El dolor persistía en las extremidades. A decir verdad, la sensación había empeorado, convertida en sordas punzadas que encontraban eco en el martilleo que sentía en la cabeza. Si bien resultaba fastidioso, el dolor lo mantendría alerta y enojado, y alimentaría su obsesión por el Dragón de las Tinieblas.
—¡Rig!
Fiona se le acercó corriendo, con la alabarda al hombro y una amplia sonrisa en el rostro.
—He tenido un sueño horrible, Rig. Soñé que morías en Shrentak.
Arrojó el arma a Dhamon, luego lo rodeó con los brazos, abrazándolo con fuerza a la vez que apretaba el rostro contra su pecho. El hombre se removió incómodo.
Detrás de ella apareció Maldred, con las gruesas cejas enarcadas mientras articulaba en silencio la palabra «¿Rig?».
Dhamon no estuvo seguro de por qué lo hizo, tal vez para confundir al mago ogro o quizá porque se le había pegado una parte de la demencia de la mujer a través del ser de Caos, pero lo cierto es que devolvió el abrazo de la dama, y la besó en la frente. Permanecieron abrazados hasta que Ragh empezó a dar vueltas a su alrededor, y Dhamon soltó a la solámnica poco a poco.
—Fue un sueño horrible —repitió Fiona sin resuello—. No puedo perderte jamás, Rig. No deberíamos regresar a esa ciudad espantosa.
—No vamos a regresar a Shrentak, Fiona. Lo prometo.
—Será mejor que cambies de idea —indicó Maldred con un carraspeo—. Échate un vistazo, contempla las escamas. Conozco un camino secreto para entrar en la ciudad, no es agradable, pero es lo mejor que tenemos. Vamos a tener que derrotar a la hembra Negra si es que deseas verte libre algún día de esas escamas. El Dragón de las Tinieblas…
—Va a recibir una sorpresa desagradable —terminó Dhamon—. Ahora vas a demostrar tu amistad llevándome hasta él.
«Ahora poseo una buena arma —pensó a continuación, mientras se echaba la alabarda al hombro—. Una que es magnífica y mágica».
—Dhamon, tienes que avenirte a razones —insistió el ogro—. Vamos a tener que…
El hombre soltó la alabarda, y se arrojó sobre el mago ogro con los dedos bien abiertos. Las uñas se hundieron en Maldred como zarpas, y lo derribaron al tiempo que lo arañaban; antes de que el sorprendido Maldred reaccionara, Dhamon le clavó el codo en el pecho y lo dejó sin aliento. Luego, prosiguió con el ataque, hundiendo un puño en el estómago del adversario. Esto lo aplastó contra el suelo y le permitió seguir asestándole puñetazos una y otra vez.
Finalmente, Dhamon rodeó con las manos la garganta de su antiguo amigo, y los ojos de éste se desorbitaron aterrados.
Gotas de saliva salieron volando de la boca de Dhamon.
—Vas a conducirnos hasta el condenado Dragón de las Tinieblas, y vas a hacerlo ahora.
—Dhamon… —jadeó el mago ogro—, tengo que pensar en Blode.
—No tendrás nada en que pensar, ogro, si no cooperas; porque estarás muerto.
En los ojos del hombre se veía que lo decía en serio, a pesar de los buenos momentos que habían pasado juntos, a pesar de que en una ocasión había considerado a Maldred un hermano, y a pesar, también, de que el grandullón lo había sacado de un buen apuro o dos.
—No podrás hacer nada por tu repugnante y árido país si tu cadáver se está pudriendo en esta ciénaga.
Fiona había recuperado la alabarda, e intervino entonces, con determinación, mientras balanceaba el arma de un lado a otro, hasta apuntar con el extremo en forma de hacha directamente a Maldred.
—Monstruo de piel azulada. Harás lo que Rig quiere, o yo lo ayudaré a matarte.
Maldred miró alternativamente a los dos y asintió, con una clara expresión de dolida resignación en el rostro. Dhamon dejó que se pusiera en pie, y mientras el otro lo hacía, arrebató al ogro la espada de las manos y se la entregó a Ragh.
—Ya es bastante malo que poseas magia —le dijo Dhamon—, pero al menos no vas a tener un arma. Ragh, si le oyes hablar entre dientes o ves que retuerce los dedos, no te importe darle un toquecito con eso. —Alargó el brazo y recuperó la alabarda de las manos de Fiona—. Pongámonos en marcha. Maldred tiene prisa por conducirnos ante el Dragón de las Tinieblas.
—Así te podrás curar, Rig —indicó la solámnica con una sonrisa esperanzada.
—Sí, así me podré curar.
«Y también asegurarme de que mi hijo estará a salvo».
Dhamon la tomó de la mano, mientras Maldred iniciaba la marcha. Ragh se colocó justo detrás del mago ogro, con la espada extendida ante él, apuntando a la espalda del ogro.
Viajaron durante el resto del día en relativo silencio. Fiona hablaba sólo con Dhamon, pero dirigiéndose a él como si fuera Rig todo el tiempo, y el hombre se dijo que la demencia de la mujer también empeoraba. Se detuvieron antes de la puesta de sol en la orilla de un tentador arroyo de aguas claras, y allí, mientras Ragh rondaba amenazador junto a él, Maldred volvió a intentar hablar con Dhamon para convencerlo de que dieran media vuelta.
—El Dragón de las Tinieblas es muy poderoso, amigo mío.
—Sí —admitió él, mientras observaba cómo Fiona se arrodillaba junto a la corriente y se echaba agua al rostro—; todos los dragones lo son. Y yo no soy tu amigo.
—Creo que mantendrá su palabra de curarte y…
—Considero que todos los dragones son falsos, y creo que, en primer lugar, no debería haber aceptado llevar a cabo esta estúpida misión. Malgasté un tiempo precioso. Esa misma noche, debería haber encontrado un modo de atacarlo, conseguir que me curara y obtener una garantía de que dejaría a Riki y a mi hijo en paz.
—Dhamon…
—Tendrás que encontrar tu propio remedio para Sable, ogro. Cambiar un señor supremo dragón por otro es una temeridad. Una idiotez. ¡Oh, sí! El Dragón de las Tinieblas podría detener la propagación de la ciénaga, pero también podría hacer algo peor.
—Nunca es bueno estar bajo la zarpa de un dragón —interpuso Ragh.
Maldred inclinó la cabeza.
—Dhamon, mi gente está desesperada. Tenía que arriesgarme para salvarlos, y ahora me estás arrebatando esa única esperanza.
—Lo siento. —Dhamon contempló a Fiona, que había desenvainado la larga espada y le murmuraba cosas como enloquecida—; hace mucho me enseñaste a mirar sólo por mi bienestar, y fuiste un maestro muy bueno. —Calló, y contempló al mago ogro de los pies a la cabeza—. Pensar que en una ocasión te consideré un buen amigo. Qué estupidez por mi parte. —Su rostro mostró una expresión de repugnancia—. ¿Cuánto falta aún para la guarida, ogro?
—Una hora como mínimo.
—Entonces sigamos. No quiero viajar por el pantano cuando esté oscuro.
Dhamon volvió la mirada hacia el arroyo y vio que Fiona no estaba.
Buscaron a la dama solámnica hasta que ya no se podía ver, y entonces Dhamon obligó a Maldred a crear algo de luz mágica para que pudiera buscar durante un rato más.
Sabían que no se la había llevado ninguna bestia que rondara por la ciénaga, ya que no había señales de lucha cerca del arroyo. Las huellas de la mujer indicaban que ésta sencillamente se había alejado entre la maleza, pero desaparecían de repente al cabo de varios metros, como si la dama se hubiera desvanecido. No había nada que indicara que hubiera trepado a un árbol o vuelto sobre sus pasos, y no había otros rastros cerca de los suyos.
Descansaron brevemente aquella noche pero no encontraron más pistas ni siquiera cuando salió el sol. La llamaron a gritos, pero no recibieron respuesta. Dhamon esforzó al máximo sus intensificados sentidos, y aguzó el oído para intentar oírla, para oír cualquier cosa extraña. Trató de olfatear su aroma, forzó incluso la vista por si conseguía vislumbrarla entre la maleza.