– Sí, pero tenemos que pensar en lo que es mejor para ella ahora mismo -dijo Helen-. Es muy vulnerable. Es una niña, Fergus, no una adulta.
Cuando Fergus se marchó, Helen y Jim se quedaron mirando las fotos de Kate en silencio.
– Esto es muy difícil -dijo Helen.
– Lo sé -dijo Jim.
– ¿Martha? ¿Martha Hartley?
– ¿Sí?
Era Malcolm Farrow, jefe de prensa del Partido Progresista de Centro. Necesitaban hablar con ella urgentemente. Habían pedido que apareciera en Question Time esa misma semana. Clare Short se había retirado en el último momento y querían a Martha.
– Dios mío. -Sintió pánico-. Debería ir Janet Frean -le dijo-. Es evidente. Por favor, diles que se lo pidan a ella.
– Se lo propusimos, pero dijeron que te preferían a ti -explicó un poco incómodo Farrow.
– Pues yo no puedo -dijo Martha con firmeza-. Estoy ocupadísima y, de todos modos, ¿qué diría Janet?
Eso era lo peor, demasiado horrible para pensarlo. ¿Cómo se sentiría Janet?: rechazada por Question Time, el programa de televisión más deseado por los políticos, porque la preferían a ella. Querría matarla. Querría… Dios mío, ¿qué podría querer hacerle? ¿Qué podría hacer?
– No puedo -dijo-. Lo siento.
– Martha, soy Jack. ¿Qué tontería es esa de que no quieres ir a Question Time? Por supuesto que tienes que ir. Es una oportunidad única.
– Jack, no puedo.
– Martha, soy Chad. Oye, acabo de enterarme de que has rechazado ir a Question Time, No puedes. No puede ser. La gente mataría por salir en ese programa. Estarás fabulosa. Tienes que hacerlo.
– ¡Chad, no puedo!
– Martha, soy Mary Norton. Tienes que ir a Question Time. Tienes que ir. Sin excusas. No hay excusa posible.
– Mary, no pienso hacerlo.
– Martha, soy Nick Marshall del Sketch, hemos coincidido algunas veces. Oye, he oído que has rechazado ir a Question Time. ¿Podrías hacer un comentario?
– Martha, soy Paul Quenell. He oído el rumor de que te han invitado a participar en Question Time. Estoy alucinando. ¿Qué? Por supuesto que tienes que ir. Yo fardaré mucho de amiga. Sobre todo si le pegas un buen palo a Wesley.
– Paul, no creo que pueda.
– ¿Martha? Querida, soy Geraldine Curtis. Acabo de enterarme de lo de Question Time. Es una noticia maravillosa. Por supuesto que vas a ir. ¿Qué? ¿Por qué diablos no? Estamos todos emocionadísimos, nos daría un estupendo empujón.
– Martha, soy tu madre. ¿Es verdad que vas a salir en Question Time? ¿No? Ya me parecía que no podía ser. Es una lástima, cielo.
La única persona del mundo que no parecía querer hablar con ella era Janet. Martha la había llamado al menos cinco veces. No era de extrañar. ¿Qué iba a hacer?
– Martha, querida, soy Janet. Me han dicho que te han pedido que salieras en Question Time. Me parece maravilloso. Por supuesto que tienes que ir. Siempre que te sientas con ánimos. Es muy intimidante. Lo sé mejor que nadie. He ido varias veces. Pero estoy segura de que podrás. Una vez allí, no da tanto miedo. ¿Qué? No, claro que no me importa. De hecho, es un alivio no tener que ir. Me gustará verte. Oye, si quieres algún consejo, podríamos vernos, tal vez la noche antes o algo así.
¡No le importaba! ¡Le parecía bien. Dios mío, qué buena era. Qué generosa. Bien, en ese caso, tal vez…
– ¿Eres Kate? ¿Kate Tarrant?
– Sí, soy yo.
– Ah, hola, Kate, soy Jed. El ayudante del señor Corelli.
– Ah, hola.
– Quiere saber dónde te compraste los vaqueros. Se lo apuntó y perdió la nota.
– En Harvey Nichols -dijo Kate.
– ¡Harvey Nichols! Es estupendo. Iremos mañana mismo. ¿Te han gustado las fotos?
– Aún no las he visto.
– Pues le mandé algunas a tu agente.
– ¿Ah, sí? Es que hoy no le he visto. He salido de compras.
– Ah, vale. Bueno, he oído que estaban muy contentos. Los de Smith. Estarás muy emocionada.
Kate colgó y llamó inmediatamente a Fergus.
Kate estaba furiosa, colorada, con los ojos brillantes, los puños cerrados.
– ¡Gracias por decírmelo!
– ¿Decirte qué, Kate?
– Ya lo sabéis. Lo del contrato. Fergus me ha dicho que había hablado con vosotros, que tenía que preguntaros.
– Sí, es verdad.
– ¿Y cuándo fue eso?
– Fue ayer, cariño.
– ¿Y no pensabais decírmelo?
– Esperábamos el momento oportuno.
– Muy bien -dijo Kate-, éste es el momento.
– Tu padre no está.
– No me importa.
– Pero a mí sí -dijo Helen-. Es un asunto importante y no quiero discutirlo sin tu padre.
Kate salió de casa, dando un portazo tan fuerte que las ventanas vibraron.
El camarero colocó un filete de salmón en el plato, lo cubrió con la salsa de la cazuela, todo con suma precisión, y después se inclinó sobre Nick para dejar cuidadosamente las verduras sobre la mesa y dijo muy bajito:
– Señor Marshall, tiene algo en el bolsillo de la americana.
– Gracias. Muchas gracias.
Nick estaba almorzando en el comedor de prensa con uno de los chicos del Ministerio de Exteriores. Se disculpó en cuanto pudo con educación y salió despacio del comedor. Tenía la americana colgada en un perchero. La cogió como si nada, se metió en el servicio y se sentó en uno de los inodoros. No era la primera vez que le sucedía: era una forma discreta de pasar información. Pero siempre era emocionante, se sentía como si participara en una miniserie o algo así.
Había una nota cuidadosamente doblada en el bolsillo interior de la americana, con la palabra «Confidencial».
«Me gustaría hablar contigo algún día -dijo-, sobre el Partido Progresista de Centro y su futuro. Sé cosas que te parecerían muy interesantes. Quizá puedas llamarme al móvil.»
Estaba firmado Janet Frean.
Clio pensaba a menudo que si hubiera sido una persona más sincera, toda su vida podría haber sido diferente.
Si le hubiera dicho a Mark lo que estaba haciendo en realidad el día de la entrevista con la junta, en lugar de pretender que tenía hora con el ortodontista, que exigía que saliera de la consulta a la hora del almuerzo, entonces…, todo habría sido muy diferente. Se habría tomado todo el día libre para preparar la entrevista y habría ido a Londres por la mañana, para ir con tiempo de sobra. Pero la entrevista sería bastante tarde para que pudiera pasar consulta por la mañana y tener tiempo para ir a casa, cambiarse de ropa y coger el tren sobre las dos. Sólo tenía que encontrar un sustituto para las visitas a domicilio, que eran muy pocas aquel día.
Con ese plan en la cabeza, se puso una camisa que era… no exactamente vieja, pero sí pasada de moda y un poco descolorida, y una falda que también había vivido mejores días. Y sus zapatos más viejos y cómodos. Las visitas se habían alargado un poco y no había acabado hasta la una menos diez, pero no era grave. Podía estar en casa a la una, y entonces…
– ¿Clio? Llaman de The Laurels. -Margaret parecía preocupada-. La enfermera dice que es importante. Se trata de los Morris.
– Pásamela -dijo.
La señora Morris había muerto aquella mañana, dijo la enfermera.
– Ha sido una muerte tranquila. Y el señor Morris estaba con ella.
– Oh, qué triste… -A Clio se le llenaron los ojos de lágrimas-. Lo siento -dijo-, cuánto lo siento. ¿Cómo está el señor Morris?
– Por eso la he llamado -dijo la enfermera-. Está muy trastornado. Y pregunta por usted. Me preguntaba si…
– No puedo -dijo Clio-. Tengo que ir a Londres y…
Diez minutos después estaba en The Laurels.