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—¿Funciona tu plan? Dímelo, amo. —Nura no intentó ocultar su nerviosismo—. Esperabas todo esto. Lo previste. ¿Forma todo parte de tu plan para obligar a Dhamon Fierolobo a matar a Sable?

El dragón sacudió la inmensa testa, y las barbas gotearon hasta el suelo. La respiración de la criatura se aceleró, y la brisa provocada golpeó, ardiente, el rostro de Nura.

—No exactamente. He descubierto otro modo de producir la energía que necesito para vivir —respondió el dragón.

Nura Bint-Drax se arrastró hacia atrás hasta colocarse a una respetuosa distancia y, desde aquel punto de observación más seguro, consiguió ver una parte mayor del hermoso Dragón de las Tinieblas. La cueva no era tan oscura como la de la ciénaga, y eso era lo único bueno que tenía en opinión de la naga, ya que podía ver mejor a su amo.

—Khellendros, llamado Skie por los hombres —empezó a decir el dragón—, intentó en una ocasión crear un cuerpo para su amor, Kitiara. Lo que se cuenta entre los dragones es que en un principio esperaba colocar el espíritu de la mujer en el cuerpo de un drac azul; pero cuando eso fracasó, intentó robar a Malys su alma, con la intención de permitir que Kitiara penetrara en el cuerpo de la Roja.

Los ojos de la mujer-serpiente centellearon fascinados.

—Más, amo. Cuéntame más.

Nura vivía para relatos como aquéllos, que eran conocidos sólo por dragones.

—Khellendros podría haber tenido éxito, si las cosas hubieran salido como correspondía. Pero yo tendré éxito con Dhamon Fierolobo. No cometeré los errores de Khellendros.

—No comprendo.

Nura Bint-Drax arrugó el entrecejo, pensativa. Se suponía que Dhamon tenía que matar a Sable, para que el dragón, cuya forma física se estaba muriendo, pudiera usar su magia para transferir su espíritu al interior del cuerpo de la Negra.

—Olvidas que puedo leer tus pensamientos —tronó el dragón con una formidable risita.

La criatura se estiró todo lo que pudo dentro de los confines de la cueva, alargó una zarpa en dirección a la naga y arañó el suelo de piedra.

—No, ésa no fue nunca la intención, Nura Bint-Drax. Dhamon… y los otros que cultivé… el mejor ejemplar iba a albergar mi espíritu cuando este cuerpo se deteriorara. Dhamon ha demostrado ser el más fuerte. Es quien mejor se ha adaptado a mi magia. Es el indicado.

—Pero ¿Sable…? —La perplejidad resultaba evidente en el rostro de la naga.

—Sable fue siempre un medio para obtener un fin. Mi intención era usar la energía liberada por la muerte de la señora suprema para ayudar a potenciar mi conjuro. Me estoy muriendo, Nura Bint-Drax. Vivir en el interior del cuerpo de Dhamon es mi mejor recurso.

—¡De modo que es el cuerpo de Dhamon el que te salvará! —exclamó ella, atónita.

—Sí.

—Tu espíritu desplazará al suyo.

El dragón asintió ligeramente.

—La energía del dios Caos me dio vida, y la energía procedente de las muertes de los dragones en el Abismo me alimentó. La magia surgida de las muertes durante la Purga de Dragones me fortaleció. Y ahora…

—Comprendo. La energía generada por la muerte de Sable te ayudará a vivir en el cuerpo de Dhamon Fierolobo.

Nura escudriñó el semblante de su señor y se vio reflejada en los apagados ojos. La naga inclinó la cabeza pesarosa.

—Yo habría albergado de buena gana tu espíritu, amo —dijo—. De buen grado habría…

—Lo sé —replicó el Dragón de las Tinieblas—, pero eres más valiosa, para mí, y para este mundo. A Dhamon se le puede sacrificar.

Aquello complació a la naga, que se deslizó al frente para acariciar la mandíbula del Dragón de las Tinieblas.

—Cuéntame más, por favor —imploró—. ¿Qué planes tienes? ¿Qué debo hacer? ¿Qué hemos de hacerle a Dhamon Fierolobo?

—Por el momento, protegerlo.

El dragón cerró los ojos un breve instante, y ella temió que volviera a sumirse en un profundo sueño, pero en realidad lo que hacía el leviatán era disfrutar con las caricias de la mujer-serpiente. Al cabo de unos minutos, sus ojos volvieron a bañar la cueva con su apagado fulgor amarillento.

—Hay una magia interesante en el interior del mago ogro —comentó el dragón—, y en las armas que él y Dhamon llevan. Existe magia en el sivak sin alas. Las muertes de Maldred y el sivak deberían liberar la magia necesaria, combinada con la destrucción de los objetos encantados que he ido reuniendo desde la Guerra de Caos.

—¿Será eso suficiente? —inquirió Nura, escéptica.

—No tanto como la magia que late en el corazón de Sable —replicó rápidamente su señor, y las palabras enviaron nuevos temblores a través de la roca—. Pero no tenía demasiadas esperanzas en que Dhamon matara a Sable; en realidad, mi objetivo era conseguir tiempo hasta que su cuerpo estuviera preparado para mi espíritu. La magia de que disponemos tendrá que ser suficiente. Entre tanto, reuniremos más para estar más seguros.

—¡Oh, ya veo! Eres muy listo, amo. ¡Empezaremos con el tesoro oculto en la fortaleza de los Caballeros de Neraka en las montañas Dargaard!

A Nura le había dado que pensar el que, nada más llegar a Throt, el Dragón de las Tinieblas le hubiera pedido que capturara a un caballero de aquellas montañas y lo condujera hasta aquella cueva.

—Sí; de esa fortaleza. El caballero me… ha hablado de su cámara del tesoro.

—¿Será difícil de conseguir?

—No para ti, mi querida Nura.

Marcharon la siguiente tarde, cuando el crepúsculo se abatió sobre Throt y antes de que las estrellas aparecieran en el cielo. El dragón se movía como una negra nube de tormenta que avanzara veloz a impulsos del viento, mientras Nura cabalgaba sobre su lomo bajo el aspecto de ergothiana. No es que se tratara de su disfraz favorito, pero en ocasiones convenía a sus propósitos, y los brazos y piernas humanos resultaban útiles para sujetarse al cuello del dragón. Hacía mucho frío a tanta altura del suelo, y la naga tuvo que soportar innumerables incomodidades a las que no estaba acostumbrada, que le hicieron desear tener las prendas de pieles que solían lucir los débiles humanos.

El viaje les llevó tres días, ya que cuando el sol se alzaba cada mañana el Dragón de las Tinieblas tenía que buscar refugio de la luz. En una ocasión tuvieron la buena suerte de localizar una cueva lo bastante grande; pero el resto de días el dragón tuvo que usar la magia para excavar la tierra de la base de las laderas de las colinas y crear un improvisado cubil que parecía más bien un pozo. Nura montó guardia durante las horas de luz más fuerte, y se tropezó con gente tan sólo en una ocasión: un grupo de exploradores de una compañía de Caballeros Negros. Acabó con la avanzadilla rápidamente, convencida de que el destacamento marcharía a otra parte cuando los exploradores no regresaran a informar.

La comida escaseaba, pero la naga pudo usar su magia para atrapar a media docena de jabalíes, que el Dragón de las Tinieblas devoró sólo porque ella le instó a hacerlo, ya que se hallaba tan obsesionado con la misión que apenas pensaba en sus propias necesidades.

Al tercer día, en aquel momento de silencio que precede a la medianoche en que incluso los pájaros y los animales nocturnos parecen desvanecerse, descendieron cerca del alcázar de los Caballeros de Takhisis.

La luz de la luna mostró que el lugar estaba bien guardado. Varios caballeros patrullaban el terreno yermo y duro donde estaba encajada la fortaleza en la base de las Dargaards. Un hechicero Caballero Negro estaba apostado sobre una zona almenada entre dos arqueros, y era seguro que había otros centinelas que no consiguieron descubrir.

—Tienes razón; no debería resultar nada difícil, amo.

Nura se apartó del alcázar, mientras se arreglaba las escasas ropas y se retocaba los cabellos, como había visto hacer a las humanas en todas las ciudades que había visitada. Cuando se hubo asegurado de que su aspecto agradaría a los hombres, hizo una seña al dragón con la cabeza.