El resultado era uno: la fruta quedaba podrida en el suelo.
Dios llamó a un nuevo profeta y le dijo:
– Deja que coman toda la fruta que quieran. Y haz que compartan las cosechas con sus vecinos.
El profeta volvió a la ciudad con el nuevo mensaje. Pero terminó siendo apedreado, puesto que la costumbre había arraigado en el corazón y la mente de cada uno de los habitantes.
Con el tiempo, los jóvenes de la aldea comenzaron a cuestionar esa costumbre bárbara. Pero como la tradición de los más viejos era intocable, resolvieron apartarse de la religión. Así podían comer cuanta fruta quisieran y dar la que sobraba a los que necesitaban alimentos.
En la iglesia del lugar sólo quedaron los que se consideraban santos. Aunque, la verdad, no eran más que personas incapaces de percibir que el mundo se transforma y que debemos transformarnos con él.
LEONARDO BUSCA SUS MODELOS
Al concebir su famoso fresco "La última cena", Leonardo da Vinci se encontró con una gran dificultad: necesitaba pintar el Bien -en la imagen de Jesús-y el Mal -en la figura de Judas. Decidió salir a buscar por Milán los modelos que representaran a ambos.