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—¿Te diviertes?

—¡Maldred! —La pequeña escupió el nombre en un tono que era cualquier cosa menos infantil—. ¡No tienes motivos para espiarme! ¡Aquí no! ¡En mis dominios no! Deberías estar muy lejos de aquí y…

—¿Tus dominios? Tú no eres la dueña de la ciénaga.

Quien hablaba era un hombre escultural, con una musculatura fibrosa y curtida por largas horas pasadas al sol, que, no obstante su tamaño, se movía con la elegancia de una pantera, sin producir apenas un sonido mientras se acercaba.

—Y tampoco eres mi dueña, Nura Bint-Drax. Iré a donde quiera, y vigilaré a quien elija.

La niña emitió una especie de «¡oh!» burlón, con una sensual voz femenina, que luego subrayó con un puchero infantil.

—Estarás donde el amo te diga que estés, Maldred, y cuando él te diga que vayas. Es él quién mueve tus hilos, como bien sabes.

El otro cruzó los brazos sobre el pecho y contempló con expresión altanera a la niña-mujer. Abrió la boca como si fuera a protestar, luego cambió de idea y meneó la cabeza. Sudaba profusamente debido al calor, con los cabellos y ropas empapados de humedad, y gotas de sudor le resbalaban por la frente, se introducían en sus ojos y le punteaban la piel por encima del labio superior.

En la niña, por el contrario, no se veía el menor rastro de transpiración.

—Yo soy su aliada, Maldred, tú eres su esclavo —añadió ella con sarcasmo.

Maldred continuó contemplándola en silencio, efectuando un supremo esfuerzo por parecer impasible, pero fracasó por completo cuando su boca se torció hacia abajo en una sonrisa despectiva. Por mucho que lo intentara, Maldred no podía ocultar el desdén que sentía por Nura Bint-Drax.

—El amo vino a mí, para pedir mi ayuda, Maldred. Me escogió a mí por encima de todos los demás de este pantano. —Irguió la barbilla para dar más énfasis a sus palabras, en un claro intento de provocarlo con su burla—. Tú, príncipe coronado de Bloten, tú te arrastraste hasta el amo, suplicaste su ayuda. Eso me hace fuerte y deseable, y a ti…, a ti te convierte… —hizo una pausa, y el silencio se convirtió en una losa entre ambos—… te convierte en prácticamente nada, querido príncipe.

Se oyó una profunda inhalación, pero Maldred siguió callado.

La eterna niña describió un estrecho círculo a su alrededor, luego regresó para colocarse frente a él, y sus brillantes ojos azules lo evaluaron lentamente.

—Me sorprende que el amo no te haya enviado a realizar alguna humilde tarea —insistió la pequeña, entrecerrando los ojos a la vez que agitaba uno de sus pequeños dedos.

Frunció los labios, entonces, y se aproximó más, y él retrocedió para mantenerla a distancia.

—Especialmente, desde que perdiste a Dhamon Fierolobo en Shrentak. Me sorprende que el amo no te tenga limpiando cuevas o reuniendo comida para sus mascotas. A decir verdad, me sorprende que no te haya echado de su servicio.

Los ojos de Maldred se abrieron de par en par, y finalmente se desquitó:

—Dhamon estaba conmigo en Shrentak. No lo perdí.

—Lo pusiste en manos de la anciana loca.

—La mujer sabia. Lo conduje hasta la mujer sabia.

—Lo que no formaba parte del plan. Deberías haber muerto por la afrenta de cambiar el plan. Ayudarlo no formaba parte del plan. —Apoyó los diminutos puños sobre las caderas con firmeza—. Por culpa de tu imprudencia, perdiste a Dhamon.

—No lo habría…

—… ¿qué? ¿No lo habrías perdido si los esbirros de la hembra de Dragón Negro no hubieran interferido? Dhamon había liberado a los prisioneros de Sable. Era inevitable que se produjera una lucha. Dhamon podría haber perecido en ella, Maldred, y habría sido por culpa tuya. Culpa tuya por completo… al perderlo como hiciste. Pensaba que ibas a seguirlo bien de cerca. Creía que ibas a entregarlo al amo. ¿No era eso lo que acordaste?

—Hice lo que consideré que era necesario —replicó Maldred—. Además, todo formaba parte de la prueba, ¿no era así? Había que presionar a Dhamon hasta el límite para ver si era la persona indicada.

La niña lanzó una alegre risita, que sonó a campanillas de cristal tintineando a impulsos de una brisa, y a continuación, el aire relució y se arremolinó alrededor de la criatura, como si la nube de insectos se hubiera transformado toda ella en luciérnagas que se movieran a requerimiento suyo. La piel pálida de la pequeña empezó a oscurecerse y a adoptar el brillo del nogal bruñido, y la figura comenzó a crecer. Los dedos regordetes se tornaron largos y elegantes, terminados en afiladas uñas pintadas; las piernas crecieron proporcionadas y musculosas, muy apropiadas para un cuerpo ágil que llamaría la atención en cualquier ciudad. El rostro, si bien atractivo, adquirió dureza y quedó rematado por un casquete de cabellos negros y cortos que hacían juego con los centelleantes ojos. El vestido de pálidos pétalos de flores se transformó en una desgastada túnica de cuero que, en el pasado, había pertenecido a Dhamon Fierolobo, y que ella le había robado, junto con su preciosa espada mágica, cuando él la había conocido bajo el aspecto de prostituta ergothiana en las estribaciones de Bloten. En aquella ocasión, la mujer había estado a punto de matarlo, como parte de otra de sus pruebas, pero él había conseguido escapar con éxito de aquella trampa.

Y pasar a la siguiente.

—¿Lo que consideraste que era necesario…?

Alargó un brazo delgado y asestó un golpecito a Maldred en el pecho con un dedo. Una mancha de sangre apareció en el lugar donde lo había pinchado con la afilada uña.

—Lo que debías hacer era traérmelo aquí. ¿Fracasas en todo lo que intentas, príncipe mío?

El otro la miró fijamente con expresión vacía, sin responder, y sus ojos se encontraron con los de ella, inquietantes, pero detectando algo en la oscuridad de los de la mujer que le puso la carne de gallina.

—¿No te gusta este cuerpo, Maldred? Es humano, y yo habría pensado que lo encontrarías agradable. O ¿prefieres mi aspecto auténtico? —Su sonrisa era positivamente diabólica ahora, y los ojos se habían tornado gélidos de repente.

Maldred se estremeció sin querer mientras contemplaba su siguiente transformación.

La piel de la seductora ergothiana culebreó como aguas agitadas, y cambió de tono y textura, convertida su suavidad en escamas del tamaño de monedas. Las piernas se fusionaron en una cola mientras se alzaba por encima de Maldred, y su cuerpo se volvió más grueso, hasta que acabó convertida en una serpiente de cuello para abajo, en un reptil de más de seis metros de largo. Anillos alternos de escamas negras y rojas relucían en su cuerpo como gemas húmedas bajo la menguante luz del sol. Sin embargo, la cabeza no era la de una serpiente, sino la de una niña sin edad, y la melena de cabellos cobrizos se abría en abanico hacia atrás para formar una especie de caperuza. Se irguió y recostó sobre los anillos, y dirigió una mirada de reproche a su interlocutor.

—Apropiado —declaró éste, desdeñoso—. Cambias de aspecto del mismo modo que una serpiente muda la piel. —Hizo una pausa—. Y ninguna forma es preferible a las otras.

Los ojos de la criatura se ensombrecieron y centellearon, y motas de luz azul saltaron del rostro para danzar en el aire.

—Tú, sin embargo, prefieres ese lindo caparazón humano que has pintado sobre tu feo cuerpo, ¿no es cierto? Los humanos son una raza inferior, príncipe, pero supongo que incluso ellos se hallan por encima de tu insignificante raza.

Las partículas de luz adquirieron más intensidad y nitidez, y se tornaron amarillas, luego blancas, y, a continuación, a un simple gesto de la niña-serpiente, salieron disparadas al frente, como dardos, para golpear a Maldred en el pecho.

Éste retrocedió ante el impacto, y se llevó las manos al lugar donde los dardos de luz se habían incrustado; luego, se dobló al frente, sin resuello, al verse alcanzado por una segunda andanada. Levantó la cabeza veloz y la miró con ojos que deseaba que pudieran ser dagas dirigidas contra su adversaria.