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– Puede que mi corazón de oro sólo necesite pulirse -dijo Fergus-. Puede que sólo necesite estar con la persona adecuada. Hablaré con Gideon, a ver si puede arreglar una entrevista con alguien. Bueno, ¿sería muy insensible pedirte otra copa de ese delicioso vino? ¿Y dejar que te abrace un momento?

– Mucho -dijo Clio-, pero ¿no fue muy insensible llamarme bruja lianta? Y ya ves adonde nos ha llevado.

Se moría de ganas de hablarle de Josh, pero no podía. Tal vez en un par de días. No había ninguna prisa. Y ya estaban ocurriendo suficientes dramas.

Jocasta estaba esforzándose de verdad por ser una buena esposa. Le daba demasiado miedo no serlo. Tenía que hacer que funcionara, no tenía más remedio.

El almuerzo con Nick le había revelado la apabullante verdad. Se había visto con horrible claridad tal como la veía éclass="underline" mimada, egocéntrica y del todo inmadura. Él la había invitado a almorzar porque estaba muy preocupado por ella, porque creía que no era todo lo feliz que debía ser. Ella se había dedicado a quejarse de su suerte. Su más bien lujosa suerte.

Así que había planeado las cenas, veinte invitados a cada una, veinte personas a las que no conocía, y además de pensar en los menús, había decidido las flores con la señora Hutching e incluso había seleccionado la música con Gideon. A él le había hecho gracia la idea. Había dicho que normalmente prefería no tener música de fondo, pero que podía ser el emblema de la nueva era, la era Jocasta. Jocasta también había hecho insinuaciones sobre la decoración de la casa, empezando por la cocina.

– Es muy anticuada, Gideon, y recargada. No es una cocina actual. Yo pensaba en algo minimalista.

– En cualquier otra habitación, querida, pero no la cocina. Es el remo de la señora Hutching y no le gustan los cambios.

Jocasta abrió la boca para discutir, pero la cerró enseguida.

– Vale. ¿Y en la galería? Me gustaría poner un invernadero, y tener un suelo de baldosas bonitas…

– Suena de maravilla. Adelante.

Se sintió un poco decepcionada por la falta de interés de Gideon e incluso por lo poco que le emocionara que quisiera hacerlo, pero estaba decidida a madurar y se pasó tres días hojeando revistas de Interiores y Elle Decoracion. Después perdió totalmente el interés.

También le planteó el tema de comprar una casa.

– Nuestra, no sólo tuya. Sería muy bonito. He pensado en Francia, en la zona de Biarritz. O tal vez en Estados Unidos, en la Costa Este, en Maine o un sitio así.

– Cariño, creo que ya tenemos bastantes casas. Pero si crees que eso te hará feliz, puedes ponerte a mirar.

Jocasta llamó a la inmobiliaria y empezó a juntar una carpeta con la información para enseñarle a Gideon. Se sentía un poco sola haciéndolo, pero algunas de las casas eran preciosas y sería divertido ir a verlas. El único problema era encontrar un hueco en la agenda de Gideon.

– ¿Y en enero del año que viene? -dijo, exasperada, y él le sonrió.

– Lo siento, cariño. Ya te lo advertí, te has casado con un adicto al trabajo.

Jocasta pensó que no se lo había advertido, pero no lo dijo. Empezaba a aprender a morderse la lengua. Iba contra su forma de ser y la deprimía.

También asistió a un par de cenas, intentando trabar conversación con personas con las que no tenía nada en común. Los hombres no estaban mal, aunque era evidente que la consideraban una cabeza de chorlito, un trofeo que Gideon había sido lo bastante listo para ganar, pero las mujeres eran horrendas, aburridas y plomizas, obsesionadas con su aspecto, con sus casas, sus hijos, sus entrenadores personales y monitores de deporte, y la trataron como si fuera algo interesante pero de una especie claramente inferior. Incluso habían subido al piso de arriba sin los hombres durante una hora.

– Para hablar del Botox y las desintoxicaciones -explicó Jocasta a Clio al día siguiente.

Pensó en las cenas que habían dado Nick y ella, despreocupadas y acogedoras, con un ambiente alegre, de flirteo, todos bebiendo felices hasta ponerse alegres e incluso borrachos del todo. Pero se esforzó por decirle a Gideon que lo había pasado bien y le sorprendió que él pareciera creerle.

Había llamado a Nick para disculparse por llorarle durante el almuerzo aquel día; él estuvo amable pero expeditivo con ella, le dijo que no pasaba nada y le envió sus cosas, con una nota muy correcta y fría. Se sintió rechazada y apesadumbrada durante varios días.

De todos modos, comenzaba a pensar que podía aprender a ser la señora Keeble. Le costaría tiempo adaptarse, pero se acostumbraría. Sin duda.

Y entonces sucedió.

Había empezado de forma muy suticlass="underline" le pidió que fuera con él a un viaje de negocios al cabo de unas semanas. No sería lo más divertido del mundo, dijo, un fin de semana de tres días para magnates de la industria en Múnich, pero creía que Jocasta lo pasaría bien y a él le iría bien que le acompañara.

Jocasta intentó demostrar entusiasmo. Sonrió y dijo que sonaba muy bien y que nunca había estado en Munich, que seguro que lo pasaría bien, pero ella misma podía oír en su propia voz que estaba bastante segura de que no sería divertido, ni siquiera agradable. Le dijo a Gideon que no se encontraba muy bien, que tenía náuseas y le dolía la cabeza, para evitar que pensara que no quería ir con él de viaje.

– Querida, lo siento. Espero que no estés embarazada.

Lo decía a menudo, y que se tomara tan a la ligera su fobia disgustaba mucho a Jocasta. Nick siempre se había mostrado muy comprensivo: «No lo entiendo, pero veo cómo te afecta y lo siento mucho», había dicho cuando ella se lo había contado.

– Por supuesto que no estoy embarazada, Gideon -exclamó.

– ¿Estás segura?

– Estoy totalmente segura. No podría estar más segura, igual que hace seis horas. ¿Entendido?

– De acuerdo. Perdona, cielo, no quería molestarte.

Pero lo había hecho, y Jocasta se sintió vulnerable y herida cuando Gideon dijo:

– Pobrecilla. En fin, creo que te lo pasarás bien en ese viaje, tienen un buen programa para las mujeres, compras y visitas…

– ¿Un qué?

– Un programa para mujeres. Seguro que sabes lo que es.

– No, Gideon, la verdad es que no. Siento ser tan simple.

– Qué vida más protegida has llevado. Es lo que hacen las esposas mientras los maridos hacen negocios.

– ¿Cómo? ¿Todas juntas? ¿Yo y las demás esposas? ¿Un montón de arpías?

Gideon dijo que seguro que todas no serían arpías, que seguro que habría algunas esposas jóvenes para hacer amistad y…

– Por jóvenes léase cuarenta y cinco -dijo Jocasta-, como en la cena de la otra noche, con bronceados permanentes y hablando de liftings faciales. ¡Oh, Gideon, no me hagas eso, por favor!

– No te hago hacer nada -dijo él, poniendo la cara tensa que Jocasta sabía que era el prefacio de un ataque de genio-, sólo he dicho que sería muy agradable para mí, y que me ayudaría también.

Jocasta calló. Él suspiró y después dijo:

– Este matrimonio empieza a convertirse en una calle de una sola dirección, Jocasta.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que sólo va por el camino que tú quieres. Por el amor de Dios, no tienes que hacer mucho…

– ¿Ah, sí? No tengo que organizar tus comidas y a tus criados y esperar discretamente a que te dignes volver a casa y…

– No lo considero muy oneroso. De hecho, a cambio de…

– ¿A cambio de qué, Gideon? Dímelo.

El corazón le dio un vuelco y estaba cansada. Las palabras de Gideon le habían dolido mucho.

– A cambio de mucho. Como eso… -señaló un montón de bolsas sin abrir en un rincón, de Harvey Nichols, Chanel, Gucci; Jocasta empezaba a cogerles el gusto a las compras-, y lecciones de vuelo y coches…

– Así que nuestro matrimonio es un balance de debe y haber. No me había dado cuenta. Entonces tal vez deberíamos poner precio a algunas cosas. Cuánto por dos horas esperando a que vengas a casa a cenar, por toda una mañana ordenando tu ropero…