Antes que el maestro pudiera decir nada, el discípulo se metió en el río, gritando:
– ¡Loado sea Sanjai! ¡Loado sea Sanjai!
dio el primer paso. Y otro.
Y un tercero. Su cuerpo comenzó a levitar, y el joven consiguió llegar a la otra orilla del río sin siquiera mojarse los pies.
Sanjai miró sorprendido al discípulo, que saludaba desde la otra orilla, con una sonrisa en los labios.
"¿Querrá decir que estoy mucho más iluminado de lo que creía? ¡Podría tener el monasterio más famoso de toda la región! ¡Podría estar a la altura de los grandes santos y gurús!"
Decidido a repetir el hecho, se acercó a la orilla, y comenzó a gritar, mientras caminaba río adentro:
– ¡Loado sea Sanjai! ¡Loado sea Sanjai!
Dio el primer paso, el segundo, y en el tercero ya estaba siendo arrastrado por la corriente. Como no sabía nadar, su discípulo tuvo que tirarse al agua para salvarlo de una muerte segura.
Cuando regresaron a la orilla, exhaustos, Sanjai se quedó en silencio por largo tiempo. Finalmente, dijo:
– Espero que entiendas con sabiduría lo que aconteció hoy. Todo lo que yo te enseñé fueron las sagradas escrituras, y la manera correcta de comportarse. Sin embargo, eso no hubiera sido suficiente si no hubieras agregado lo que estaba faltando: la fé en que tales enseñanzas podrían mejorar tu vida.