¿Quién era? La voz le sonaba un poco. Jocasta, emergiendo de un profundo sueño, dijo:
– Sí, bueno, Jocasta Keeble, si nos ponemos pedantes.
– Jocasta, soy Ed. Ed Forrest, el amigo de Martha.
Claro, el chico cañón. Nada les había sorprendido más que la elección de novio de Martha. Se esperaban a un abogado rico y estirado y se habían topado con un chico guapísimo e informal que además era mucho más joven que ella. Y que no disimulaba que la adoraba.
– Ah, hola, Ed. ¿Qué pasa?
– No sé -dijo Ed-, pero he pensado que querrías saberlo. Martha ha sufrido un accidente terrible. Un accidente de coche y está… está en Cuidados Intensivos. No sé más…
– ¡Oh, Ed, no! Lo siento.
– Ahora voy para allá -dijo- a verla. Pero he pensado que debías decírselo a Nick…, perdona, pero no me acuerdo de su apellido, el periodista…
– Sí, sí, claro.
– Para que se lo diga a esa mujer. Para quitárnosla de encima, digo. No hará nada ahora, ¿no?
– Diría que no -dijo Jocasta rápidamente-. Dios mío, qué horror. ¿Dónde está? ¿En qué hospital?
– En el Bury St. Edmunds. Está lejos, así que tengo que irme.
– Claro. Ed, dale recuerdos. Seguro que se pondrá bien. No te preocupes por Janet Frean. Ya lo arreglaremos. Llamaré a Nick enseguida.
– Gracias.
El corresponsal local en Colchester del Sun había recibido la noticia del accidente de Martha. Llamó a la redacción.
Chad Lawrence tenía uno de los números de móvil más conocidos de Westminster: también era una de las caras más conocidas.
A mediodía llamó un periodista del Sun.
– Supongo que ya se habrá enterado de lo de Martha Hartley, señor Lawrence.
– No -dijo Chad secamente-. No sé nada.
– ¿No? Está en el hospital. En estado crítico. Un accidente de coche terrible. Sacaremos un artículo corto en el periódico de mañana, ¿querría hacer un comentario sobre ella?
– Estoy abrumado -dijo Chad, y lo decía de corazón-. No tenía ni idea. ¿Está bien?
– Ya le he dicho que está en estado crítico. No está nada bien, por lo que me han dicho.
– ¡Dios mío!
– ¿Puede hacer algún comentario? Sé que es una de las estrellas de su partido.
– No, no puedo -dijo Chad, y colgó.
Llamó a Jack Kirkland.
– Martha ha tenido un accidente de coche. Un accidente grave. Me han dicho que está en Cuidados Intensivos. He pensado que debía decírtelo.
– ¡Dios santo, qué horror! ¿Cómo te has enterado?
– Me ha llamado alguien del Sun. Quería un comentario sobre ella. He dicho que no podía.
– ¿Por qué no?
– No lo sé. No me ha parecido apropiado.
– Qué tonterías Es muy apropiado. ¿Tienes su nombre?
– No.
– Les llamaré yo mismo.
A hacer puñetas, pensó Chad, colgando. Estaba sinceramente apenado. Le había cogido afecto a Martha.
Jack Kirkland habló obsequiosa y extensamente sobre Martha, sobre lo inteligente que era, lo mucho que prometía y hasta qué punto era el futuro del partido, y el periodista, que sólo tenía pensado escribir un párrafo, se impacientó.
– Muchas gracias, señor Kirkland -dijo, interrumpiéndole.
– Lo he hecho con mucho gusto. Tal vez debería hablar con Janet Frean. Es la cara femenina de nuestros dirigentes. Ha sido muy buena con Martha, la ha ayudado y ha mostrado por ella un interés maternal. Debería hablar con ella. Le diré que te llame.
– Es terrible -dijo Clio-. Cuánto lo siento. Anoche intentamos hablar con ella, pero no contestó. Ahora sabemos por qué. Dios mío. ¿Podemos mandarle flores o algo?
– No creo que esté para flores -dijo Jocasta con seriedad.
Le habría gustado hablar con Gideon. A él le caía bien Martha. Miró el reloj: no. Estaría dormido. Eran las cuatro de la mañana en Seattle. Se sintió muy sola y muy triste. Decidió volver a llamar a Nick.
– Bob, soy Jack Kirkland. Siento llamar el domingo.
– No te preocupes, Jack -dijo Bob Frean-. Estoy de niñera. Es agradable hablar con un ser humano. ¿Qué? Oh, Dios mío. Qué pena. Pobre Martha. ¿Está muy grave? Qué horror. Sí, por supuesto, se lo diré en cuanto vuelva. No tardará mucho.
– ¿Janet? Soy Nick Marshall.
– Ah, sí.
– Janet, Martha ha sufrido un accidente. Un accidente de coche. Está muy malherida. Creo que eso lo cambia todo, por ahora.
– Por supuesto. Qué horror. Sí, ya hablaremos.
Janet siguió conduciendo, reflexionando. De hecho, eso hacía aún más brillante la historia. Le daba un toque añadido. Un cierto patetismo. Lo veía muy claro. Sí. Funcionaría de maravilla. Siempre que Martha sobreviviera, claro. Y así sería, por supuesto. Nick estaba exagerando la gravedad del accidente para ganar tiempo. Ya no le veía escribiendo el artículo.
A ese paso, pensó Ed, haciendo chirriar los neumáticos entre los carriles de la A 12, se reuniría con Martha en Cuidados Intensivos. Eso no ayudaría mucho a ninguno de los dos. Intentó tranquilizarse, pero sólo podía acordarse, revivir una y otra vez su conversación con Martha, las últimas palabras que le había dicho: «¿Descansemos un poco, vale?». ¿Qué hombre decía eso a la mujer que se suponía que amaba? Uno bastante podrido.
– Cabrón -se dijo a sí mismo en voz alta-, eres un cabrón.
Helen telefoneó a Jocasta y se disculpó por llamar el domingo. Seguro que Jocasta y su marido tenían mucho que hacer, dar una gran fiesta o algo por el estilo. Pero no quería dejar pasar el tiempo.
– Helen, tranquila. En serio. Pero…
Helen la interrumpió.
– No tardaré nada. Sólo quería el teléfono de Martha Hartley. He pensado que podría ayudar a Kate si iba a verla, si intentaba…
– Helen, lo siento pero no puedes ir a verla. Al menos por ahora, aunque me parece una idea estupenda. Está en el hospital. Ha tenido un accidente y está muy malherida.
– Oh -exclamó Helen-. Oh, Dios mío.
– Está en Cuidados Intensivos.
– Entonces, ¿está muy grave?
– Muy grave, me temo -dijo Jocasta.
Helen colgó, preguntándose cómo reaccionaría Kate, y decidió que hasta que no supiera algo más no se lo diría.
– He pensado que deberíamos invitar a Jocasta a almorzar -dijo Beatrice-. Está sola y me apetece verla.
– Buena idea -dijo Josh.
Estaba absorto en el programa de Jeremy Clarkson, como todos los domingos por la mañana.
Beatrice volvió a la habitación pocos minutos después y parecía trastornada.
– No puede venir. Está con Nick.
– ¿Con Nick? ¿Y qué está haciendo con él?
– No estoy segura -dijo Beatrice-, ayudándole con un artículo, supongo.
– ¿Qué? ¿Estando Gideon fuera? Me parece raro.
Beatrice le miró como queriendo decir que no pensaba erigirse en árbitro del comportamiento de los demás y dijo:
– En fin, por lo visto Martha Hartley está en el hospital. ¿Te acuerdas?, es la chica que se desmayó en la fiesta, la que se fue sin despedirse.
– Sí, sí. ¿Por qué está en el hospital?
– Ha tenido un accidente. Un accidente de coche. Está en Cuidados Intensivos. Inconsciente. Pobrecilla.
– Dios mío. Qué horror.
– Sí, es terrible. La verdad es que no llegué a conocerla, pero tú sí la conocías, ¿verdad?
– Bueno, no mucho. No la había visto en diecisiete años. Pero charlamos un poco en la fiesta. Qué pena. ¿Jocasta nos mantendrá informados?
– Espero que sí. La verdad es que está muy afectada. Me ha sorprendido porque después de la fiesta dijo que apenas la conocía.
– Sí, bueno, siempre te afecta cuando le sucede algo así a alguien que conoces -dijo Josh-. Si te he de ser sincero, a mí también me ha impresionado.