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«Hola, Nick, cariño. Ésta es tu enamorada, bueno, sí, bastante enamorada, novia, que te desea bon voyage y bonne chance y todo eso. Que te diviertas, pero no demasiado, y no te olvides de los bares de Hershey. [Evidentemente lo había olvidado.] Te quiero mucho mucho y gracias por lo bien que lo pasamos anoche. Una cena estupenda, y todo estupendo. Besitos.»

Nick lo escuchó una y otra vez. Pensando en ella, en que la grabación era como ella, dulce, simpática y cariñosa. Y pensando cuánto la había querido. Cuánto la quería todavía. Y que no se había portado muy bien con ella, la última vez que la había visto. Peor aún cuando le había devuelto sus cosas. Era terrible pensar en todo ese amor, evaporado en frialdad y distanciamiento. Para siempre.

Cogió el teléfono y la llamó.

Jocasta estaba en la cama, compadeciéndose de sí misma. Había pasado un fin de semana largo y solitario, y el sábado por la noche había pedido que le trajeran un curry. Era la primera comida que hacía en varios días, y se dio un buen atracón, que regó con una botella de vino tinto bastante áspero y terminó con helado, con el que había mezclado una barra de Mars, uno de sus postres favoritos. Ya fuera por el curry, por el atracón o por el vino, se encontró fatal toda la noche y buena parte del domingo. Empezaba a encontrarse un poco mejor. Pero igual de sola.

Así pues, la voz de Nick fue aún más irresistible de lo que habría imaginado.

– Hola -comentó Jocasta cautelosamente-, qué bien que hayas llamado.

– Hola, Jocasta. He pensado que debía llamarte. Para saber que estás bien.

– Estoy bien, sí. Gracias. Es un detalle por tu parte.

– Pareces… cansada.

– El sábado por la noche tomé curry y me sentó mal.

– Lo lamento. Nunca se me habría ocurrido que un curry pudiera estar en el menú de la señora Keeble.

– No, la verdad es que normalmente no lo estaría. Pero él… él no estaba. Me apetecía. Ya ves.

– Claro. En los viejos tiempos te habrías tomado un helado mezclado con una barra de Mars de postre.

– Lo hice -dijo ella sin pensar.

– ¡Jocasta! Eso quiere decir que los empleados tenían el día libre.

– ¿Qué? Ah, sí. Sí, lo tenían. ¿Dónde estás, Nick?

– Haciendo las maletas. Para ir a Somerset a pasar un par de semanas. Y he encontrado la grabadora que me regalaste. En la bolsa.

– Ah, sí. Creí que te sería útil. Evidentemente no, si aún sigue en tu bolsa.

– Sí lo ha sido. He puesto la cinta que grabaste. Otra vez, quiero decir. Fue un detalle, sólo quería darte las gracias.

Jocasta se acordaba de la cinta. Quería que Nick la tuviera, que tuviera algo de ella. Se acordaba de todo, de cuando grabó la cinta y se la mandó, porque había sido su último viaje al extranjero, justo antes de que empezara el drama. El Partido Progresista de Centro, Gideon, Kate, Martha. Dios, había pasado un año. Menos de un año. Parecía que fueran cinco. En fin, quería darle la cinta, y habían salido a cenar pero había bebido demasiado vino, como siempre, y se había puesto muy triste porque Nick se marchaba. Luego se habían ido a casa y habían hecho el amor como unos locos, y ella la había olvidado por completo hasta el día siguiente, cuando la había encontrado en su bolso y la había mandado por mensajero a la oficina de Nick. Después de grabar la cinta.

– De nada -dijo, sonriendo con el recuerdo.

– ¿Dónde estás?

– Oh, en casa -dijo sin pensar.

– ¿En la Casa Grande?

– Sí, claro.

– ¿Y de verdad estás bien?

– Por supuesto que estoy bien, Nick. ¿Por qué no habría de estarlo?

– La última vez que nos vimos no estabas muy bien.

– Ya. Pero me tomé lo que me dijiste al pie de la letra, fue lo mejor que me han dicho nunca, y soy una persona reformada, estoy aprendiendo a ser una buena esposa y…

– Me complace tener un efecto tan bueno sobre ti -comentó-. ¿Eres feliz?

– Muy feliz -dijo-. Sí, gracias. Oh, espera, Nick, están llamando a la puerta. No tardaré.

Nick esperó. Oyó el ruido del tráfico de fondo, una sirena de policía y que Jocasta decía:

– Sí, es para mí, gracias; ¿tengo que firmar? Bien, ya está.

Oyó que se cerraba la puerta, la oyó cruzar el suelo de madera…, ¿de madera? ¿Ruido de tráfico? ¿Abrir la puerta personalmente?

– Jocasta, ¿dónde estás?

– Ya te lo he dicho.

– Sé lo que me has dicho -dijo-, pero no recuerdo que pase mucho tráfico por Kensington Palace Gardens. Diría que los empleados te recogen los paquetes. Y recuerdo que había muchas alfombras, por todos lados, y una gran distancia entre la puerta y cualquier otra parte.

Hubo un silencio y después Jocasta dijo:

– Estoy en Clapham, Nick. He venido a recoger cuatro cosas.

– ¿Y por qué me has mentido?

– No sé. Era más fácil.

– Jocasta, ¿qué ha pasado? Por favor, cuéntamelo.

No le permitiría que fuera a Clapham; era demasiado peligroso. Dijo que podían quedar en Queen Mary's Rose Garden en Regent's Park. Era uno de sus lugares favoritos, en los viejos tiempos, a medio camino entre las dos casas. Jocasta le miró, sentado en un banco, con el cuerpo largo y desgarbado a pleno sol, los cabellos castaños despeinados cayéndole sobre los ojos, y pensó cuánto le echaba de menos todos los días, y que eso en sí ya era poco sensato.

Se sentó a su lado y él le dio un beso.

– ¿Me está permitido?

– Por supuesto.

Jocasta le sonrió y le contó por encima lo que había pasado, con mucho sentimiento.

– No me quejo, te juro que no me quejo, Nick -se apresuró a decir-. Me doy cuenta de que en gran parte ha sido culpa mía. Pero el caso es que no funciona, por ahora. Puede que acabe funcionando. Espero que funcione.

Era mentira, por supuesto. No lo pensaba en absoluto.

Pero no se podía permitir que él creyera que su matrimonio había terminado, que se le estaba insinuando, esperando que volviera a aceptarla.

Nick fue muy comprensivo, no le hizo ningún reproche.

Dijo que si era así él no quería ser la causa de que no funcionara. Dijo que siempre quería ser su amigo, su mejor amigo. Dijo que la echaba muchísimo de menos.

– Yo también te echo de menos -dijo Jocasta animadamente-, sí, seamos amigos. Buenos amigos.

Se levantó, le sonrió y consiguió decir: «Bueno, creo que debería volver», cuando se sintió muy mareada y débil. Se imaginó que serían los nervios, las lágrimas, las emociones contradictorias y también haber comido tan mal desde que había dejado a Gideon, aparte del curry que había vomitado. Se balanceó exageradamente y no era capaz de caminar derecha y tranquila hacia la entrada del parque, como había pensado, y tuvo que sentarse otra vez con la cabeza entre las rodillas.

Después de eso sólo tuvo que dar unos pocos pasos hasta su coche, y de allí a su piso. Nick compró comida por el camino, buena, suave, nutritiva, dijo con determinación, huevos y pan y agua de Vichy, «llena de minerales». Le preparó una tortilla, le hizo unas tostadas y un rato después Jocasta se dio cuenta de que estaban solos en su piso y por mucho que se esforzara no podía controlar sus sentimientos y dijo que tenía que irse. Él contestó de repente, con mucha ternura, que nunca debería haberle dejado, y eso le recordó a Jocasta por qué le había dejado y se enfadó y se lo dijo.

– Te quería -dijo Nick-. Mucho.

– ¿Y cómo iba a saberlo?

– No paraba de decírtelo.

– Pero no me lo demostrabas -dijo ella-. Nunca me lo demostraste.

– ¡Qué tontería! -exclamó Nick-. Entonces no podía demostrártelo como tú querías. No sabía… -Se calló.

– ¿No sabías qué? -preguntó Jocasta, pero él no quiso contestarle, se volvió y miró por la ventana, y entonces de repente estaban como al principio y no pudo soportarlo y dijo, muy cansada-: Tengo que irme.

– Sí, creo que sí. Te llamaré un taxi. Lo siento mucho, Jocasta. Todo. Espero que te vaya bien, de verdad.