– ¿No deseabas contárselo a nadie?
– No, me daba un miedo terrible contarlo. Me aterraba intimar con nadie. Siempre he tenido pocas amigas. Con los hombres me sentía más segura. No era la clase de cosa que le contarías a un hombre.
– Supongo que sí. Oh, Martha, qué historia…
– Ya lo sé. Y después todas esas coincidencias extraordinarias que nos han juntado otra vez. Fue un día terrible, estaba corriendo y la vi en el periódico. El bebé abandonado, Bianca. Ese día me volví un poco… loca.
– ¿Y ahora?
– Ahora no lo sé -dijo Martha-. No tengo ni idea. Será el final de la vida que he llevado hasta ahora. Es un delito. Abandonar un bebé. Pueden caerte diez años en la cárcel. Y, peor que eso, soy candidata al Parlamento. Tienes que firmar un documento que dice que no hay nada en tu pasado que pueda causar problemas o vergüenza a tu partido.
– Sí -dijo Clio en voz baja-, sí, tienes razón. Martha, ¿el padre supo alguna vez algo?
– No -dijo ella enseguida-, absolutamente nada. No podía decírselo de ninguna manera. De ninguna manera. No quiero hablar de eso -dijo-. Lo siento.
– De acuerdo. Pero alguien tiene que hablar con Kate, Martha. Tiene que saberlo.
– Lo sé. Lo sé. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Quién va a decírselo?
– Yo creo que deberías decírselo tú -dijo Clio, con una extrema delicadeza.
Martha la miró.
– No creo que sea capaz -dijo.
Capítulo 35
– Pobrecilla, pobrecita mía.
La voz de Ed era muy cariñosa, y eso la ayudó a reunir el coraje para mirarlo a la cara. Su expresión era tierna, preocupada, no había juicio, ni asombro siquiera. Era como si acabara de decirle que había muerto una persona querida para ella. En cierto modo, Martha pensaba que era cierto: la fría, eficiente, hiperexitosa Martha había muerto, y en su lugar había una persona que nada tenía que ver con ella y muy asustada.
– Tendrás que decirme lo que debo hacer, Ed -dijo-. Por primera vez en mi vida no tengo ni idea. Ni idea.
– Lo intentaré -dijo-. Lo intentaré, te lo juro. Quiero conocer a tus amigos y hablar con ellos.
– Por supuesto. Se han portado muy bien conmigo. No me lo merezco, porque les he tratado fatal.
– Te diré lo primero que debes hacer -dijo Ed.
– ¿Qué?
– Dejar de crucificarte. No has cometido ningún crimen, moralmente no. Sabías que estaba a salvo, viste que se la llevaban, sabías que la cuidaban personas que estaban capacitadas para cuidarla. Y después de eso seguiste con tu vida. Llamarlo delito es sólo un tecnicismo.
– ¡Ed! Tienes una visión un poco sesgada. ¿Cómo crees que lo presentará la prensa? Me acusarán de bruja, de monstruo, de bruja despiadada. Eso es lo que llegará a la gente. Qué clase de mujer abandona a su bebé y no vuelve a interesarse por él. ¿Una buena y cariñosa? No lo creo.
– Creo que deberías verla -dijo Ed.
– ¿A Kate? No puedo, Ed. Cuando lo sepa, cuando se haya acostumbrado a la idea, puede, pero…
– No, a ella no. A esa mujer. A la tal Janet-como-se-lla-me. Descubrir qué piensa hacer si tu amigo no publica la noticia. Debe de ser un tipo estupendo -añadió-. Cualquier periodista ya lo habría sacado.
– Lo es. Es un encanto. Siempre me ha caído bien.
– Un encanto, ¿eh? No sé si me gusta eso.
– Oh, Ed. Nadie es tan encantador como tú.
Le miró y le sonrió con ternura.
– Te quiero -dijo simplemente-, de verdad, te quiero.
– Dios santo -exclamó Gideon-, pobrecilla, pobrecilla. Es una historia terrible, Jocasta. Hay que pensar lo que es mejor para Martha. Esta es una situación muy fea. Fea de verdad.
– Lo sé. No dejo de pensar en todas las personas a las que Martha debería decírselo, antes de que salga en la prensa amarilla.
– Nicholas no lo sacará en la prensa amarilla.
– No, él no. Pero los demás recogerán la noticia y se pondrán las botas. «La profesional despiadada que abandonó a su bebé» o «La madre sin corazón de la pequeña Bianca». No ayuda mucho que Kate se haya hecho tan famosa. Como noticia es un caramelo, no se puede negar.
– No lo niego, no. Pollock asesinará a Nick si se entera. ¿Alguien le ha preguntado a Martha si el padre lo sabe?
– No, supongo que no tiene la más remota idea de dónde está.
– O quién es.
– Creo que sí lo sabe, Gideon. Martha no es una ligona.
– Tampoco creías que abandonaría un bebé hasta hoy. Tú, más que nadie, Jocasta, sabes lo imprevisible que es la gente.
– Es verdad. Pero juraría que lo sabe. Me apostaría lo que fuera.
– No con mi dinero, por favor. Veamos, mi opinión es que debería enfrentarse a la señora Frean. Si tiene el valor necesario.
Sonó el teléfono de Jocasta. Lo miró.
– Hola, Martha, ¿cómo vas? ¿Qué? Es curioso; Gideon ha dicho lo mismo. Espera un momento… -Miró a Gideon-. Ed, el novio de Martha, dice lo mismo que tú.
– Entonces seguro que es un chico inteligente. ¿Piensa acompañarla?
– Seguramente. Martha, ¿va a ir Ed contigo?
– Dice que sí.
– Bien -dijo Jocasta-. A por ella.
– Hola, Martha, guapa. Qué alegría. Anoche quería llamarte, porque estuviste fabulosa. Absolutamente fabulosa. Felicidades.
Martha no se sorprendió demasiado. Empezaba a calar a Janet Frean.
– Muchas gracias, Janet. Oye, quería saber si podía pasar a verte.
– Hoy tengo muchas cosas que hacer y es fin de semana. ¿Qué te parece el lunes?
– Pero es que es muy urgente.
– ¿En serio? Pues tendrá que esperar. Lo siento.
– Pero, Janet, se trata…, ¿no sabes de qué se trata?
– No tengo ni idea. Pero este fin de semana no puedo verte. Ni hablar. Ni siquiera estaré en casa. Lo siento.
Martha miró a Ed.
– ¿Ahora qué hacemos?
Janet Frean colgó el teléfono y fue a buscar a su marido. Bob estaba sentado en el jardín, leyendo el Daily Telegraph.
– Bob, ¿te había dicho que el sábado por la noche estaría fuera?
– No lo sé. De todos modos, da igual, no tenemos ningún compromiso. ¿Cosas de trabajo, supongo?
– Por supuesto. La ofensiva para captar simpatizantes continúa. ¿Te las arreglarás con los niños? Kirsty tiene el fin de semana libre.
– Siempre me las arreglo -dijo él secamente.
Martha había roto una de sus leyes inquebrantables y había dicho que estaba enferma para no ir a trabajar. Habló con Paul Quenell, que estaba tan contento con su actuación en Question Time que Martha pensó que le habría dado toda la semana libre si se lo hubiera pedido.
– Por supuesto, Martha. Es espléndido que mencionaran a Wesley. Bien hecho. Eres una chica lista. Disfruta del fin de semana. Nos veremos el lunes.
Martha colgó el teléfono preguntándose si volvería a verle. Una vez más, supuso, cuando dimitiera.
Se sentía curiosamente tranquila. Eran las diez de la mañana. Ed estaba dormido; él también había llamado diciendo que estaba enfermo. Se duchó, puso un poco de orden en el piso y organizó la colada. Se quedó mirando en la ventana. Estuvo un rato mirando. Y pensó en Kate y en lo que podía decirle y cómo.
Clio también había llamado diciendo que estaba enferma. A las diez de la mañana estaba en la cocina esperando ver a Jocasta.
Gideon estaba allí, en albornoz. Le sonrió.
– Hola, querida. Disculpa mi vestuario informal. He estado en la piscina. Deberías probar mi piscina mecánica, es muy ingeniosa. Es aburrido, pero ingenioso. ¿Cómo estás? Cansada, supongo.
– No del todo mal -dijo Clio-. ¿Está Jocasta en casa?
– Estoy aquí. -Jocasta entró en la cocina. Estaba bastante pálida.