes dolorido. Sin embargo ¿te sientes bien aparte de eso?

Dhamon frunció el entrecejo y alzó la mano derecha para apartar a Ragh y levantarse; pero entonces se detuvo y tragó saliva. El dorso de la mano derecha estaba cubierto por completo de escamas, y también aparecían escamas del tamaño de perlas en la muñeca. Contempló boquiabierto el brazo, que estaba totalmente tapado por escamas del tamaño de monedas de acero; el brazo izquierdo estaba igual, aunque las escamas no se habían extendido aún a la mano. Tocó las placas del brazo, y sólo cuando apretó con fuerza sobre ellas percibió una muy ligera sensación.

—¡Por los dioses desaparecidos!

Se puso en pie de un salto, y descubrió a Fiona y a Maldred, no muy lejos, que lo observaban cautelosos. Se alejó de ellos para dirigirse al otro lado del tronco del sauce, y Ragh lo siguió.

Dhamon sabía que las escamas se estaban propagando, pero lo hacían a demasiada velocidad, y daba la impresión de que apenas le quedaban unas horas antes de que la transformación en ¿qué?, se hubiera completado. Puede que no tuviera ni tiempo de enfrentarse al Dragón de las Tinieblas. Comprobó el resto del cuerpo. Las piernas estaban cubiertas casi por completo de escamas; todas ellas del tamaño de monedas a excepción de la grande que lucía en el muslo. También tenía escamas en el estómago y el pecho, y al palparse el cuerpo, descubrió varias en la espalda.

—Tienes… más en el cuello —le indicó Ragh.

Dhamon levantó la mano y se tocó la garganta, donde las láminas eran como un collar de estrangulamiento que descendía hasta los hombros. Hizo corretear los dedos por el rostro, y localizó unas cuantas más en la mejilla, y una en la frente. ¿Acaso el Dragón de las Tinieblas había acelerado el maldito proceso mágico como venganza? ¿Se había enterado de que Dhamon se resistía a enfrentarse a la Negra?

Se recostó en el árbol y cerró los ojos, embargado por una sensación de impotencia. Siempre se había enorgullecido de ser fuerte. Solo en la vida, su única familia auténtica habían sido los Caballeros de Takhisis, y en aquel entorno no existían las carantoñas ni los arrumacos. Ser fuerte, independiente, intrépido y con empuje: eran las cualidades que habían determinado su vida; pero en ese momento, todas ellas lo habían abandonado.

Si Riki estuviera allí lo abrazaría, le diría que todo iba bien, que encontrarían un remedio a todo aquel sufrimiento. Le estaría mintiendo, pero él habría agradecido sus palabras y entusiasmo, como no lo había agradecido nunca antes, cuando ella estaba a su lado. Palin; ése era otro que se habría deshecho en atenciones para con él, habría hurgado y pinchado y realizado algún esfuerzo por remediar la situación, para a continuación empezar a estudiarlo como si se tratara de un ejemplar de su laboratorio. Maldred… el amigo que Maldred había sido… Maldred acostumbraba enfurecerse contra el mundo en su compañía. Pero ninguna de aquellas personas estaba allí en esos momentos, y tampoco los había apreciado mucho. Tenía que enfrentarse a esa crisis él solo.

«¿Cuánto tiempo me queda antes de que mi alma desaparezca?».

Dhamon abrió los ojos y se regañó, y a continuación empezó a luchar contra la angustia y a sustituirla por cólera. Sería mejor que el condenado Dragón de las Tinieblas acelerara aún más la magia, se dijo, «¡será mejor que me mate deprisa antes de que llegue hasta él!». Sospechaba que ya no existía cura posible para su mal, pero al menos obligaría a la criatura a salvarle la vida a Riki y al niño… y luego se vengaría.

El draconiano se removía nervioso delante de él, deseoso de decir algo pero callado tras la barrera invisible que Dhamon había erigido con su mirada ardiente y reservada.

—Déjame solo, Ragh.

La criatura retrocedió un paso pero siguió allí de pie, estudiando a Dhamon, aunque acabó por desviar los ojos cuando la mirada del otro le resultó demasiado incómoda. Ragh apartó con la mano un enorme insecto que fue a posarse en su pecho, y Dhamon contempló cómo éste se alejaba, y era reemplazado de inmediato por otro.

Dhamon comprendió que el otro sentía las picaduras, en tanto que él no podía. En realidad, ya sólo podía sentir el soplo de la brisa sobre las partes del cuerpo donde no había escamas.

—¿A qué distancia estamos de Shrentak?

—A unos tres kilómetros diría yo, Dhamon, puede que a cinco. Vinimos aquí a toda prisa cuando era de noche, de modo que resulta difícil saber lo lejos que…

—¿Y Maldred?

Ragh cruzó los brazos sobre el pecho.

—Maldred te levantó del suelo cuando te quedaste inconsciente en la calle. Dijo que teníamos que darnos prisa y abandonar la ciudad antes de que Nura regresara con refuerzos. Fiona y yo empezamos a discutir con él, pero entonces… —El draconiano se removió inquieto—. Todo quedó en silencio. Quiero decir todo. Las luces que ardían en las ventanas empezaron a apagarse; los borrachos desaparecieron. No se movía ni una rata en el callejón. Maldred dijo que la naga tenía aliados en la ciudad y que no sería prudente quedarnos; así que dejamos de discutir y lo seguimos. Si he de decir la verdad, creo que Maldred te ayudó, nos ayudó a todos, a salir de un buen apuro.

Dhamon se frotó la espalda contra el tronco; allí no tenía tantas escamas. Echó una ojeada al dorso de la mano derecha, y abrió y cerró los dedos.

—Las… las escamas —empezó Ragh—, empezaron a crecer más deprisa aún, en cuanto quedaste inconsciente, y se propagaron como un negro sarpullido. Maldred intentó usar algo de magia para detenerlas, y creo que al menos, consiguió hacer algo para reducir la velocidad con que brotaban. No detectamos ninguna aparición más después de amanecer.

—¿Dónde está mi alabarda?

—La tiene Fiona, ahora —respondió el draconiano, mirando a su alrededor—. La recogí cuando la soltaste, y ella no la ha abandonado desde entonces.

—He oído a un cocodrilo. El río tiene que estar cerca.

—Un afluente —asintió el otro—. Mi nariz nos conducirá hasta él.

—Yo no huelo el agua.

—Qué raro.

Había una expresión irónica en el rostro cubierto de escamas de Ragh, cuando éste señaló hacia el nordeste.

Dhamon permaneció un buen rato en las limpias aguas, pues no sólo quería deshacerse del hedor, sino que también deseaba permanecer un tiempo lejos de los ojos fisgones de sus compañeros. Al quitarse las raídas ropas, descubrió más escamas: unas cuantas en el empeine de los pies, y bajo los brazos. Cada vez que tocaba una que no había detectado antes, maldecía en silencio al Dragón de las Tinieblas y el día en que se había tropezado por vez primera con la misteriosa criatura. Restregó las ropas y encontró una cierta gracia en el hecho de que, desde que había abandonado a los Caballeros de Takhisis, había tenido grandes problemas para mantener cualquiera de sus prendas intacta durante mucho tiempo. No cejó en su empeño hasta que logró hacer desaparecer de pantalones y túnica casi todo el olor. Entonces, volvió a vestirse, y salió del río.