—Lista, amo.
La naga contempló embelesada cómo el Dragón de las Tinieblas dibujaba un símbolo en el suelo con una oscura zarpa. Se trataba de un conjuro que había aprendido de uno de sus primeros subordinados, un hechicero que no acogió las escamas con la misma facilidad que Dhamon y que murió cuando el dragón intentó forzar en él su magia. El hechizo contenía palabras, pero el leviatán se limitó a salmodiarlas en su mente, pensó en Nura y en el vínculo mágico entre ambos, y poco a poco se fue doblando sobre sí mismo.
A medida que el conjuro surtía efecto, el dragón empezó a desinflarse, y se tornó plano, como un pedazo de tela cortado del cielo nocturno. A continuación, la extraña tela tomó cuerpo y fluyó como aceite, para recorrer el suelo hasta acariciar el talón de Nura.
Al finalizar el hechizo, el dragón se había convertido en la sombra de Nura, y de este modo pudo moverse junto a ésta, sin ser visto, mientras la naga se aproximaba a las puertas. Los guardas la detuvieron, desde luego, pero no se mostraron excesivamente alarmados, ya que ella les dejó bien claro que estaba sola y no llevaba armas. El mago del parapeto tampoco encontró nada raro en ella, ya que la magia del dragón frenaba los patéticos intentos de los humanos para ver más allá de su fachada de ergothiana.
Fue acompañada a ver al comandante, cuyo nombre la naga había averiguado por el Caballero de Neraka que había capturado días atrás, y la anunciaron como un gracioso regalo de parte de un señor de la guerra local. Para aumentar el efecto, el atractivo de la naga había sido acrecentado mediante un sugestivo conjuro. La condujeron a los aposentos privados del comandante, y, una vez allí, eliminó a éste sin hacer ruido, al poco rato de haberse cerrado la puerta… y apenas unos minutos después de que el Dragón de las Tinieblas hubiera sonsacado a la mente del oficial el modo de introducirse en las cámaras acorazadas de los sótanos.
Casi resultó demasiado fácil. De haber sido otra noche, Nura podría haber pisado un glifo u otra alarma mágica sólo para poder divertirse combatiendo a algunos de los defensores del alcázar, pero la diversión tendría que aguardar a un momento más propicio. Aquella noche, era importante conseguir lo que habían ido a buscar y marcharse sin incidentes.
Recogió lo más escogido de la colección, sólo aquellos objetos que eran pequeños y con energía concentrada y que, al tacto, parecían contener mayor cantidad de magia arcana. Las piezas elegidas fueron en su mayoría anillos y otras piezas de joyería que podía transportar en su cuerpo. Encontró una delicada mochila de cuero también ingeniosamente hechizada y la llenó de copas y dagas mágicas, una de las cuales contenía un conjuro que le quemó los dedos; collarines y un candelero achaparrado; cajas de incienso y frascos pequeños llenos de arremolinados aceites multicolores. Tanto ella como su sombra dejaron de lado artículos excesivamente grandes o con demasiada poca magia para ser de utilidad.
Se marcharon sin más, y entonces Nura invocó un sencillo conjuro propio que la transportó a ella y a su sombra a docenas de metros de distancia del alcázar. La naga se sentía tan aturdida por la insólita aventura con el Dragón de las Tinieblas, que juró encontrar otra fortaleza parecida en cuanto le fuera posible para poder compartir otro hechizo de sombra.
—¡Y Dhamon Fierolobo creía ser un ladrón experto! —exclamó, mientras se aupaba al lomo del Dragón de las Tinieblas y se sujetaba a su cuello.
—Hay que mantener a salvo a Dhamon —le recordó su montura, mientras se alzaba hacia el cielo nocturno y se encaminaba de regreso al nuevo cubil—. Nos busca en estos mismos instantes, Nura Bint-Drax. Encuéntralo tú primero, y asegúrate de que nada malo le suceda. Lo cierto es que día a día me siento más seguro de que es el indicado. Él es mi última posibilidad de sobrevivir.
13
Reencuentro sangriento
—¿Realmente crees que esta balsa nos va a soportar a todos?
Ragh ayudaba a enrollar bramante alrededor de una docena de troncos delgados que habían sujetado juntos, y sus rechonchos dedos se mostraban bastante torpes en tal tarea.
—Yo peso bastante, y Maldred es…
—Sí, lo sé. El ogro no es ningún peso ligero —repuso Dhamon—. No, no sé si esta balsa nos sostendrá. Pero no podemos ir a nado; de modo que debemos probar algo.
Ragh le dirigió una mirada escéptica, al recordar el incidente ocurrido en el mar durante la tormenta.
—Estás loco, amigo mío.
Ayudó a empujar el improvisado navío al interior del río y se subió a bordo con cautela, depositando con cuidado la enorme espada ante él, en el suelo. La balsa no naufragó cuando Maldred y Dhamon se reunieron con él, pero se hundió bastante en el agua, a la vez que se ladeaba peligrosamente en la dirección en que se inclinara cualquiera de ellos. Ragh mantuvo una zarpa sobre la empuñadura de la espada para no perder el arma en el caso de que resbalara y cayera al agua.
El draconiano había sugerido que anduvieran hasta la costa, pero Dhamon dijo que viajar por aquel territorio cubierto de maleza resultaba terriblemente lento, y que necesitaban llegar a Throt lo antes posible. Desde el instante en que abandonó la búsqueda de Fiona, y contempló la visión del Dragón de las Tinieblas en la bola de cristal, Dhamon los había empujado a correr riesgos, y ni uno de los tres había pegado ojo en las últimas veinticuatro horas, aunque Dhamon se seguía mostrando lleno de energía, alerta.
—De todos modos podríamos marchar hasta la costa, tomar atajos y también…
El sivak se tragó el resto de las palabras cuando el viento echó hacia atrás los bordes de la capucha de su compañero, y el draconiano observó que el lado derecho del rostro del hombre estaba cubierto casi por completo por pequeñas escamas negras, y sólo una diminuta zona del cuello seguía mostrando carne. Las manos de Dhamon también estaban cubiertas de arriba abajo. Por suerte, la vieja prenda del hechicero que vestía ocultaba casi todas las escamas a los ojos curiosos.
—No, usaremos esta balsa.
Dhamon se colocó sombrío en la parte posterior, desde donde usó el mango de la alabarda para impeler la nave por los bajíos. El draconiano tuvo que admitir que avanzaban a mayor velocidad de lo que habría sido posible de haber tenido que moverse por la espesa maleza.
Ragh miró al este, atraído su interés por un trío de cocodrilos que ganduleaban al sol y la nube de moscas que los envolvía.
—Pero esta balsa no servirá para cruzar el Nuevo Mar, tienes que admitirlo. Puede que no consiga llegar siquiera hasta el Nuevo Mar.
—No, esta embarcación no lo hará, pero un transbordador sí —intervino Maldred—. Es eso con lo que cuentas, ¿verdad, Dhamon? ¿En encontrar un transbordador en algún punto de la costa?
Ése era realmente el plan del hombre, pero ni se molestó en asentir a las palabras del mago ogro, pues estaba absorto en otear el río que se extendía al frente, y el espeso follaje de ambas orillas. Pensaba en la criatura que había visto en brazos de Riki en la visión ofrecida por la esfera de cristal, y se preguntaba si sería un niño o una niña y si de algún modo, por insignificante que fuera, se le parecía. Él había sido un hombre apuesto, reflexionó, antes de que las terribles escamas empezaran a extenderse. Al menos la criatura tendría una vida en familia con Riki y Varek, algo de lo que Dhamon se había visto privado, al menos por lo que sabía. Era curioso, no recordaba nada de su niñez, no conseguía recordar a sus padres; probablemente era huérfano.
—Si consigo que estén a salvo, la criatura tendrá un buen hogar —murmuró.
—¿Qué has dicho, Dhamon?
—Nada, ogro.
Maldred lanzó un profundo suspiro, bajó la cabeza, y en cuestión de segundos, se quedó dormido.