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—Riki y mi hijo —insistió.

Maldred hizo rechinar los dientes y volvió a preguntar al cristal. Su propia mente lo impulsó entonces a través de la bruma color lavándula al interior de un pequeño edificio donde la semielfa de cabellos plateados estaba sentada en una silla de respaldo recto, amamantando a una criatura.

Dhamon sujetó con más fuerza el borde de la mesa y observó la escena con atención, deseoso de memorizar cada detalle del rostro del bebé; de la criatura inocente a la que tal vez no llegaría a conocer jamás. A diferencia de él, el niño tendría una familia, una madre y un padre… incluso aunque Varek no fuera su auténtico padre.

—¿Están a salvo? ¿Dónde están los hobgoblins?

Maldred volvió a transmitir el mensaje y sus energías al cristal, y la visión se trasladó a las afueras de la población, donde estaban acampados los hobgoblins. No se veía a tantos, pero esta vez Dhamon localizó a tres caballeros negros.

—El dragón podría haberse tirado un farol —indicó Dhamon.

No estaba seguro de que la criatura estuviera aliada con los caballeros negros, porque de ser eso cierto, el ser podría haber desplegado a una legión de aquellos caballeros contra Sable, o al menos ofrecer un contingente de ellos para que acompañaran a Dhamon.

—Los hobgoblins están con los caballeros negros, no con el Dragón de las Tinieblas —continuó.

—¿Así que el dragón mentía? —dijo Ragh pensativo—. ¿No podía amenazar realmente a tu hijo?

—Tal vez —intervino Maldred, con voz débil—. Quizá no sean los ejércitos del dragón, pero puede que tengan algún acuerdo con él para ayudarlo en sus siniestros propósitos.

—Pero todavía están vivos —repuso Dhamon—. Riki y mi hijo. Pregunta… ¿dónde está ese pueblo?

El mago ogro pasó el ruego a la mujer de la bola de cristal. El pueblo encogió, y entonces les dio la impresión de estar volando por encima de la población.

—Este lugar se encuentra también en Throt… —explicó Maldred al cabo de unos instantes; la visión se elevó más por encima del terreno, y él añadió—: En Haltigoth, creo. A muchos kilómetros de distancia de la nueva guarida del Dragón de las Tinieblas.

Hizo intención de apartarse de la mesa, pero Dhamon lo sujetó, apretando una mano contra la parte central de su espalda.

—Una cosa más —dijo—. También quiero que preguntes a la bola de cristal dónde está Fiona.

Maldred lanzó una exclamación ahogada, pero cedió, en parte debido a su propio afecto por la Dama de Solamnia. Era cierto que había jugado con ella, pero no deseaba verla morir por culpa de la locura que la dominaba. Transmitió la pregunta a la mujer de la túnica morada, quien volvió a girar en redondo al mismo tiempo que la imagen cambiaba. En esta ocasión los zarcillos color lavanda perdieron intensidad, luego se quedaron blancos mientras se arremolinaban como nubes; los ojos de la mujer se nublaron y pestañearon, y la esfera no mostró nada.

—Muerta —declaró el mago ogro entristecido—; Fiona debe estar muerta.

Dhamon descargó el puño sobre la mesa, y la bola de cristal vibró violentamente. El hechizo se rompió, y Maldred impidió que la esfera rodara fuera de su pedestal en forma de corona.

—No es culpa tuya —dijo Ragh a Dhamon.

—Sabar —susurró Maldred.

—Criatura sagaz, nos volveremos a ver.

La mujer se perfiló más grande por un instante, extendió las manos en además caritativo, y el ogro se sintió recuperado de inmediato, con toda la energía que se le había quitado devuelta de golpe. El cristal se tornó transparente.

—Muerta —refunfuñó Dhamon.

Fiona, Rig, Trajín, Jaspe, Shaon, Raph, y todos aquellos otros con los que había servido estando con los Caballeros de Takhisis. Camaradas muertos todos ellos. De haber actuado de otro modo en momentos importantes, probablemente habría podido salvar a cada uno de ellos. «Conocerme es arriesgarse a morir», pensó Dhamon.

Pero su hijo no moriría, Dhamon no cometería más errores.

—Vamos a ir a Throt —anunció—. Ahora. Mientras todavía soy capaz de pensar. Mientras todavía mantengo el control de mí mismo.

Registró el armario, y examinó las prendas que contenía hasta que encontró una túnica que le iba bien, y un par de calzas; la túnica la cortó de modo que le llegara justo por encima de las rodillas. Sólo los hados sabían cómo se las arreglaban los hechiceros para moverse dentro de una prenda tan voluminosa. Se vistió a toda prisa e hizo una bolsa con una capa que partió en dos. Esto último se lo arrojó a Maldred.

—Para esa bola de cristal —explicó—. No vamos a dejarla aquí, porque podríamos volver a necesitarla.

El mago ogro depositó con cuidado la esfera en la improvisada bolsa y la ató a su cinto. Finalmente, tendría una oportunidad de averiguar qué sucedía en Blode.

—De acuerdo, Dhamon, iremos a Throt. Haremos todo lo que podamos… ¡Dhamon!

El hombre estaba doblado sobre sí mismo, y se sujetaba el estómago con ambas manos mientras lanzaba boqueadas. A los pocos instantes, caía de rodillas, presa de violentas convulsiones.

Ragh apuntó a Maldred con el espadón.

—No te muevas. No te muevas hasta que Dhamon se haya levantado y vuelva a estar en movimiento —advirtió el draconiano.

Fue un ataque corto, en esta ocasión, pero terrible; fueron minutos interminables durante los cuales Ragh y Maldred contemplaron cómo Dhamon se retorcía en el suelo por culpa del dolor. El ogro permaneció inmóvil todo aquel tiempo, con la enorme espada apuntando a su corazón. Por fin, un Dhamon tembloroso se puso en pie, y, sin que los tres cruzaran otra palabra más, el trío abandonó con cuidado la estancia llena de vieja hechicería, descendieron despacio por la escalera y atravesaron la apestosa caverna, hasta volver a encontrarse en el exterior, en medio del pantano.

12

Traidores y otros amigos

Fiona estaba sentada en la orilla del arroyo, agitando la espada en sus aguas. La luz del sol se reflejaba en la hoja y creaba motas centelleantes que describían ondulaciones sobre la superficie del agua, y la hipnotizaban. La espada era de magnífica factura, y probablemente valía más monedas de las que ella había tenido jamás. Sin embargo se sentía enojada con la espada, ya que la mágica arma no se había dignado hablarle desde hacía horas.

—Maldito sea Dhamon Fierolobo —masculló al alzar la mirada y verlo conversar con Ragh y Maldred—. Maldito sea por todo.

Sopló para alejar a los mosquitos, luego hizo girar la hoja para observar el reflejo de su rostro desfigurado sobre ella.

—Parezco un monstruo, soy tan horrible como ellos tres juntos. —Contempló fijamente el rostro, sin observar que las runas grabadas en la hoja habían empezado a centellear con un tenue tono azulado—. Peor que un monstruo.

«Lo que buscas», le dijo la espada, mentalmente, rompiendo su largo silencio. La dama se puso en pie, y notó cómo la espada la arrastraba lejos del arroyo. «Lo que buscas».

La mujer echó una nueva ojeada hacia sus compañeros: el traicionero mago ogro, el draconiano sin alas y Dhamon, que no parecía muy distinto de un drac negro en esos momentos.

—Monstruos todos ellos —murmuró, a la vez que se preguntaba dónde estaría Rig.

«Lo que buscas».

—Y ¿qué es lo que busco? —preguntó a la espada.

La solámnica abandonó el claro sin hacer ruido, y el arma la condujo a través de una hilera de cipreses jóvenes, luego le hizo rodear una ciénaga cubierta por la neblina, y siguió así hasta que recorrió casi dos kilómetros. La mujer se detuvo un momento para soltarse de una enredadera y echó una mirada a su espalda. Evidentemente, sus compañeros no habían notado aún su ausencia.