Pero todo el día, mientras se bañaba en la piscina y después hacía la maleta, iba a Londres y se instalaba en la enorme casa de Kensington Palace Gardens, no paraba de asaltarla. Y con él la idea de que había permitido que entrara en su conciencia tan poco tiempo después de casarse. Hacía poco más de un mes que era la señora Keeble y ya no estaba tan contenta de serlo.
Esa tarde, a las cinco, en posesión de una chaqueta de Chanel, después de inscribirse en la primera de una docena de clases de vuelo para el día siguiente, y con un BMW Z3 plateado encargado, seguía deprimida. Deprimida y casi asustada.
Capítulo 32
– Martha, tenemos que hablar. -La voz de Janet era enérgica y decidida.
No te asustes, Martha, tranquila.
– ¿Qué? ¿Qué ocurre? ¿Es importante?
– Depende del punto de vista, diría yo. Pensaba que podríamos vernos después del trabajo.
– Lo siento, Janet, pero hoy acabaré a las tantas. Podríamos quedar mañana.
– Oye. -La voz de Janet era casi impaciente-. Oye, yo también estoy hasta arriba, pero tenemos que hacer esto y…
– Janet, ¿hacer qué? No te entiendo…
– Ay, Dios. ¿Chad no te ha llamado? Veamos, ha organizado lo que él llama una entrevista a las tropas femeninas. Con una chica del Times, para el periódico del sábado. Cree que podemos salvar al partido.
Las tropas femeninas consistían en Janet, Martha y Mary Norton, una de las pocas desertoras del Partido Laborista hacia el Partido Progresista de Centro. Cuarenta y tantos, sensata, expresiva, con un marcado acento del norte. Era muy buena con los medios y una invitada frecuente en Any Questions y Question Time. Martha sólo había coincidido con ella una vez y aún le había inspirado más respeto que Janet Frean.
– Jack cree que formaremos un buen equipo.
– Tú y Mary seguro -dijo Martha cautelosamente.
– Sí, pero Jack te considera nuestro futuro -dijo Janet. Lo dijo con frialdad-. Además -añadió más amable-, tú eres la más guapa de las tres.
No había problema entonces: la utilizarían como niña mona del grupo. Bien. En otra situación le habría hecho gracia, pero dadas las circunstancias, era tranquilizador.
– Tienes un cutis, como absolutamente perfecto. -El maquillador sonrió a Kate. Era negro, con el pelo rubio platino, y los labios muy rojos.
Ella le devolvió la sonrisa, más bien nerviosa. Era difícil mantener una conversación con Crew, como se llamaba el chico. Era de Nueva York, y eso descartaba los comentarios sobre tiendas y bares, y cuando Kate alabó su camisa, él dijo que se compraba toda la ropa en tiendas de segunda mano.
Trabajaba en exclusiva para Smith Cosmetics, de modo que no podía preguntarle por otros trabajos, ni qué personas famosas conocía. De todos modos, cada vez que intentaba decir algo, él levantaba una mano y decía:
– No hables como durante un minutito.
Y el minutito parecía extenderse a toda la duración de la sesión.
De vez en cuando se abría la puerta y entraban dos mujeres: eran la directora creativa y la directora de publicidad de Smith, y ninguna de ellas le dirigió más la palabra después de las presentaciones, cuando le dijeron:
– Hola, Kate, nos hace mucha ilusión tenerte aquí.
Desde entonces, se limitaban a observarla, cada vez que entraban, como si fuera un maniquí en un escaparate, y no una mujer; entornaban los ojos ante su reflejo en el espejo, y después se marchaban, hablando en voz baja, y de vez en cuando decían: «Una frente difícil» o «Demasiado pelo», y le insinuaban a Crew que intentara agrandarle los ojos. O darle un tono más claro a la piel. O que los labios parecieran más gruesos.
Al cabo de una hora, Kate estaba convencida de que habían decidido que habían cometido un error sólo con las fotos de prueba, y estaban a punto de decirles a todos que se fueran a casa, y la idea le hacía gracia.
El fotógrafo todavía no había aparecido, pero por la manera como hablaban todos de él, estaba claro que era importante para la empresa. Decían cosas como «Oh, a Rufus no le gustan las mangas» o «A Rufus no le va el pelo rizado», mientras discutían qué iba a ponerse o cómo iban a peinarla. Se imaginó a un hombretón con una voz atronadora y traje, pero cuando apareció Rufus, resultó ser bajito, como mucho medía metro sesenta, y llevaba pantalones blancos y una camiseta beige. Hablaba en voz muy baja y, de hecho, todos tenían problemas para oír lo que decía y eso le irritaba. Pero sonrió a Kate en el espejo y la saludó. Se llamaba Rufus Corelli. Giró la silla de Kate hasta tenerla de frente, le apartó los cabellos y la observó durante tanto tiempo que a ella le pareció una eternidad y dijo:
– Tiene dieciséis años, por Dios. Quitadle toda esa mierda.
Todos asintieron sumisamente y Crew dijo:
– Pero su piel tendrá que descansar, ya está como absorbiendo demasiado.
Le limpió el maquillaje y le dijo que esperara en la recepción del estudio, donde el aire era como más fresco.
Eran las dos cuando empezaron a hacer fotos, y eso también se torció, porque Rufus dijo que quería que vaciaran el estudio.
– No quiero a nadie aquí, excepto a la modelo -dijo.
A Kate le daba un poco de miedo estar a solas con él, pero entonces él se volvió más simpático y dijo que todavía llevaba demasiado maquillaje, que esa gente no entendía cómo eran los jóvenes, y le ofreció un chicle y le preguntó dónde se había comprado los vaqueros.
– ¿Sabes qué pasa? -susurró-, que soy tan pequeñajo que puedo ponerme ropa de chica. Es una ventaja.
Kate no acababa de entender qué ventaja tenía aquello, pero le dijo que eran de Paper Denim & Cloth, de Harvey Nichols. De hecho, era lo único caro que se había comprado con el dinero del Sketch, pero eso no pensaba decírselo.
– Bien -susurró sacando una Polaroid de la cámara y apretándola bajo el brazo-, no vamos a hacer chapuzas obscenas. Jed, ¿has visto esas chapuzas? ¿A que eran obscenas?
Su ayudante, Jed, había entrado después de que todos salieran del estudio. Era el doble de alto que Rufus, pero no más ancho, y también hablaba muy bajito.
– Muy obscenas -dijo.
– Mira, Kate, esto está bien -comentó Rufus, mirando la Polaroid -, pero te esfuerzas demasiado. Quiero que no pienses en nada. Vacía tu cabeza. Lo que no quiero es nada sexy. Ni afectado. Sé tú misma. Antes de que sucediera todo esto.
Ella asintió. Era muy difícil no pensar en nada. Después de tres intentos, se empezó a angustiar, y de repente Rufus salió del estudio y desapareció.
Seguro que estaba quejándose de ella, quería otra modelo, pensó Kate. Pero él volvió con muchas revistas, Seventeen, Glamour y Company.
Le dio una.
– Venga. Lee. Lee, busca algo que te interese, ¿vale?
Ella asintió y abrió Glamour, que era su favorita. La hojeó y encontró un artículo sobre cómo saber si estabas enamorada. Siempre estaba preguntándose si estaría enamorada de Nat. Creía que más bien no.
– Ya lo tengo.
– Bien. Siéntate allí, en el taburete, donde estabas antes, así, y lee. Léelo de verdad.
Fue más fácil de lo que esperaba. Iba por la segunda pregunta, pensando en lo que sentía cuando Nat la besaba, si era excitante, muy excitante o totalmente salvaje, cuando Rufus dijo:
– ¡Kate!
Alzó la cabeza sin saber lo que quería de ella. La cámara se disparó.
– Bien -dijo él-. Sigue.
Después de tres disparos, se acercó a ella con algunas Polaroids.
– Mira, ¿qué te parece? -preguntó.
Kate miró. Podría haber sido su hermana pequeña, sin apenas maquillaje, los cabellos cayéndole sobre un hombro. Parecía sorprendida, conmovedoramente distraída, con los ojos abiertos e interrogadores, los labios pálidos un poco separados.
– Es una maravilla -dijo Rufus-. ¿Puedes hacer eso una y otra vez?