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Hubo una gran reacción negativa, pero el maestro insistió. Como era un instructor excelente, los alumnos continuaron con el mismo rendimiento escolar, a pesar de la ausencia del gato.

Poco a poco, los monasterios -siempre en busca de ideas nuevas, y ya cansados de tener que alimentar a tantos gatos-, fueron eliminando los animales de las aulas. En veinte años, comenzaron a aparecer nuevas tesis revolucionarias -con títulos convincentes como "La importancia de la meditación sin gatos", o "Equilibrando el universo zen sólo con el poder de la mente, sin ayuda de los animales".

Otro siglo pasó, y el gato quedó por completo fuera del ritual de la meditación zen en aquella región. Pero se necesitaron docientos años para que todo volviera a la normalidad -porque nadie se preguntó, durante todo ese tiempo, porqué el gato estaba allí.

Y cuántos de nosotros, en nuestras vidas, nos atrevemos a preguntar: ¿por qué tengo que actuar de esta manera? ¿Hasta qué punto, en aquello que hacemos, usamos "gatos" inútiles que no tenemos el coraje de eliminar, porque nos dijeron que los "gatos" eran importantes para que todo funcionase bien?

¿Por qué, en este último año del milenio, no buscamos una manera diferente de actuar?

LOS TANTOS DEFINIDOS