Tiró el periódico al contenedor de basura, con cuidado e intención, y mandó un mensaje a Ed -no se atrevía a hablar con él todavía-, volvió a casa despacio y se sentó a mirar la televisión con su madre, un sinfín de estupideces atontadoras. Sólo que a ella no la atontaron lo suficiente. Cuando subió a su habitación seguía dándole vueltas a lo mismo, de manera incansable.
Tenía un mensaje de Ed. «¡Salve, nueva parlamentaria! -decía-. Te quiero. Ed.» La hizo sentir mucho mejor de repente.
No por mucho tiempo…
Se acercó a la ventana, contempló el cielo estrellado y deseó que se acabara la noche. Por la mañana estaría mejor, todo se veía mejor por la mañana. ¿Cuántas veces se lo había repetido a sí misma, desde hacía casi dieciséis años?
– ¿Estás segura de que estarás bien? -Jocasta miró a Clio dudosa.
– Por supuesto. Iré a casa de unos amigos en Guildford; me alojarán unos días, mientras me organizo.
– ¿Ya has hablado con ellos?
– Sí.
Mark Salter la había llamado y le había dicho que nada le haría más feliz que readmitirla en la consulta, pero que tenía que respetar el compromiso de quince días de prueba con el primer candidato.
– Lo que lamento es que las circunstancias te sean poco favorables.
– Clio -dijo Jocasta, llenándole de nuevo la copa-. Creo que esta noche deberías quedarte conmigo.
– Jocasta, no puedo. ¿Qué diría Nick?
Jocasta la miró fijamente.
– Me importa un rábano lo que diga Nick. Ésta es mi casa, mi vida. No tiene nada que ver con Nick.
– Sí, pero…
– Mira -dijo Jocasta-, uno: no volverá, se ha ido a su casa, y dos: si vuelve, será bien recibido. No estamos en los años cincuenta. Y todavía no hemos hablado de Martha.
– ¡Martha! ¿La has visto?
– No exactamente, pero nuestros caminos se han cruzado. Quiere ser parlamentaria, según dice Nick. Él la conoce. Dice que es muy importante y triunfadora.
– Sí, era muy ambiciosa, ya entonces. Es curioso lo de la ambición, ¿verdad? Parece que la gente lo lleve en los genes. ¿Y tú? ¿Tus genes de la ambición son fuertes?
– Bastante. ¿Y los tuyos?
– Más de lo que creía -dijo Clio despacio-. Cuando me casé con Jeremy, creía que me gustaría dejarlo todo, pero no era verdad. Me fastidiaba dejar mi trabajo en el hospital.
– ¿Qué hacías?
– Era especialista en geriatría. Sé que suena mal, pero no es tan malo, es fascinante y agradable y compensa mucho. Y después me gustó mucho la medicina familiar. El día que lo dejé me sentía fatal. Y no fue sólo porque coincidiera con el final de mi matrimonio.
– ¿Y ahora qué?
– De ahora en adelante, no miraré atrás.
– ¿A largo plazo?
– No lo sé. Curiosamente hace un par de semanas supe por una colega que había un par de vacantes en mi departamento. Y querían que me presentara. Entonces, claro, no podía ni planteármelo, Jeremy se puso furioso en cuanto se enteró.
Hubo un silencio mientras Jocasta se esforzaba por no hacer ningún comentario sobre Jeremy y su comportamiento, y después dijo:
– Pero ahora, ¿por qué no?
– No creo que tenga estómago para hacerlo, ahora mismo. Me siento un poco vulnerable, por decirlo de algún modo.
– Es natural. Pero no durará siempre. Y podría ser lo que te hace falta. Un nuevo reto y esas cosas que se dicen. Puede que no sea muy buena idea volver a Guildford, donde vive Jeremy. Oye, ¿por qué no les llamas y les dices que no irás esta noche? Tenemos muchas cosas de que hablar, y… ¡Clio! -Estaba claro que la había pillado-. No pensabas ir, ¿verdad?
– No exactamente -dijo Clio-, no. Pero…
– Hecho. Te quedas. Otra botella de vino. Ojalá fumaras, Clio, me haces sentir muy corrupta.
Sacó una botella de vino, la descorchó y sirvió una copa a Clio.
– Salud. Otra vez. Me alegro muchísimo de verte. Aunque sea en circunstancias tan penosas. Y…
Llamaron a la puerta con fuerza.
– Mierda -dijo Jocasta-. Perdóname un momento.
Clio tomó un largo sorbo de vino, sin muchas ganas de ver a nadie, medio escuchando cómo Jocasta saludaba a alguien, y después hablaba en voz baja (era evidente que le contaba a quien fuera que tenía una visita inesperada), y luego por fin entró y dijo:
– Clio, mira quién ha venido: ¡Josh!
Y allí estaba él, delante de ella, no muy cambiado, más o menos como le recordaba, sólo que parecía más grande, los cabellos rubios y los ojos grandes y azules, la sonrisa de dientes blancos, la causa -aunque fuera indirecta- de tantos de sus problemas. ¿Y ahora qué haría?
Capítulo 1 6
– ¡Hola, Martha! Un soplo del pasado. ¡No te atrevas a decir que no te acuerdas de mí!
Por segunda vez en cuarenta y ocho horas, Martha se quedó paralizada de golpe. Conocía perfectamente esa voz. Aquella voz musical y algo aguda. La última vez que la había oído, había sido en una estación atiborrada de Bangkok. Volvió a sentir el calor, y volvió a sentir el pánico, se vio huyendo, fingiendo que no la había oído, que no había visto a Jocasta, escabulléndose por un callejón diminuto y angosto y refugiándose entre el caos de los puestos.
– ¿Martha? ¿Eres tú, verdad? Chad Lawrence me dio tu número. Soy Jocasta. Jocasta Forbes.
– No, claro que no. Quiero decir que claro que te recuerdo. Me alegro de oírte. -Oía su propia voz, asombrosamente normal, agradable, cariñosa, pero no mucho más.
– Me encantaría verte, Martha. Es que, verás, este fin de semana, es muy raro, pero he estado con Clio.
– ¿Clio Scott? -Aquello estaba empeorando por momentos.
– Sí. En fin, Chad me ha dicho que te apuntas al partido.
– Pues, me lo estoy pensando.
– ¿En serio? Yo he oído que eres la posible candidata de tu distrito natal.
– ¡No! Todavía no, al menos. Oye, ahora mismo no puedo hablar.
– Por eso te llamaba. Para que quedáramos. Chad me llamó porque se le ocurrió que podría escribir un artículo sobre ti para el periódico.
Dios mío. Santo cielo. ¿Qué le preguntaría? ¿Qué?
– ¿Para el periódico?
– Sí. Para el Sketch, trabajo allí. Creía que Chad te lo había dicho.
Haz un esfuerzo, Martha, debe de pensar que eres totalmente idiota.
– ¿Qué me dices? Te dará a conocer, ¿no crees?
Hubo un silencio y entonces Jocasta dijo, en un tono de voz diferente:
– Oye, si te vas a meter en política más vale que te acostumbres. No puedes ganar si no te conocen, te lo digo yo. Apunta el número de mi móvil. Llámame si quieres que nos veamos. Cuando quieras que hagamos la entrevista.
– ¿La entrevista?
– El artículo.
– Oh, sí. Sinceramente, Jocasta, no creo que sea posible. Lo siento.
– Bien. No pasa nada. Adiós.
– Adiós, Jocasta. Y gracias por llamar.
– Será asquerosa -dijo Jocasta en voz alta al colgar.
– ¿Qué planes tienes?
La voz de Jeremy era distinta a cómo la recordaba; era casi insegura, nerviosa. Clio estaba mirando la hilera de champús de farmacia y se sorprendió tanto que casi dejó caer la cesta.
– No estoy del todo segura, si te he de ser sincera.
– ¿Dónde… dónde vives?
– En un piso en Guildford. O viviré. Al final de la semana. Esta mañana he firmado el contrato. Mientras, estoy en casa de los Salter.
– ¡Los Salter! ¿Les has contado lo… lo ocurrido?
– ¿Qué te he dejado? Sí, claro, no he tenido más remedio. Pero, mira, Jeremy, estoy en una droguería, y no es el mejor lugar para tener esta conversación. Si quieres hablar conmigo, quedaremos. -Se sentía fría y dominante.
– Sí. Deberíamos quedar. ¿Quieres venir a casa?