Confucio se sentó a descansar, y sus alumnos comenzaron a hacerle preguntas. Ese día, el Maestro estaba bien dispuesto, y decidió responder.
– Usted consigue explicar todo lo que quiere. ¿Por qué no se acerca al emperador y habla con él?
– El emperador también hace bellos discursos -dijo Confucio. -Y los bellos discursos no son más que una cuestión de técnica; en sí mismos, no son portadores de la Virtud.
– Entonces envíele su libro Poemas.
– Los trescientos poemas allí escritos se pueden resumir en una sola frase: piense correctamente. Éste es el secreto.
– ¿Y qué es pensar correctamente?
– Es saber usar la mente y el corazón, la disciplina y la emoción. Cuando se desea una cosa, la vida nos guiará hacia ella, pero por caminos que no esperamos. Muchas veces nos dejamos confundir, porque estos caminos nos sorprenden -y entonces creemos que estamos yendo en dirección equivocada. Por eso digo: déjense llevar por la emoción, pero practiquen la disciplina de seguir adelante.
– ¿Usted hizo eso?
– A los quince años, comencé a aprender. A los treinta, tuve la certeza de lo que deseaba. A los cuarenta, volvieron las dudas. A los cincuenta años, descubrí que el Cielo tiene un designio para mí y para cada hombre sobre la faz de la Tierra. A los sesenta, comprendí este designio y encontré la tranquilidad para cumplirlo. Ahora, a los setenta años, puedo escuchar a mi corazón, sin que éste me haga salir del camino.