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Una de esas tardes, el calor era insoportable; aún debajo de su parasol dorado, Mogo transpiraba como en la época en que quebraba piedras. Entonces se dio cuenta de que no era tan importante: por encima de él había príncipes, emperadores, y todavía más arriba de éstos, estaba el sol, que no obedecía a nadie -pues era el verdadero rey.

– ¡Ah, ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el sol? ¡Ése debería ser mi destino! -se quejó Mogo.

– ¡Sélo, pues! -exclamó el ángel, ocultando su tristeza ante tanta ambición.

Y Mogo fue sol, de acuerdo con sus deseos.

Mientras brillaba en el cielo, admirado con su gigantesco poder de hacer madurar las cosechas, o quemarlas a su placer, un punto negro comenzó a avanzar a su encuentro. La mancha oscura fue creciendo -y Mogo se dio cuenta de que era una nube, que a su vez se fue extendiendo y no le permitió más ver la Tierra.

– ¡Ángel! -gritó Mogo. -¡La nube es más fuerte que el sol! ¡Mi destino es ser nube!

– ¡Sélo, pues! -respondió el ángel.

Mogo fue transformado en nube, y vió que su sueño se había realizado.

– ¡Soy poderoso! -gritaba, oscureciendo al sol.

– ¡Soy invencible! -tronaba, persiguiendo a las olas.