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Dhamon gritó de dolor y sobresalto, y soltó su propia arma al mismo tiempo que la dama solámnica le arrancaba la espada del cuerpo para asestar una segunda estocada. Dhamon se volvió tambaleante, retrocedió un paso e intentó recuperar su arma, pero no fue lo bastante rápido. Fiona lo rodeó en sentido opuesto, y volvió a atacar desde un lado, introduciendo la hoja entre las costillas. Cualquiera de las estocadas habría acabado con un hombre normal, pero la fuerza extraordinaria de Dhamon mantenía a éste en pie. Fiona gritó contrariada. El siguiente ataque tuvo más empuje y alcanzó al hombre en las piernas, que cayó de rodillas y agitó los brazos al frente, en un intento de arrancarle la espada.

Era la locura que padecía la solámnica lo que provocaba aquella traición, Dhamon lo sabía, y era el veneno que corría por su interior lo que le impedía realizar un contraataque adecuado.

—¡Fiona, sssoy yo, Dhamon! ¡Detente!

El grito sonó inarticulado, aunque haría falta más que el mero volumen para alcanzar alguna parte del cerebro de la mujer que pudiera conservar aún la cordura. Volvió a gritar, más débilmente. Apenas consiguió agacharse para esquivar el siguiente mandoble, y el que siguió a aquél.

—¡Ragh! —llamó—. ¡Ragh!

—Puedes llamar a tu mascota sin alas todo lo que quieras —se mofó Fiona—, porque también lo mataré.

Dhamon se había enfrentado a draconianos, dracs, dragones, y sobrevivido a todos ellos. ¿Cómo podía morir ahora, víctima de alguien a quien, en la época en que era honrado, había considerado una amiga? «¡Muévete! —se dijo—. Apártate, razona con ella. Recupera la alabarda. Consigue ayuda. ¡Ayuda!».

Notaba la cálida sensación pegajosa de la sangre corriendo por la espalda y el costado, descendiendo por la pierna. El aroma metálico que ésta emanaba aumentó en intensidad, y se dijo que la espada le había roto las costillas.

—¡Fiona! —suplicó—. Sssoy yo, Dhamon. ¿Recuerdasss? Para, o me matarásss.

La mujer le mostró los dientes pero detuvo el siguiente golpe. Existía una tempestad en sus ojos, ojos que llameaban sin control, y él sintió un insólito tirón de miedo ante aquella mirada.

—Sssoy yo, Dhamon.

—¡Claro que sé quién eres! —Las palabras surgieron veloces y duras, como rayos y truenos procedentes de la tempestad que rugía en su interior—. ¡Lo sé! El extraordinario Dhamon Fierolobo, Caballero Negro fracasado, campeón de Goldmoon fracasado. Fracasado, fracasado, fracasado. La única cosa en que tienes éxito es en matar gente. En matar a tus amigos. Y ¡por la memoria de Vinas Solamnus, Dhamon, te mataré!

Se abalanzó sobre él, y en esta ocasión el hombre tuvo que recurrir a toda la suerte del mundo para conseguir mantenerse lejos de su alcance. Alzó los brazos en actitud defensiva, pero ya no le quedaban fuerzas para esquivar los golpes de su adversaria. La sangre que había perdido y el veneno que corría por él se estaban cobrando un alto precio.

—Rig está muerto, Dhamon —dijo ella en tono amargo.

Fiona lanzó una estocada, y la hoja le dio de lleno en el brazo y le arrancó unas cuantas escamas. Jugaba con él ahora; segura de que lo tenía a su merced y alargando el final para su propia satisfacción.

—¡Rig está muerto, y tú lo mataste!

Dhamon sacudió la cabeza, y consiguió a duras penas levantarse. Mareado, estuvo a punto de caer de bruces pero irguió los hombros y saltó hacia atrás justo a tiempo. La mujer lo habría atravesado con el violento ataque.

—Yo no maté a Rig, Fiona. Yo… —dijo, alzando una mano.

—¡Mentiroso! —Blandió la larga espada a la altura de la cintura, y atravesó la túnica de Dhamon describiendo un nuevo trazo de sangre—. ¡Monstruo! —aulló, al descubrir las escamas del estómago de Dhamon—. ¡Drac! Mataste a Rig igual que si le hubieras hundido la espada en el corazón. Nos sacaste, lo sacaste, de las mazmorras, pero no hiciste nada para salvarlo.

—Fiona, escucha…

—Fuimos abandonados en Shrentak, Rig y yo. No te importaba lo que nos sucediera. Ni a ti, ni a tu mentiroso amigo ogro. Mataste a Rig, Dhamon Fierolobo, igual que mataste a todo aquél que se acercó demasiado a ti.

La dama guerrera volvió a atacar, y lo acuchilló otra vez, jugando aún con él, comprendió Dhamon. Pero a él ya no le quedaban fuerzas.

Cayó de rodillas.

—¿Rezas, Dhamon? —se mofó Fiona—. ¿Rezas a los dioses para que te salven? —Echó la cabeza atrás y soltó una carcajada—. Bueno, pues los dioses no se encuentran en este maldito pantano, Dhamon. Estamos sólo tú y yo, y yo no voy a salvarte. Voy a matarte.

Dhamon no temía a la muerte. En ocasiones la había deseado; pero si moría jamás conocería a su hijo, jamás podría ayudar a Rikali. ¡Ragh! Abrió la boca, pero no surgió nada. ¡Socorro! Notó un sabor amargo en la lengua, en el que reconoció el veneno mezclado con la sangre.

—Primero fue Shaon —escupió la solámnica, mientras daba vueltas, despacio, a su alrededor—. Fue el primer amor de Rig, como sabes. Él me lo contó todo sobre ella; era alguien que me habría gustado, creo. Oh, tú dirás que no la mataste, tampoco, que no fuiste responsable, pero murió a manos del Dragón Azul que tú montabas cuando eras un Caballero de Takhisis, ¿no es cierto? Shaon no habría muerto si no la hubieras puesto en contacto con aquel dragón.

Empezaba a resultar difícil oír a Fiona, todo lo que oía era un sonido impetuoso, como un chocar de olas que inundaba sus oídos. ¿Sería el bombear de la sangre? ¿El corazón que intentaba latir? No, oía cómo el corazón empezaba a fallar. ¿Se le parecería en algo su hijo?

—A continuación le tocó el turno a Goldmoon. Claro que tú no la mataste, ¿verdad, Dhamon? Sólo lo intentaste… con esa arma de ahí, la que yace en el suelo. Se la entregaste a Rig, toda roja con la sangre de Goldmoon. ¿Ya no la querías porque no era suficientemente buena? ¿No era lo bastante buena para matar? ¿No la querías porque no conseguiste matar a Goldmoon con ella?

Empujó con el pie el mango de la alabarda para apartarla del hombre.

—¿Quieres saber si es lo bastante buena ahora? ¿Quieres intentar matarme con ella? De acuerdo, recógela.

Dhamon sacudió la cabeza, y deseó que los dedos fueran hacia el arma.

—Luego fue Jaspe. Perdona, tú no le hundiste un cuchillo en el corazón, tampoco, ¿no es cierto? Pero fue como si lo hubieras hecho. Estaba contigo, todos estábamos a tu lado, en la Ventana a las Estrellas. Nos hallábamos unidos contra los señores supremos, en un intento de impedir el nacimiento de la nueva Takhisis. ¡Oh, éramos muy virtuosos! Jaspe murió allí, bajo las zarpas de un dragón, murió porque tú nos condujiste a todos a ese lugar fatídico. —Esta vez empujó el asta contra la pierna del hombre—. Recógela. —Elevó la voz, y escupió cada palabra—. Y Trajín. Por lo que Rig me contó, también mataste al desdichado kobold. Lo obligaste a usar magia de los Túnicas Negras hasta que aquélla le absorbió toda la vida. ¡A mi amado Rig también le quitaron la vida por tu culpa!

De improviso Fiona adoptó una apariencia extraña a los ojos de Dhamon, nebulosa, como un dibujo hecho con tiza que la lluvia desdibujara. Todos los bordes resultaban borrosos, la voz ininteligible. Tampoco oía ya a su propio corazón, ni aves ni animales, ni aquel fragor en sus oídos. Percibió que la mujer chillaba a juzgar por la expresión de su rostro, pero él no oía más que susurros… los de su voz y… de ¿Ragh?

—Asesino. ¡Mataste a Rig! Los mataste a todos.

Vislumbró un atisbo de algo de un brillante color rojo que se recortaba en el cielo anaranjado. Era su sangre en el filo de la espada de la solámnica, y la hoja volvía a hundirse. Dhamon aguardó el momento de sumirse en la nada.