Выбрать главу

Tenía que volver con los demás, Jocasta podía necesitarla, Kate podía darle problemas. Los vio a los tres de pie, juntos: Kate entre ellos, y parecían una familia, por lo mucho que se parecían. Josh y Jocasta podrían haber sido los padres, unos padres muy jóvenes, y Kate la hija. Entonces todo comenzó a moverse a cámara lenta y los sonidos a su alrededor resonaron y la luz del sol la deslumbró y empezó a oír cosas, una y otra vez, resonando en su cabeza…: podrían ser gemelos… Kate se parece mucho a Jocasta… por qué habría venido Josh, qué raro… parecía muy afectado… Y Fergus dijo:

– Clio, ¿estás bien? Pareces mareada.

– Chsss -dijo Clio con cierta aspereza.

Las palabras y los pensamientos siguieron asaltándola, implacables, palabras y recuerdos. Martha diciéndole que no podía revelarle quién era el padre, estudiando las viejas fotografías de ellos de niños, tan asombrosamente parecidos, había pensado, y alguien en la fiesta diciendo cómo se parecían… Kate se parece mucho a Jocasta… Josh parecía muy afectado… No puedo decirte quién es el padre… Y entonces lo vio con claridad, había estado allí todo el tiempo, ante sus narices, y volvió a mirar a Jocasta y a Josh, de pie juntos, tan parecidos, tan fatal y extraordinariamente parecidos, y Kate tan parecida a los dos, a los dos, como una familia, igual que una familia. Clio supo en ese momento, con una sacudida de absoluta certeza, quién era el padre de Kate.

Capítulo 39

A Kate el hermano de Jocasta le pareció muy simpático. Simpático y divertido. Le cayó muy bien. Jocasta no tuvo tiempo de presentarlos hasta después de la ceremonia. Josh había llegado muy justo, con Nick, apenas cinco minutos antes del comienzo. Jocasta se había puesto furiosa y le había lanzado miradas furibundas mientras él se instalaba en un banco tres filas detrás de ellas.

A Kate no le parecía tan mal. Habían llegado, y eso era lo más importante, pero Jocasta no paraba de murmurarle cosas a Clio como «típico de él» o «Josh siempre hace lo mismo». Teniendo en cuenta que había sido culpa de Nick y no de él, pues habían tenido un pinchazo, era más bien injusto, pero Kate ya había empezado a darse cuenta de que Jocasta no era tan perfecta como creía y tenía de hecho algunos defectos, uno de ellos sacar conclusiones precipitadas, a menudo equivocadas, y reaccionar de forma exagerada.

Al salir a la luz del sol (Kate se sentía a la vez rara, disgustada y un poco más serena), él le había tendido la mano y había dicho:

– Hola, soy Josh, el hermano de Jocasta. Tú debes de ser Kate.

No parecía tan mayor, estaba un poco más gordo que Jocasta y era un poco más alto, pero tenía los mismos cabellos rubios y los mismos ojos azules. Llevaba ropa de mayor, por supuesto, un traje y todo el rollo, pero era elegante, de color gris oscuro. La ropa de funeral era una especie de uniforme. Su madre no sabía muy bien qué tenía que ponerse Kate para la ocasión y la había mandado a Guildford, a casa de su abuela, que le había comprado un vestido negro de algodón, una chaqueta larga de Jigsaw y unos zapatos planos negros. Kate se sentía como una mujer mayor, pero en cuanto llegó se dio cuenta de que Jilly había acertado y que se habría sentido idiota con el traje pantalón azul claro que ella quería llevar.

Kate había sonreído a Josh y le había dicho que estaba encantada de conocerle y él había dicho algo como que era muy amable por su parte haber ido al funeral cuando apenas conocía a Martha.

– En fin, por lo menos el día es precioso -dijo él, pasando a cosas de mayores, como preguntarle por sus estudios y por los exámenes que le habían dicho que tendría que pasar pronto.

– Oh, bien, gracias -dijo Kate.

Después Jocasta le dijo que fuera con ella a la casa, y que los Hartley le agradecerían que fuera sirviendo los platos de comida. A Kate le parecía raro que algo tan emocional y tan triste se hubiera convertido en una especie de fiesta, con gente que gritaba «me alegro de verte» y «¿cómo están los niños?», unos a otros, pero se alegraba de tener algo que hacer. Le preocupaba un poco que alguien se preguntara qué hacía allí y quién era, pero nadie lo hizo, sólo le sonreían cordialmente y cogían las pastas saladas o lo que fuera, que era lo que le había pedido Jocasta que hiciera. Todavía se sentía muy aturdida y esperaba que no tuvieran que quedarse mucho rato. Le daba mucho miedo que le presentaran a los señores Hartley.

La familia asiática estaba sola en un rincón, con aspecto perdido. Se acercó a ellos con los volovanes, pero los rechazaron.

– ¿Qué relación tienes tú con la familia? -preguntó el hombre.

Kate les dio la respuesta que tenía preparada, y como sentía curiosidad les preguntó de qué conocían a la señorita Hartley. La llamó así porque Martha le parecía demasiado familiar.

– Se portó muy bien con mi esposa -dijo el hombre-. Ha muerto, pero trabajaba para la señorita Hartley, limpiando la oficina, y siempre fue muy amable con ella y mostró un gran interés por Jasmin, mi hija, y por sus estudios. Le dio libros suyos para que pudiera estudiar. Además visitó a mi esposa cuando estaba en el hospital, y se peleó con las autoridades por ella, intentó que la trasladaran a otra ala; era muy amable.

Kate sonrió y se fue con la bandeja, sintiéndose más desorientada y disgustada que nunca. Jocasta apareció a su lado y dijo:

– Creo que podemos marcharnos dentro de diez minutos, Kate. Seguro que a ti no te importa y aquí ya no hacemos nada. Me despediré de los Hartley y nos vamos.

En ese momento oyó que alguien decía:

– Tú debes de ser Kate. ¡Hola, soy Ed!

Kate se volvió y tuvo la sensación de estar viendo una foto de una revista o algo así. Era el chico guapo de la iglesia; era rubio y alto, y tenía una sonrisa asombrosa, y aunque llevaba traje, no era un traje de mayor, sino un traje enrollado: azul marino muy oscuro, con una rayita verde oscuro, y una camisa azul claro, del color de sus ojos. A Kate le temblaron las piernas. Deseó no llevar puesta esa ropa de señora.

– Hola -dijo, sonriéndole. Le estrechó la mano preguntándose alocadamente quién sería y que tenía que ver con el funeral.

Entonces él dijo:

– Me alegro mucho de conocerte. Soy… el amigo de Martha. Bueno, lo era. Ha sido un detalle que hayas venido.

Claro, ahora se acordaba de que Jocasta le había hablado de él, como le había hablado de muchas personas por el camino, y por supuesto sabía que el novio de Martha estaría allí, pero no esperaba que fuera así, sino más bien como el tipo de Nueva York que había leído el evangelio. No tan guapo como un modelo de un anuncio de Eternity de Calvin Klein. ¿Cómo se las había arreglado Martha para tener un novio así? Por lo menos tendría diez años menos que ella. Qué raro.

También era raro estar hablando con él. Seguramente él sabía quién era Kate y ella empezaba a sentirse como si hubiera entrado en una película desconocida.

– Oh, hola, Ed. Me alegro de verte. -Era Jocasta. Le besó y le dio un abrazo-. Veo que has conocido a Kate.

– Sí. Gracias por venir, Jocasta, me he alegrado mucho de verte.

– Era lo menos que podía hacer -dijo Jocasta-, siento mucho que Gideon no haya llegado a tiempo. Está retenido en Canadá. No te preguntaré cómo estás, porque tiene que ser espantoso. Te llamaré dentro de unos días y saldremos a cenar con Clio. Aunque si no te ves con ánimos, lo comprenderemos, por supuesto.

– Me gustaría -dijo-, gracias, pero no sé cómo estaré dentro de unos días.